martes, 31 de diciembre de 2013

Maneras de pasar la Nochevieja

Haciendo una fiesta pa los colegas, que vendrán... o no 

 Tomando martinis en el bar de la esquina

 Contando chistes verdes

 Echando unas manitas de póquer

Dando el palo del siglo 

 En la Puerta del Sol (o equivalentes)

 Reencontrando al amor de tu vida

 Más solo que la una

 Más sola que la una

 Abrazando a quien más quieres

Besando a la persona amada

Descubriendo que te han roto el corazón

martes, 24 de diciembre de 2013

viernes, 20 de diciembre de 2013

Mucho ruido y pocas nueces


Ponerse estupendo con las estrellas de calificación a cualquier película que se alimente de los libretos de Shakespeare es una tendencia que ya debería empezar a revisarse. El bardo es genial, no vamos a discutir eso a estas alturas, pero sus tramas y diálogos valen para según qué cosas.

No basta con tener la feliz idea de trasladar la intriga amorosa a tiempos actuales, vestir de traje y corbata a los protagonistas, hacerlos llegar en coche de alta gama a la casa donde se desarrollarán las situaciones y filmarlo todo en blanco y negro, incluyendo piscina, canciones pop y copas de cóctel.

Sobre todo, porque la idea no es tan feliz. No existe una sola razón favorable para hacerlo (salvo la del ahorro presupuestario), cuando lo que muestra esta fórmula no es la vigencia de la obra sino su lejanía insalvable. Quizá si el director Joss Whedon hubiese tenido en cuenta que los hechos suceden en la siciliana Mesina, esa "guerra" recién terminada, los hombres enchaquetados, el hermano intrigante y la novia en entredicho hubiesen aguantado un salto de siglos. Y Benedicto hubiese brillado como un original consigliere.

Nunca lo sabremos. Aunque, para experimentos con Shakespeare en su faceta italiana, me inclino más por el de los Taviani en el talego y su César debe morir.


jueves, 19 de diciembre de 2013

Censor antiguo: ese oficio cachondo

En otros tiempos, dedicarse a la censura era mucho más divertido, a poco que lo pensemos. 

Ahora se ha reconvertido en "manual de estilo" y quien se ocupa de aplicarlo se la pasa malamente, retocando noticias y cercenando declaraciones sobre cosas nada amenas como la prima de riesgo, que nunca lleva escote palabra de honor, las altas y bajas de la Seguridad Social, que nada tienen que ver con el largo de una minifalda, el número de manifestantes contra esto o aquello, calculados con mucha menos precisión que los segundos que duraba un beso en la boca, o las tonterías sobre el derecho a decidir, que ni en la noche más fogosa se parece a la libertad sexual amenazante promovida por algunos carteles cinematográficos de hace medio siglo.

El censor antiguo sí que lo disfrutaba. Todo el día buscando muslos marmóreos, pechos emergentes, miradas lascivas... Un calentón perpetuo con el placer añadido de negárselo al resto.

Acaba de salir un libro de Bienvenido Llopis que así lo demuestra. Se titula La censura franquista en el cartel de cine y es un auténtico festín visual. Si dentro de 50 años alguien se toma la molestia de contarnos en un libro los retoques y omisiones interesadas de la España de hoy, nos aburriremos un huevo con él.

Con el de Llopis toca disfrutar:












miércoles, 18 de diciembre de 2013

Películas del año: NO


La competidora latinoamericana en los Oscar de 2013 no tenía opciones de premio frente a Amour de Haneke, pero Pablo Larraín puede presumir de la película a mi juicio más interesante de todas, abordando el plebiscito chileno que sacó a Pinochet del poder desde un espacio inusual: las cocinas creativas de las campañas en televisión a favor y en contra del dictador.

Material no le falta, porque los anuncios que la película muestra son los auténticos. Y alrededor de ellos, los personajes y su forma de entender el asunto dotan a la narración de un encanto inesperado y permiten echar un vistazo a las diferencias entre la publicidad y la propaganda. NO es también una reflexión jugosa sobre cuál de las dos prefiere el público.

