lunes, 31 de enero de 2011

También la lluvia


Iciar Bollaín, una directora que siempre hace películas interesantes y entretenidas –se dice pronto-, ha estrenado este año su película más ambiciosa en términos de producción y la más básica en discurso. Por el tamaño del presupuesto, las complejas y bien resueltas escenas de revueltas sociales y aventura selvática, el contundente reparto y el atractivo añadido de las películas “de cine dentro del cine”, podría esperarse un resultado muy poderoso, sobre todo si tenemos en cuenta que hasta ahora el punto fuerte de Bollaín ha sido la construcción coherente, matizada y progresiva de sus personajes, lo que a poco que la historia interese dota al conjunto de una fortaleza inusual.

Así sucedía en Hola, ¿estás sola?, en Flores del otro mundo, en Te doy mis ojos y en Mataharis. Aunque en la mayor parte de ellas faltaba esa épica narrativa y presupuestaria con la que contaría aquí, en su También la lluvia.

Pero un discurso político sin matiz alguno difícilmente permite personajes que los tengan. Y así, en esta película (que, a pesar de todo, sigue siendo interesante y entretenida como todas las de Bollaín), Gael García Bernal va dando bandazos entre la posición de artista y la de superviviente, Tosar pasa de ser un hideputa a tener una pizca de corazón por una niña con la que apenas trata (y esa hubiera sido una buena razón para implicarse), la documentalista del rodaje se desdibuja minuto a minuto y los actores que encarnan a Colón y a los frailes se quedan al borde del estereotipo. El único que lo tiene claro es el indígena, que tiene motivos para cada acción que le propone el guionista, porque el discurso, claro, es el suyo: El del blanco explotador y la larga noche de los quinientos años.

Sigue pendiente la película en habla española que nos muestre sin prejuicios las múltiples facetas de la época de la conquista o el tupido entramado de voluntades, intereses y resistencias de la Sudamérica actual. Para hablarnos realmente de más cosas que del oro y de la sangre. Sí, por ejemplo, de la lluvia.

sábado, 29 de enero de 2011

The Fighter: ¿por qué no en plural?


Un boxeador sin suerte al que se le acaba el tiempo, un tipo difícil pero eminente en su rincón del cuadrilátero, una madre coraje que se equivoca por amor, una novia camarera con las ideas claras y mucha pegada verbal, una remontada imprevista, un último combate…

Supongo que nos va sonando. Pues ese es una vez más el resumen de esta enésima peli sobre boxeo, superación personal y familia que acaba de descolgarse en la cartelera y que compite por los Oscars de un año creativamente flojo en el cine norteamericano (en taquilla ha noqueado a todos los demás, como siempre).

The Fighter no cuenta a priori nada nuevo, ni lo hace de forma distinta: Presentación de personajes y caracteres, estampas de bar, mesa de la cocina y calles del extra-radio, y escenas de conflicto entre combate y combate hasta llegar al decisivo, que todo el mundo puede imaginar cómo termina sin necesidad de ser muy imaginativo, caramba.

Pero hay un elemento que marca la diferencia: aquí hay dos luchadores, no uno. Mark Wahlberg y Cristian Bale, Micky y Dicky, son dos hermanos nacidos en Lowell que luchan por ser lo que siempre ha querido América para sus hijos, la ciudad que les vio nacer y no digamos su madre y manager: ganadores.

El hermano mayor, Dicky (Bale) rozó la gloria tumbando a Sugar Ray, pero como él mismo confiesa bajo los efectos del crack, lo consiguió demasiado pronto. El segundo, Micky (Walhberg), ha crecido a su sombra pero no le importa mientras eso les lleve a alguna parte. La película narra dicha búsqueda en paralelo de ambos hermanos. Qué parte es esa a la que se dirigen. Qué papel juega cada uno en ella. Cuánta autoestima se necesita para asumir las oportunidades perdidas y las nuevas oportunidades.

