viernes, 28 de marzo de 2014

2 francos, 40 pesetas



Hace seis o siete años, Carlos Iglesias se destapó como director de cine. Lo hizo con un medido debut, tratando un tema que conocía bien y haciéndolo con sencillez, sensibilidad, humor y olfato para los detalles más representativos. Un franco, 14 pesetas sorprendió y agradó a todo el mundo. Era una buena película, bien escrita, interpretada y contada, acerca de un tema poco explotado en nuestro cine (Vente a Alemania, Pepe y Españolas en París eran los dos títulos más populares hasta la fecha sobre la emigración española a Europa).

Pero si aquella era toda una película, cine pequeño pero con mayúsculas, su secuela se ha quedado en algo parecido a una TV movie. Correctamente producida, pero falta de brío, de situaciones interesantes, de frescura, de intensidad. Pesan sobre el conjunto demasiadas soluciones ramplonas de guión y puesta en escena, y no pocos mensajes-guiño a la actualidad tan obvios que en alguna ocasión diría que resultan "anti-narrativos".

Los personajes que uno querría ver de nuevo desenvolviéndose por Suiza, vuelven a estar allí, de acuerdo, pero tienen ahora muy poco que hacer en pantalla. Y los que se les incorporan, por el sencillo procedimiento de organizar un bautizo, vienen a aportar apenas nada. 

Podría haber funcionado la trama paralela del interrail, las diferencias entre el viaje que hizo el padre con su amigo (en busca de trabajo) y el que hace el hijo con el suyo (para disfrutar el veraneo), pero la falta de profundidad o de malicia hace que Iglesias desaproveche, a mi juicio, este camino. Así que solo en algunos momentos aislados funcionan el humor o la melancolía. 

En fin, que a 2 francos, 40 pesetas le pasa lo que a la última de Clooney, pero sin Guerra Mundial, sin obras de arte y sin Clooney. 

Una verdadera lástima, porque la primera tuvo mucho encanto.


martes, 25 de marzo de 2014

El gran hotel Budapest



Ser director de cine y al mismo tiempo autor es algo difícil de conseguir en la industria estadounidense. Como te descuides, para poder hacer algún juguete con tu sello te obligan a filmar una de superhéroes (o la mitad de la franquicia) y acabas perdiendo el norte como Burton y Nolan.

Creo, sin embargo, que Wes Anderson quedará exento de semejante prueba. Su firma, elogiada y excéntrica, no parece admisible o adaptable a proyectos ajenos a ese universo suyo que oscila entre la línea clara del cómic belga, la originalidad literaria a lo Gómez de la Serna y la paleta vintage que se deriva de lo anterior.

Con esas referencias, más o menos conscientes, se ha divertido en El gran hotel Budapest. El lugar perfecto para zambullirse en todos sus tics de estilo y no parecerse a nadie, trabajando en ello esforzadamente. Y ese es para mí su “pero”, que se le nota el esfuerzo, aunque yo creo que él mismo quiere que se note.


Con un reparto que solo Allen se podría permitir, Anderson construye un relato pizpireto en escenario fin de siècle con conserjes dedicados, aprendices de botones, huéspedes y asesinos, herencias y ejército, en tono humorístico y artificioso, pero bonito de ver. Algunos momentos inspirados, varios gags con verdadera gracia y mucha dirección artística convierten la película en algo disfrutable, pero la necesidad de ser fiel a la propuesta (y deslumbrar con ella), lastra el conjunto alambicándolo en todo momento, lo que favorece a ciertas escenas e incomoda en otras. Pero que, sobre todo, pone al descubierto la poca sustancia que la historia encierra, en realidad.

No creo que Anderson conozca a Gómez de la Serna, pero debería repasar el cine de Neville y hacerse unos remakes de La vida en un hilo o El último caballo, a ver qué tal.

viernes, 21 de marzo de 2014

Ocho apellidos vascos



Lo que son las cosas: la película que está resucitando la cuota española de taquilla (tres millones el primer fin de semana), se llama Ocho apellidos vascos. Habla de un sevillano engominado que se disfraza de borroquero en pleno corazón de las Vascongadas para ayudar a una guipuzcoana áspera y en apuros, mientras se ríe de su flequillo abertzale y ambos se enamoran como becerros de comunidad autónoma no identificada. A eso, temáticamente hablando, le llamo yo arrojarse al vacío y encontrar agua donde hasta ahora no hubo más que mierda y sangre.

Pero empecemos por el género: como comedia, la película divierte sin apenas desfallecer. Es mérito de sus protagonistas, en especial los que encarnan Dani Rovira y Karra Elejalde, que no solo están perfectamente cómicos, además están entrañables. Inmenso ese marinero vasco con el "hostia" permanente en la boca, que devora la película desde su aparición en puerto con sus recomendaciones y advertencias de padre y suegro, su cabezonería y generosidad, y que encuentra además un gran oponente en la mejor Carmen Machi que recuerdo. 


Frente a ellos, Dani tiene gracia para la torpeza, el desparpajo, la cara dura y el miedo. Todo le sale. Y Clara Lago, con el menos agradecido de los papeles, hace creíble lo más endeble del guión y pone la belleza oportuna a la aventura. En fin, que cada cual en sus escenas se vuelca en sacar petróleo de cada chiste. Y la cosa se salpimenta con unos sevillanos de feria y un cura a boina calada. Realmente, lo único que flaquea en comicidad es el relleno de radicales de medio pelo y cuarto de neurona, incluso aunque se les tilde de tontos del culo.