Las fuerzas en liza, con sus "querencias" a flor de piel; el creativo y su jefe, profesionales antes que ideólogos, y algunas pinceladas del entorno herido por demasiados años de pinochetismo, redondean una de esas raras películas de intriga en las que se conoce el final de antemano, pero mantienen su interés intacto porque la intriga radica en cómo se llega al desenlace, no en el desenlace mismo.

Lo demás lo pone el magnífico trabajo de Gael García Bernal, vendiendo campañas para un Chile "que cree en su futuro".


martes, 17 de diciembre de 2013

Películas del año: La Gran Belleza


Con una terraza como la de Gambardella frente al Coliseo, solo existían dos opciones: ser un gran novelista o un gran mundano. Pero él se ha convertido en esa especie de Capote heterosexual que hubiese escrito A sangre fría a los 25 y después nada, el gacetilleo con caché y la mejor agenda frívola de la ciudad.

Roma y ese bon vivant con terraza que acaba de cumplir 65 es todo lo que necesita Sorrentino para soltarnos su versión de la Dolce vita seis décadas después de Fellini y titularla la Grande Bellezza.

Grande en sus extravagancias, en sus mentiras piadosas y en sus vanidades crueles, en su decadencia lenta pero inevitable, en su profunda desolación, en su silencio que amanece, en su belleza abrumadora.

Gambardella nos hace de cicerone por la ciudad eterna en un carrusel de situaciones desaforadas o melancólicas, de cinismos y ternuras, de irreverencia y búsqueda. 

Gambardella: Elegante y noctámbulo, inteligente, superficial, generoso e hipócrita, sensible y despiadado, construyendo consigo mismo esa novela sobre la nada que se le resistió a Flaubert y descubriéndolo tarde, como Gil de Biedma al asumir que no quería ser poeta sino poema. 

Roma es la ciudad perfecta para entender cosas así. Su belleza se pone de tu parte hasta destruirte. Y este homenaje a su voracidad es una de las grandes películas del año.


lunes, 16 de diciembre de 2013

O´Toole y Fontaine

Peter O´Toole

No eran frecuentes entonces los protagonistas de habla inglesa tan rubios, tan de ojos azules. Pero Peter era así y lo suplía con talento para la ira, la ironía, la carcajada, la congoja y el remordimiento. Igual que Mitchum, se emborrachaba como un piojo y luego hacía la escena sin descomponerse. Una vez dijo con el frasco en la mano: Yo no soy un actor, soy una estrella de cine. Otra batalla perdida de una generación irrepetible, harta de copas.

Joan Fontaine

Su primer gran papel de juventud, el de la segunda señora de Winter, jamás tuvo nombre, ni el de soltera. Y eso que lo mejor de Rebeca era su “crono” para conseguir marido en la Costa Azul. Ahí estaba Joan a tope de revoluciones, luego en la mansión se agüevaba ante el estilo nosferatu de la Danvers. La película hubiera sido redonda si se hubiese titulado Olivia.

domingo, 15 de diciembre de 2013

viernes, 13 de diciembre de 2013

David y Goliat

Este fin de semana se estrena Guadalquivir



Y la segunda de El Hobbit

lunes, 9 de diciembre de 2013

12 años de esclavitud

El viernes que viene aterriza en los cines una de esas películas con prestigio que suelen asomar en el último trimestre para competir con garantías en los próximos Oscars.

La crítica que precede su estreno en España la pone por las nubes y supongo que en ello influyen el tema abordado, la potente producción, la dirección sólida de McQueen, el impecable reparto encabezado por Chiwetel Ejiofor y Michael Fassbender con aparición especial de Brad Pitt incluida (es productor de la película) y el siempre agradecido detalle de estar basada en una historia real.

Pero el espectador que haya leído La cabaña del tío Tom o visto la serie Raíces encontrará pocas novedades en este nuevo repaso al horror cotidiano de la esclavitud en las viejas plantaciones de algodón sureñas de antes de la Guerra.

