lunes, 25 de octubre de 2010

Gru, mi villano favorito


Universal, a través de la nueva Illumination Entertainment, se apunta al 3d animado con una historia que no pretende la acidez a toda costa de los títulos Dreamworks ni la perfección narrativa y emocional de Pixar. Ahí radica su fortaleza, porque Gru es otra cosa.

A partir de un diseño de personajes, escenarios y situaciones sobradamente rico y alocado, la película recicla algunas de las mejores ideas de sus competidores (desmitificación de estereotipos, revisión retro de los supervillanos y sus supervillanías, encanto valeroso de los personajes infantiles), y las cose sobre un nuevo traje pespunteado de clones amarillos que permiten resolver cualquier problema de ritmo o truco flojo de guión. Y que hacen reír tanto o más que los personajes centrales.

Rascando bajo la superficie colorista y refrescante tampoco hay mucha historia ni gran novedad: Un malvado dispuesto a ablandarse, unas huerfanitas en escalafón, una hijadeputa llevando el hospicio, la misión del “héroe” incompatible con su recién adquirida paternidad, el ayudante celoso, un malandrín hijo de las redes sociales y un final feliz inevitable y dulzote. Pero todo está contado con mucha gracia, virtuosismo gráfico, chistes visualmente eficaces y concesiones inteligentes a la imaginación infantil y su impenetrable lógica de juego.

Así que aprovechémoslo, que en cuanto se aproximen las navidades nos caerá encima una catarata de chorradas familiares donde el 99% será oportunismo estacional del peor.
¡Ay, quién fuera villano…!

martes, 19 de octubre de 2010

¿La última broma de Joaquín Phoenix?

O una acción de marketing viral o la reencarnación de Ed Wood en Lleida. Con web de la película (www.elcaballerodelantifaz.com) y notas y anuncios de prensa en revistas del ramo. Flipante.

sábado, 16 de octubre de 2010

La red social: Por fin el gran Hollywood


La red social recupera el gran cine norteamericano, el que de verdad no tiene competidores: Ese de los diálogos acerados y rapidísimos entre intérpretes precisos que se funden a los personajes y a los ambientes con una veracidad asombrosa, arropados por un montaje pleno de ritmo y variantes. El de las historias de amistad, ambiciones, poder, traición y abogados. El de los escenarios exquisitos que gracias a una puesta en escena invisible y sinuosa nos resultan extrañamente próximos (Harvard, Palo Alto, New York), donde se reconstruye la sociedad del primer mundo con el punto exacto de avance y putrefacción en que se encuentra hoy.

La red social pone sobre pantalla todo el clasismo de los campus donde se forjan los “estúpidos hombres blancos” de Moore, que ni son tan blancos ni tan estúpidos, porque al final dinamizan la economía, lideran la comunicación moderna y nos alimentan con la adormidera de ese producto infalible en el nuevo siglo, cuya esencia es una frivolidad extrema que pasa por libertad individual.

La red social retrata toda la misoginia de ese clasismo, donde la mujer apenas es carne que adorna al poder y te identifica con un éxito que al final se reduce a ser millonario y follar con la más guapa, o mejor una sucesión de las más guapas, sin sombra de duda americana sobre la relación directa entre ambas cosas.

La red social recoge los distintos grados de interés por los que se comprometen, se substituyen o se despedazan las alianzas entre jóvenes con ganas de triunfar y la fragilidad que desprenden cuando se quedan solos frente a su ordenador y recuerdan su “rosebud”.

En fin, un vistazo por microscopio a la condición humana y sus contradicciones, atrapada con brillantez en el corazón de Occidente, el único modelo cultural que parece seguir importando mientras el cine chino –por consejo gubernativo- exporte exclusivamente epopeyas históricas y leyendas de combatientes voladores. O sea, de momento.

jueves, 14 de octubre de 2010

Vencer sin convencer


He visto este puente Gru, El americano, Carancho y Abel.
La verdad es que, en relación a las expectativas depositadas en cada una, la que me ha defraudado es El americano, la que tendrá más éxito de las cuatro.
Me parece una muestra bastante significativa de cómo anda el patio en el cine vinculado a Hollywood. Basta con que se haga algo formalmente austero, con un cierto european touch, de ritmo pausado y final coherente, para que se califique como una interesante propuesta fílmica. Cuando en realidad la película tiene pocas bazas más allá del carisma de Clooney, la belleza de Violante, la calidad fotográfica de Corbijn (sólo faltaría) y el rollito italiano de los Abruzos. Que ya sé que no es poco, y puede suplir muchas carencias (de hecho, las suple).

