sábado, 23 de marzo de 2013

Los últimos días


Una agorafobia global y dos hombres con distintos asuntos personales que resolver. Una gran ciudad degradada por la epidemia, que hay que cruzar a la fuerza para resolver esos asuntos. 
Eso es todo. Así de sencillo. Así de sugerente. Así de expuesto. 

Los hermanos Pastor han vuelto del lugar donde estas cosas se ruedan por docenas y han convencido en España a un puñado de productoras e instituciones de que no hacer cierto tipo de cine expresa, en realidad, el mismo miedo a salir al exterior que narra esta película. Y ha colado.

Aunque la necesidad real de montar la versión para España del apocalipsis sin Luis Ciges no esté del todo clara, el resultado de Los últimos días es notable porque, fiel a su modelo, durante la mayor parte del metraje la historia va al grano y se narra en ascenso. Porque los escenarios, ambientes y situaciones se mueven con bastante tiento entre la espectacularidad a pequeñas dosis, la intriga moderada, la violencia justa y el intimismo cuando toca. Todo puesto al servicio de la lógica interna del relato. O dicho de otro modo: los personajes y su peripecia interesan.

Pero lo malo de pasar por crítico es la agorafobia que se padece a salir del cine sin antes listar las pegas, mientras suben los títulos de crédito. Y esta película, esforzada, interesante y amena, a mi juicio tiene algunas (aparte de la adopción de un género ajeno ya bastante sobado).

La primera de sus flaquezas se produce en la elección del reparto, porque Quim Gutiérrez se queda un poco corto ante un José Coronado descomunal en presencia, en tono, en gesto y en voz. Cada película que pasa, Coronado está mejor y aquí sujeta cada secuencia en la que interviene. Hubiera necesitado a un oponente con más cuajo para compartir los riesgos de la oscuridad.

La segunda es que el guión, conciso y poco complaciente, pero previsible, apura algunos detalles que quizá no lo necesitan y descuida otros que hubieran podido compactar el conjunto hasta hacerlo rotundo.

La tercera es la música, reiterativa y demasiado presente, aunque idónea. Y la última es esa secuencia que está de más, y que no puede señalarse aquí.

Muy bien pensada, producida, filmada y dialogada, el impacto de Los últimos días no alcanzará los récords de Lo imposible, pero hará una excelente taquilla. Salvo que vuelvan a subirnos el IVA de sopetón y la gente deje de salir hasta a la calle.

Será el apocalipsis...

viernes, 22 de marzo de 2013

Cartel del próximo Cannes


Paul Newman y Joanne Woodward 
besándose durante el rodaje de Samantha, en 1963 


miércoles, 20 de marzo de 2013

Estos pasajeros sí que amaban

Uno de los finales más bonitos del cine de Almodóvar. Quizá con el de Mujeres el más preciso, con la música perfecta para la situación, en un plano sostenido, sencillo y profundo. Y cómo están los tres actores, en especial Victoria Abril.

viernes, 15 de marzo de 2013

Días de pesca en Patagonia


Otro tipo de viaje -sin aviones- le cae en suerte al protagonista de la nueva historia mínima de Carlos Sorin. Una película aparentemente simple y bien narrada sobre un hombre de mediana edad que, rehabilitado de su alcoholismo, decide ir a pescar tiburones en la remota región donde vive su hija, a la que no ve hace mucho tiempo. Con estos mimbres, un estadounidense te filma una pesca de escualos en mar abierto que te deja loco. Y Almodóvar no sé lo que te filma.
Pero de esas variantes actuales de la agresividad, aquí no hay nada. A Sorin le interesa la vida de la gente pequeña y se pone a su misma altura para que todo resulte hermoso pero discreto, sin un solo subrayado.  Hablando para aquellos que prefieran la sugerencia a la espectacularidad, lo cotidiano a lo imposible.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Los amantes pasajeros


Un montón de espectadores del cine de por aquí llevaban años reclamando al director de Mujeres al borde de un ataque de nervios una comedia. Bueno, una comedia, no: "La" comedia. Aunque veteadas de drama, lo eran a su manera Átame y Volver. Y personajes como la madre (Chus Lampreave) y la hermana (Rossy de Palma) de Marisa Paredes en La flor de mi secreto o “la Agrado” en Todo sobre mi madre aportaban humor en su justa medida a los cócteles salvajes de Almodóvar.