Esas pocas novedades tienen parte narrativa y parte estética: En la primera, la narrativa, se nos ofrece la condición de hombre libre del protagonista, que no remite a un reciente pasado africano sino a su vida de clase media alta newyorkina, en una época previa a la secesión americana. Una circunstancia bastante original para esta clase de relato, de la que se hubiese agradecido mayor información en el arranque e influencia en el desarrollo.


En la parte estética, la novedad es que la violencia ejercida sobre los esclavos gana en realismo y en crudeza.

Por lo demás, la historia no se despega demasiado de las convenciones propias del género: un negro listo siempre cae mal a un blanco ignorante, un dueño de plantación blando es pronto sustituido por uno abyecto, las señoras de la casa combinan la indiferencia más escalofriante con los celos mal llevados, y así hasta reunir la docena. 

Su contundente realizador extrae de todo ello algunos momentos muy poderosos. Quizá toda la película lo sea para el espectador muy joven, al que se dirige preferentemente la industria de Hollywood hoy día. Sin embargo, a mí me ha resultado una de esas narraciones correctas e interesantes en la que ser testigo otra vez de una verdad terrible, pero ya conocida.

Aunque, paradójicamente, en esta ocasión ni siquiera te permiten calcular el paso de los años. 


domingo, 1 de diciembre de 2013

Frozen: El reino del hielo.


A estas alturas del partido, mis patillas, las guías de mi bigote y casi toda mi perilla se han vuelto prácticamente blancas, aunque nadie me haya helado todavía el corazón. Lo que quiero decir es que he visto TODO el cine de Disney. En pantalla grande, televisión, Beta, Vhs, Dvd o Blu Ray: sus clásicos, sus películas de declive, su remontada musical y su entrada en el 3D en paralelo a Pixar.

La capacidad en la producción y comercialización de sus títulos, por completo insuperable, hace de cada nuevo estreno un triunfo que solo la propia Disney puede juzgar con tibieza en algunos casos en los que su recaudación no gana por aplastamiento. Pero ese no será el caso de Frozen, que ha estrenado en España en el momento justo, con su propio espacio después de Turbo y antes de Futbolín y un puente goloso para ella solita.

La pericia técnica de esta película esta fuera de discusión. No se puede animar mejor. Basta esperar el gag posterior a los créditos para hacerse una idea de cuántos profesionales han contribuido a que esto sea así. Lo que pasa (a lo mejor son las canas) es que yo veo a las dos princesas protagonistas y me imagino de inmediato a las muñecas de la sección juguetera, con ese tufillo a heroína japonesa tipo Candy Candy, adaptada al toque Barbie que necesita el merchandising de la casa.

Para que la cosa no cante tanto, vuelven las canciones. Pero lo hacen con un concepto empeorado que no las utiliza como sustitutivo optimista de la elipsis, sino interponiéndose en la narración en la línea de Los Miserables, hablo, canto, vuelvo a hablar, vuelvo a cantar. Hasta mi hija juzgando la película positivamente empezó diciendo "tiene mucha música, pero aún así está bien".

Sobre todo por el muñeco de nieve (que triunfará también estas Navidades en las tiendas y los restaurantes de comida rápida con pack infantil). De hecho, el cortometraje que publicitaba la película, en el que solo aparecían el muñeco y el reno, es sin duda lo mejor de Frozen sin formar parte de ella. 

Con secundarios como estos, Disney seguirá triunfando, aunque tenga el corazón helado.


viernes, 29 de noviembre de 2013

Maneras bonitas de fracasar


En menos de 24 horas he visto una película estrenada hace tiempo y una que aún tardará unos días en estrenarse.

La primera es Searching for Sugarman y habla de un tipo llamado Sixto Rodríguez que editó un par de discos fastuosos en el Detroit de los setenta, no vendió más de seis copias y desapareció del mapa. Aunque él no lo sabía, un solo vinilo con su música desoladora había cruzado el océano para aterrizar en la Sudáfrica del apartheid, donde una sociedad asfixiada  de aislamiento y veneno racial tomó las canciones de Rodríguez como himnos de libertad, convirtiéndolo en el artista norteamericano más apreciado para toda una nación, por desgracia cerrada a cal y canto.