Pero eso lo hace una película española, aunque la fotografía la firme García Alix, y me da que le llueven piedras hasta los Goya. Aunque, claro, nunca lo sabremos. Aquí a nadie se le ocurre pensar que tenemos paisajes como el de los Abruzos, mujeres como Violante y fotógrafos como Corbijn.
(Lo de Clooney ya es más jodido).

sábado, 9 de octubre de 2010

Cine desenterrado


A alguno le va a sonar a coña, pero lo cierto es que en esto del cine espectáculo los técnicos españoles tienen un enorme prestigio internacional. Y no es de ahora. Cuando Bronston vino a España a finales de los cincuenta a montarse en Las Matas un Hollywood alternativo y rodó Rey de reyes, El Cid, 55 días en Pekín, La caída del Imperio Romano y El fabuloso mundo del circo, el equipo de técnicos que pudo fichar aquí asombró con su capacidad en todos los terrenos, fotografía, sonido, decorados, maquillaje, producción…

Gracias a ellos rodó Kubrick las complejas escenas de batalla de Espartaco en la sierra de Madrid, resueltas con la habilidad técnica y logística que aportaba gente como Eduardo García Maroto (antes director adjunto de Alejandro Magno de Rossen o jefe de producción en grandes epopeyas históricas de la época, como Salomón y la reina de Saba –en la que falleció Tyrone Power-, u Orgullo y pasión con Cary Grant y Sinatra). Como Tedy Villalba, que sería ayudante de producción para David Lean, Anthony Mann, John Houston, Robert Rossen, King Vidor, Stanley Kramer u Orson Welles en títulos como Mister Arkadin, Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago, Moby Dick, Camelot, Ricardo III… Como José López Rodero, fichado para películas como Papillón o Cleopatra y curtido con directores como el propio Kubrick, Nicholas Ray, Franklin Schaffner o David Lynch. Como Julio Sempere (55 días en Pekín, Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Rey de Reyes, Espartaco, La muerte tenía un precio, Patton), Julián Mateos (con el tiempo, productor de Los santos inocentes y El viaje a ninguna parte), o Gil Parrondo, ganador de dos Oscars consecutivos a la dirección artística por Nicolás y Alejandra y Patton y tantos Goyas que ya debe haber perdido la cuenta.

Pero podríamos nombrar igualmente al inimitable Carlos Gil, ayudante de dirección o director de segunda unidad para tipos como Steven Spielberg, Michael Mann, Irving Khesner, Burt Kennedy, Richard Fleischer, Luis García Berlanga… O a los maquilladores David Marti y Montse Ribé, Oscar al mejor maquillaje por El laberinto del fauno de Guillermo del Toro. O a los animadores españoles de Pixar y Disney.

Así que no debería sorprender un alarde técnico como el que se despliega en ese extraño y potentísimo proyecto llamado Buried / Enterrado, del gallego Rodrigo Cortés, que se rodó en Barcelona en tres semanas, a tumba abierta (nunca mejor dicho), y con un solo actor que se había apuntado sin saberlo a la experiencia interpretativa de su vida.

Lo que sorprende, como pasó con Celda 211, es la premisa de la que parte, tan poco frecuente en el cine español, que consiste en realizar, o intentarlo dejándose el pellejo, un producto que te pegue a la butaca, con inequívoca vocación comercial, sin rastro de autoría autoconsciente. Una película de narración intensa, a contrarreloj, apabullante de ritmo. Una película que fomenta la ansiedad por verla antes de que los demás lo hagan.

Aunque Cortés va mucho más allá que Monzón, porque consigue todo eso desde una puesta en escena de radicalidad máxima: el único set es un ataúd bajo la arena irakí. Y allí, Ryan Reinolds se dedica a pasarlas y hacérnoslas pasar putas con un mechero, un lápiz, un teléfono móvil y poco más durante 94 minutos de cine en estado puro. Donde los ángulos de cámara originales no publicitan un estilo sino que vienen impuestos por la necesidad de narrar con solvencia lo imposible. Donde los silencios aturdidores no impostan trascendencias existencialistas, sino que transmiten miedo del mejor. Donde la música acelera la emoción o incrementa la sensación de peligro sin ningún sonrojo. Donde el espectador es el rey.

De vez en cuando, suceden por aquí cosas como ésta. El resultado puede dar una gran película o sólo un buen entretenimiento, pero la taquilla responde invariablemente como si le tocaran un resorte. Alguien de la exigua industria española debiera preguntarle a los veteranos que siguen vivos, algunos hasta en activo, para revisar el concepto del espectáculo cinematográfico cuando el 3d empieza a postularse como un extra de interés en esto de ir a la sala de cine.

Porque autores de talento son contados en cualquier país. Pero que crean serlo hay a patadas. Y más les valdría salir de la caja.

domingo, 3 de octubre de 2010

La verdadera


“Para sobrevivir habría tenido que ser más cínica o estar más cerca de la realidad. En lugar de eso era una poeta callejera intentando recitar sus versos a una multitud que le hacía jirones la ropa”

Norman Mailer

viernes, 1 de octubre de 2010

requiem por el Dúplex (I)



Ayer tenía un día intrascendente y bellaco, como suelen ser muchos de los laborables para un profesional de nivel medio con más de cuarenta palos y una agenda de cuatro localizaciones repartidas por Madrid en una sola sesión.
Al final de la tarde, camino del último compromiso, había encajado la cita siempre aplazada con un amigo de libros y películas, que son los que nunca te fallan. Nuestra conversación se iba a ceñir prácticamente a un desplazamiento en coche: me recogió en Ventas después de zafarse del atasco de la M-30, para llevarme hacia Diego de León, donde yo cerraba el día en la presentación de una nueva cerveza y él continuaría ruta hacia otro incendio igual de inaplazable e irrelevante. Pero llegamos con un poco de margen y buscamos cómo aparcar para tomar una rápida.
Madrid es ilimitada y en el fondo frecuentamos de ella cuatro aceras, dos bocas de metro y el bar del desayuno, que van variando de emplazamiento con el paso del tiempo y sus mudanzas. Y así puedes recordar de una calle de tu ciudad un pasado más muerto que el general de las guerras carlistas que le pone nombre. Porque la última vez que salí de un coche allí, las plazas de aparcamiento de General Oráa no eran de pago y el Cine Dúplex estaba abierto.