Pero no parecía bastar. En las dos últimas se había puesto muy trágico y muy turbio, no dejaba caer ni un mínimo gag con que refrescarse. Solo un detalle de La piel que habito, a cargo de su hermano Agustín, sirvió para recordar al público, y seguramente al propio Almodóvar, que tiene un don natural para la situación cómica extraída de lo cotidiano. Así que se encerró en cabina y decidió que ya tocaba. El resultado no puede ser más sorprendente, porque los momentos en los que la sonrisa logra apenas esbozarse ante la pantalla no sumarán ni dos minutos de la proyección.

Prácticamente nada funciona en la propuesta loca del manchego. Ni en vuelo, ni en tierra, ni con las drogas, ni con el sexo, ni en el petardeo, ni en las subtramas, ni por la puesta en escena, ni por el ritmo. Ni siquiera el empleo de la música o su ausencia encajan como debieran. Almodóvar tenía un punto de partida muy goloso: españoles de hoy en un avión hacia ninguna parte, un trío de azafatos gays y un aeropuerto fantasma, ajustado reflejo visual de nuestro estado de cosas, perfecto para el desenlace. Pero, inexplicablemente, lo ha echado todo a perder.

Los azafatos tienen cierto encanto, en especial el devoto, pero un recurso como el del tequila no puede tratarse de tal modo que se queme al segundo trago, cuando queda tanto vuelo, para tratar de recomponerlo después por el burdo procedimiento de escanciar un nuevo combinado y sazonarlo de mescalinas. La sinceridad compulsiva de Javier Cámara es otra idea feliz que se malgasta de un modo impropio, y de las mamadas y las bixesualidades que todo lo enderezan (uy, me ha salido un chiste para la segunda parte), ya mejor ni hablar.

Con todo, lo que me ha resultado más llamativo de este nuevo trabajo de Almodóvar es su voluntad evidente de hacer reír, truncada por una dirección que no parece suya. El guión no es gran cosa (reitera y sobre-explica demasiado los temas menos interesantes, mientras desaprovecha al noventa por ciento del pasaje), pero la dirección de actores y el sentido del ritmo, que Almodóvar suele exhibir, podían haber salvado los muebles. No ha sido así.

Algunos actores están muy bien en su papel y otros fallan clamorosamente (¿¡cómo puede actuar mal Cecilia Roth?!). Sin embargo, el verdadero problema está en ese inaprensible ritmo que la comedia necesita y del que esta película adolece de principio a fin.

Y por detenernos en alguna escena concreta: La última conversación entre los pilotos, que sobre el papel se identifica como el ejercicio de diálogo más esforzado del libreto, carece de comicidad, no tanto porque no sea gracioso lo que se dice, sino por cómo queda resuelto ante los ojos del espectador.

Almodóvar, sin ritmo narrativo, sin discurso estético y sin romanticismo, de pronto resulta que ya no tiene gracia.


lunes, 4 de marzo de 2013

Pepe Sancho

Otro actor infalible deja la escena. 
Mi favorito en Curro Jiménez. 
En los títulos de presentación salía leyendo un libro.


viernes, 1 de marzo de 2013

Un asunto real



Un asunto real, que representó hace unos días a Dinamarca en la lucha por el Oscar a la mejor película extranjera, recrea la documentada relación que se estableció entre el rey danés Cristian VII, su esposa  inglesa Carolina Matilde y el médico alemán Johann Friedrich Struensee, durante el reinado del primero.

Para ello, el director Nikolaj Arcel ha echado el resto. Tenía una gran historia y quería una gran película. Me parece que le ha salido. La narración clásica –digamos que incluso “ilustrada”- expone de forma impecable el contexto histórico, los motivos de cada personaje, la intriga política en la corte, la pasión romántica de Carolina y Johann, el tormento mental del rey Cristian, la tentación del poder en unos y otros, el precio que cada uno paga por ser como es.

A que todo esto funcione contribuye por descontado su gran reparto, liderado por Mads Mikkelsen y Alicia Vikander, una versión sueca de Natalie Portman que no me extrañaría ver pronto como novia de superhéroe en Hollywood a poco que se descuide.

Y ante nosotros, el empelucado XVIII con su palaciega puesta en escena, el inmovilismo del Anciano Régimen esparciendo miseria y mugre, las miradas de Carolina, los libros de Johann, el axfisiante protocolo que obliga a hacer públicas las intenciones sexuales de un rey para con su esposa ante los consejeros invitados a cenar… todo en la historia de estos tres soñadores desdichados respira fatalidad y sedimenta minuto a minuto lo inevitable de una pasión suicida y de una amistad traicionada.

Y como mar de fondo, un pueblo tan acostumbrado a la servidumbre que apenas sabe vivir sin ella. Que siente los cuernos como si fuesen suyos y que prefiere la superstición y las antorchas a la oportunidad de progresar. 

El resto lo pone Shakespeare: Algo huele a podrido.