Veinte años después, un melómano de a pie y un "detective" musical dieron con aquel hombre y lo llevaron de gira al país que se sabía sus canciones de memoria y las consideraban la memoria de que otra Sudáfrica realmente era posible.

Pero transcurriría una nueva década para que el realizador sueco Malik Bendjelloul conociese esta historia inaudita y armase con ella el mejor documental que he visto sobre la belleza de algunos fracasos, las segundas oportunidades y la importancia relativa del dinero que materializa un éxito. Porque el hombre que vendió millones de discos donde nadie le conocía sigue viviendo en su vieja casa de Detroit, sin importarle gran cosa que otros se quedaran con la pasta.


La segunda es Le Week end, una película de ficción escrita por Hanif Kureishi, dirigida por Roger Mitchell y protagonizada por Jim Broadbent y Lindsay Duncan.

Le Week end  cuenta un par de días muy parisinos de una pareja británica, brillante y mayor, dispuesta a celebrar el 30 aniversario de boda como suele hacerse: gastando más de lo aconsejable, soltándose puyas sin compasión y queriéndose a pesar de todo.

Llegar a los sesenta no es nada fácil, en especial cuando se ha sido el más prometedor de la promoción de Cambridge, para acabar dando clases en un sitio que decididamente no es el tuyo. No ayuda tener una mujer hermosa aún, fulgurante en la réplica pero imposibilitada para el deseo. Ni un amigo de éxito instalado en la ciudad. Pero a veces, los libros que no se escriben, siendo el peor de los reproches, son el mejor de los asideros.

En cuanto a la media naranja, con la menopausia más que zanjada, pueden importar cosas como aprender italiano, tocar un instrumento o comprender que ese esposo desvalido y enamorado es la persona con la que más te diviertes en este mundo.

Un mundo en el que ambos se han esforzado en fracasar, bailando juntos frente al desastre.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Zipi y Zape y el club de la canica


Hacer buenas películas para la chiquillería, a una escala inevitablemente pequeña en comparación a la de Hollywood, es un reto nada sencillo que en los últimos tiempos parece asumir nuestro cine. Algo que hubiera sido deseable plantearse internamente mucho antes de que la economía de vacas gordas se quedase en los huesos.

Tampoco hacía falta un análisis muy profundo para poner el interés en ello. Solo darse cuenta de que no puedes garantizar hacia tus películas el cariño de las nuevas generaciones si su hábito de cine durante la infancia se adquiere exclusivamente a través del que te cuela la competencia.  

En fin, lo que importa es que se han puesto con ello, aunque la falta de "tradición" en este tipo de producto se nota bastante en la mayoría de las propuestas, incluso en las más notables. Así, el astronauta de Planet 51, el aprendiz de arqueólogo Tadeo Jones o el aspirante a caballero medieval Justin, pertenecen al universo anglosajón de la aventura infantil y juvenil. 

Su calidad técnica y éxito comercial están fuera de discusión. Solo falta que se asimilen como el primer paso hacia historias con una identidad algo más propia, que puedan agradar al público de cualquier país del mundo sin necesidad de que los protagonistas se llamen Jones o Justin. Pueden llamarse, por ejemplo, Zipi y Zape. Incluso filmarse en carne y hueso.  


No es poco avance: La historia del club de la canica está ya a mitad de camino entre los planteamientos "anglo" de aventura chiquillera y los nuestros. El internado aún es hogwartsiano en su estética, pero tiene motivos argumentalmente fundamentados para serlo. El personal docente remite también, si no a la magia, al maestro tipo de la posguerra británica. Y el director es un malvado que coquetea de forma explícita con la villanía internacional de parche en el ojo, con sus guardianes militarizados y su doberman cabroncete. 