El Cine Dúplex. Con todas las letras aún en su sitio y las puertas tapiadas bajo los arcos azules que le dieron siempre su único signo de coquetería arquitectónica.

Ya sé, ya sé. No hablamos del cierre del Metropolitano, el Monumental, el Rialto o el Royalty (después llamado Colón, después nada), esos cines que añoraban en Nickel Odeon el mejor añorador del cine español, o sea Garci, y su veterana tropa. Pero el Dúplex fue mi cine en los ochenta, una década eléctrica que no sólo le pareció cojonuda a Randy "the Ram".

Cuando la única multisala de postín estaba en La Vaguada y no se habían inventado el dvd y su top-manta, vivimos en Madrid un puñado de cinéfilos la época dorada del "cinestudio" que abanderaban el Fantasio, el Regio y el Griffith, los de los programas triples y los maratones de cine. En aquella fiesta, el Dúplex parecía un pariente discreto, aunque jugaba con la ventaja de los sala doble. Tras su fachada anodina y sin distancia, como de cine tirando a X, se programaban mini-ciclos de los Marx, de Woody Allen, del 007 de Connery, de Marilyn, de Wells... De 3 pelis francesas, 3 de la Ealing con Alec Guinness multiplicado, 3 japonesas imprescindibles,… O rizando el rizo de la oferta, 3 de Michelle Pfeiffer (Lady Halcón, Cuando llega la noche, Dulce libertad) o Sigourney Weaver (Alien, El año que vivimos, La calle de la media luna), cuando eran jóvenes superestrellas de las que se inventaba una retrospectiva en versión original con lo que habían estrenado casi el día anterior. Por el precio de una, tuvimos dobletes como Falso culpable y Extraños en un tren, El hombre tranquilo y Qué verde era mi valle, Elígeme y Corazonada, El precio del poder y El honor de los Prizzi

En el Dúplex, junto a un par de compadres que no veo hace demasiado tiempo, convencimos a la taquillera para que contara en monedas de cinco y de una peseta el precio de tres butacas con las que salvarnos de una tarde ruinosa y convertirla en oro. Allí besé a la chica que se parecía a Angie Dickinson delante de la auténtica Angie Dickinson, tomé mi primer combinado en un bar de cine y me dormí en el cine por primera vez. Allí resolví encuentros y fugas, alianzas y traiciones, bochornos y heladas. Bogart me sirvió de telonero para un posterior concierto de alcohol por el lado noble de la ciudad y Michael Caine me enseñó cómo tener encuentros casuales con la mujer que amas.

Allí me olvidé de las cosas que no hice y de las que nunca debí hacer en los ochenta.

Hace unos pocos años, cinco quizás, volví a ver una película en el Dúplex después de mucho tiempo. Ponían Ocean Twelve, un título perfectamente prescindible que mi amigo Guerrero y yo dimos por bueno por su proximidad, para huir aquella tarde de una oficina de la calle Velázquez en la que nos dejábamos la piel y el credo. Trabajábamos 20 horas diarias en el manual de la marca Cohiba así que ver ésta de casinos llenos de fumadores de puros no fue una gran idea. Recuerdo la proyección como uno de los momentos más surrealistas de aquella aventura profesional que nos llevó después a ver Kill Bill en el cine Payret de La Habana (pero eso es otro post).

Cuando Ocean, las entradas del Dúplex estaban de nuevo al precio de mercado por cine de estreno –había muerto el negocio de las retrospectivas- y la cosa olía a decadencia. Lo que pasa es que uno nunca cree que perderá a un amigo porque haya dejado de llamarle, ni que su cine va a cerrar aunque haya dejado de ir allí a ver películas. Quizá lo del amigo sea verdad en ocasiones, pero los cines cierran de pronto y te recuerdan que “aquellos tiempos pasaron y no volverán”.

Si vas a su encuentro y topas con que lo que hay es un centro comercial o un híper, se te queda la cara que a Eddie el rápido cuando su templo del billar había sido desmantelado por el color del dinero sin pedirle a él permiso. Pero si llegas por su calle de forma fortuita, como yo ayer, y al salir del coche ves las puertas tapiadas con los cierres metálicos venciéndose como un viejo acordeón, no te acuerdas ni de Paul Newman, sólo de ti mismo mirando 20 años más joven una pantalla parlante en la oscuridad.
Algo sombríamente parecido a ver pasar a toda prisa tu vida en imágenes....