martes, 23 de octubre de 2018

Formentera Lady


José Sacristán es uno de esos raros (y agradecibles) casos en los que un actor de talento llega a los ochenta años siendo primer actor, o dando lustre a personajes claves cuando el protagonista no es él.

En Formentera Lady hace de protagonista, demostrando que a estas alturas –como le pasó a Newman, a Mastroianni, a Luppi o a Rabal, como le pasa aún a Caine–, a Sacristán le basta casi con limitarse a estar ante la cámara y decir sus frases. Se llame solera, genialidad o precisión interpretativa, lo que hace el actor en esta película certifica su condición de grande entre los grandes o, como diría la canción de Carlos Goñi, “Sacristán de sacristanes”.


¡Cómo mira don José! Basta de ejemplo su rostro ante la vecina con alzheimer que se dirige a él en un par de secuencias, igual que si no hubiera pasado el tiempo y ese tipo siguiera siendo padre de una niña de 8 años en lugar de abuelo con nieto de la misma edad.

El tiempo ha pasado para el viejo hippie, aunque limitase sus vínculos con el mundo a un bar donde tocar el banjo, polvos muy esporádicos y un entrañable amigo fumeta con el que echarse los canutos. Pero no sólo ha pasado para él: también para aquella niña de ocho años que ahora necesita ayuda con su pequeño.


Formentera Lady es la historia sencilla, sin alardes, de cómo un viejo bon vivant de las Baleares setenteras (aquella Ibiza también fue aquella Formentera), se responsabiliza de algo más que las rutinas básicas de un músico solitario, regañado con “el Continente”. Sin demasiada convicción, aptitudes ni palabras, el hippie aprende a ser abuelo en el siglo XXI. Eso es todo.

Y como siempre pasa con los más grandes del oficio, el espectador tiene la sensación de que al actor lo están infrautilizando. Sacristán podría con el doble de película, aunque se agradezca su protagonismo en ésta.      


1 comentario:

  1. muy menor la peli, esas Sacristán las puede hacer con el piloto automáticoc

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