Pero los chavales son otro cantar: basta oír su reacción ante una sentencia versificada y esculpida en piedra ("menuda gilipollez") para darse cuenta de que proceden de algún lugar de España.

Es una lástima que los actores más flojos de la película sean precisamente los que encarnan a Zipi y Zape, porque el resto de la pandilla hace grandes sus interpretaciones y el guión se encarga de darle a cada uno el justo momento de gloria.

Buen trabajo general, para ir terminando. Zipi y Zape se ve con cierta condescendencia al principio y con verdadero agrado en su último tramo, cuando el club encuentra una auténtica misión con carácter... y, sobre todo, canicas.


viernes, 22 de noviembre de 2013

Están gilipollas. Otra entrega


Presento noticia cazada esta semana como prueba: Se prepara la secuela de Qué bello es vivir, el clásico navideño de Frank Capra que completa junto a Lo que el viento se llevó y Casablanca  el trío de films del viejo Hollywood más queridos por el público de todo el mundo.

La secuela, titulada It's a Wonderful Life: The Rest of the Story, se centrará en el nieto de George Bailey, llamado igual que su abuelo (para qué vamos a rompernos la cabeza), a quien se le aparecerá un ángel de la guarda para enseñarle cómo habría sido su mundo si él no hubiera nacido. Vamos, lo mismo de entonces, pero ahora.

La financiera Star Partners y la productora Hummingbird perpetrarán el proyecto, para el que ya se ha contactado con los supervivientes del reparto original. Karolyn Grimes, que interpretó a Zuzu, (la hija a la que Bailey le arreglaba una flor escondiendo los pétalos en su bolsillo), hará de ángel en esta entrega a sus 73 añitos.

Lo que aún no está decidido es si la película quedará libre de derechos para que se emita sin límite en las televisiones cada Navidad. Aunque supongo que no están los tiempos para tanto milagro. Y está bien que así sea, porque la de Capra seguirá reinando siete décadas más.

Sí, Jimmy, qué le vamos a hacer: están gilipollas. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Blue Jasmine




El auténtico pijo newyorkino no usa internet. Nos lo dice Woody Allen en su última película, Blue Jasmine, la historia de una mujer desgraciada con maletas de Vuitton: Si vas a organizar las mejores fiestas de Nueva York, no necesitas correo electrónico. Y apenas teléfono, un complemento casi plebeyo para una mujer de mundo.

La  última propuesta de Allen, esa que a España llega con el otoño, habla de gente que se relaciona a la manera clásica, como a poco que nos descuidemos solo podrá hacer en breve la gente acaudalada. Un grupito de privilegiados que cuando se tuercen las cosas, acaba en portada de la prensa nacional. El caso de Jasmine parece extraído de los testimonios ante el juez de cualquiera de las esposas de los encausados por corrupción o chanchulleo financiero, de aquí mismo o de Wall street (que suena más elegante, a qué negarlo). 

El acierto de Allen es olvidarse del macho lujoso y centrar su mirada en ella, la mujer vestida de marca de la cabeza a los pies que no piensa demasiado en lo que hace su marido para llevar semejante tren de vida, aunque lo sabe de sobra.

Tiene como siempre un reparto adecuado y una actriz para el Oscar. También un puñado de ideas aceradas y una amargura descomunal. Hasta los fallos de guión parecen pensados: solo una esposa enamorada ciegamente sería capaz de concederle al marido que vaya al estadio acompañado por una maciza que suda en el mismo gimnasio que ellos. Aunque lo  más trágico del personaje de Blanchet es la capacidad de destruir al objeto de su amor cuando llega el despecho.

Que el personaje de la hermana no le explique en cuatro clics cómo se hace un cursillo online es lo menos verosímil, en realidad la prueba de que Woody se codea con la clase alta de Nueva York diariamente, pero no con personas de barrio obrero, que ya respiran y viven por su ordenador y su teléfono casi más que en el bar o frente a la tele, antaño el altar estadounidense, hoy un electrodoméstico en vías de extinción.

Una excelente película, ligera en la superficie, inaguantable en su pesimismo.