Y así salimos del género -puede que hasta de la película- y llegamos al contexto, abarrotado de preguntas incómodas: ¿Podemos ahora disfrutar esta comedia y dejar a un lado los muertos? ¿Es legítimo reírse de cosas como el piso franco, los comandos, los secuestros y apodos como "el metralleta"? ¿Es garantía suficiente saber que al Gara no le ha hecho ninguna gracia la película? ¿Es improcedente hacerse este tipo de preguntas ante un producto sin más pretensiones que hacer reír? ¿O también es política una película que "no se mete en política"? 

Creo que en el Carnaval de Cádiz de este mismo año han encontrado algunas claves, Patxi, pisha...

miércoles, 19 de marzo de 2014

Teaser 3

LA SUECA & JORGE ALBI & THE HITMAN & SONIC YOUTH & HARINEZUMI & SUBTÍTULOS

martes, 18 de marzo de 2014

Búscame en Groenlandia

Me escriben de Kangerlussuaq el groenlandés y la granaina para decirme que el ejemplar de Tiene delito que aterrizó allí, ya se lo han leído. Con ese invierno se lee uno hasta las manos. Abrazos, pareja.


domingo, 9 de marzo de 2014

martes, 4 de marzo de 2014

Agosto


La familia norteamericana repentinamente reunida ofrece, cuando la obra aspira al prestigio, un territorio minado de secretos, rencores y reproches de largo alcance. De eso va Agosto, la película que le ha proporcionado a Meryl Streep su décimo octava nominación al Oscar, adaptación de un drama teatral de los que piden premios a gritos, representado por un grupo de actores y actrices imponentes y dispuestos a todo.

Meryl Streep, algo pasada de rosca, dirige una catarsis de mesa y mantel en la que todos y cada uno de los miembros de esta familia tan del Medio Oeste versión literaria, van dándole la réplica –ora Miller, ora Williams- y brilla especialmente una Julia Roberts tan precisa como gratamente madura (visto lo visto en los Oscars, ojalá nunca se opere).

Minuto a minuto, escena a escena, los diálogos y su encarnación por los diferentes protagonistas del drama son espléndidos y eso, paradójicamente, acaba lastrando el conjunto: Ésta es una película que se gusta a sí misma y no sabe o no quiere renunciar a un solo toque de desgarro, a una sola revelación traumática o tremenda. En fin, que acaba saturando al espectador por acumulación, porque la familia de Agosto se diría un compendio de todas las familias teatrales norteamericanas que han pasado por las tablas con tufillo a Pulitzer antes incluso de que suba el telón. El alcohol y demás adicciones, la brecha generacional, las carencias emotivas, los amores prohibidos, las crisis matrimoniales, la cita de T.S Eliot y hasta el calor opresivo del verano, acuden a la cita sin novedad o disimulo, encadenándose hasta el empacho.

Aún así, la película es disfrutable también por eso. Como pasa con esas comidas fuertes a las que a veces hay que regresar a pesar del riesgo, sólo hace falta acudir a la sala con un protector de estómago o un digestivo para disfrutar plenamente del festín dramático de Agosto.

Meryl pone el ajo.

lunes, 3 de marzo de 2014

Perdedores



Anoche, la Ceremonia de los Oscar volvió a demostrar que, más allá de los twitter, las cosas cambian poco en el negocio del espectáculo, entendido a la estadounidense manera.

La apabullante Gravity se llevó todos los premios técnicos y el Oscar al mejor director. 12 años de esclavitud, arropada por todos los presentadores afroamericanos disponibles, los de mejor película, actriz secundaria y guión adaptado. Her, el de mejor guión original. Cate Blanchet ganó su Oscar como protagonista de la peli de Woody Allen. Los de actor principal y secundario fueron para una peli aún sin estrenar en España, titulada Dallas Buyers Club (Matthew McConaughey haciendo de cowboy con sida). Disney pescó película animada y canción. Ganó como película extranjera La gran belleza italiana y el cortometrajista español se fue de vacío. La presentadora tuvo cierta gracia sin pasarse, los números musicales y montajes de pelis fueron bastante espectaculares, las operaciones estéticas mostraron los estragos del tiempo en mujeres antaño hermosas y se olvidaron de nuestra Sara Montiel en el repaso a las estrellas desaparecidas que han brillado en Hollywood. 

En fin, una ceremonia bastante normal, casi casi la de todos los años.

Aún podríamos hablar del retorno de Scorsese al nervio cinematográfico y al desprecio académico, o del cero cerete que se ha llevado la mala copia de Scorsese que lleva la palabra estafa en el título. Pero son otros los perdedores que realmente importan y duelen: Nebraska Philomena han sido los títulos de la finalísima de los Oscar que han recibido menos atención y ningún premio, siendo sin duda dos pequeñas maravillas que no generan recaudaciones heroicas, pero hablan de un ser humano real, con sus debilidades y su entereza.


Nebraska, esa road movie de reencuentros donde Payne vuelve a encontrar el punto justo entre el dolor y la sonrisa, el sarcasmo y la ternura, deja un relato inmune al envejecimiento gracias a sus protagonistas, originales pero reconocibles: el padre acabado, la madre cojonera, el hijo pesaroso. Y un humor que oscila entre la corrosión y la piedad con un talento al alcance de pocos.

Philomena es en cierto modo otra road movie, la de un privilegiado talentoso y resentido junto a una mujer sencilla que lo ha sufrido todo pero se protege de los otros y de sí misma descartando el odio. Judi Dench, que bien podría ocupar el puesto fijo de Meryl, hace aquí un trabajo lleno de sutileza y de amor, respaldada por el estirado y brillante Steve Coogan, para zarandearnos durante hora y media entre sonrisas y nudos en la garganta.

Ambas películas se van de vacío. Da igual. Están absolutamente llenas de cine. 
De ese que nos comprende y nos habla a todos los perdedores de la Tierra.