Es cierto que algunos tópicos son ya innecesarios si no contraproducentes (¿por qué la exmujer tiene que ser siempre un bicho y el último contrincante una mula parda sedienta de sangre?). Pero Bale, que tiene el Oscar al alcance de la mano, construye un personaje fenomenal que convierte esta película en otra cosa, sobre un relato ya contado en otras ocasiones por gente muy solvente. Mark le aguanta como puede el plano, como de hecho sucede con los personajes reales a los que encarnan. Y al final, un tarareo al salir hacia el ring descubre que se puede contar otra vez la misma historia y estremecer. Porque cuando los yankees (que diría Michaleen) se ponen a hacer buen cine, lo hacen cojonudamente bien.

domingo, 23 de enero de 2011

El hombre tranquilo



Anoche soñé que volvía a Innisfree…

…Y comprobé que Ford era en realidad un emigrante con morriña. Norteamericano de primera generación, con lo que eso supone –patatas en la mesa como si fuesen pan de trigo, whisky a gogó y maldiciones en gaélico-, nuestro borracho favorito había pasado por todo lo que la industria no podría ofrecerle hoy aunque quisiera: trabajos accesorios, pero relevantes, como el de especialista sin croma, guionista a tanto la página, actor de relleno en el mudo, o director en serie para cubrir el cupo de cualquier estudio emergente en películas de un solo rollo. Aunque todas esas cosas, y en su tiempo, a un irlandés de corazón ni le estremecían, porque le formaban. Hablamos del concepto casi olvidado, pero muy anglosajón, de empezar desde abajo. Dicen que bien utilizado vale para coger a un principiante del sonoro de la talla de John Wayne y putearle hasta hacer de él un actor principal, para enamorar a Katherine Hepburn antes que Tracy o para levantarse ante la liga de directores en plena caza de brujas, decir que haces películas del Oeste y mandar a freír puñetas a Cecil B. De Mille. Cosas de irlandeses emigrados.

Ford no había nacido en Irlanda y, a pesar de su idas y venidas durante la infancia, tenía mucho más fácil encontrar la salida del Monument Valley que localizar un pub auténtico de la isla familiar, donde sus falsos recuerdos recreaban gente noble y cantarina que no hablaba en la barra de sus mujeres cuando bebía a fondo, salvo que hubiese un asunto de tierras o dotes de por medio. Pero fue suficiente para concebir El hombre tranquilo, que se resume en una pelirroja, un paisaje, una culpa y una banda sonora inapelable. Contando, claro está, por puro instinto hereditario, con el guión más irlandés de la historia del cine a cargo del newyorkino Frank S. Nugent (también autor de Centauros del desierto, también descendiente de irlandeses).

Claro que eso no basta si no se sabe poner la cámara y elegir las tomas, lo que nunca fue un problema para Jack, ni en el desierto, ni en los verdes valles de Innisfree. Sabía lo que quería rodar, cómo hacerlo y hasta montaba la película -aunque no firmase esa parcela- por el sencillo procedimiento de enviar sólo la toma buena de las pocas que hacía. Así que nada faltaba para hacer su canto de amor a Irlanda a su manera, ni siquiera el whisky. La pandilla entera (Wayne, Maureen, Victor McLaglen, Ward Bond, Mildred Natwick, Barry Fitzgerald) recrearía su paraíso, lo más parecido que conozco a la utopía. Y como el verso que empieza un buen poema Maureen O´Hara despliega, líricamente fotografiada por otro habitual de Ford, toda la belleza de la historia a través de una interpretación medida y racial que nos muestra alternativamente su deseo, su pudor y su despecho. Desde entonces, no hay Irlanda sin pelirroja. Aunque Irlanda tampoco es Irlanda sin verdor, costa ventosa y paisaje humano desde la iglesia a la taberna, cuya esencia son el excelente y temperamental cura católico, el tozudo hermano de la novia y, sobre todos, el casamentero y corredor de apuestas Michaleen Flynn que retrata al americano como: ”un buen, tranquilo, pacífico hombre, que ha vuelto a casa a olvidar sus problemas. Por supuesto, es un millonario, como todos los yankees”.

Y no puede ser más preciso, porque el adinerado yankee viene pacíficamente a olvidar. Lo hace en cuanto ve a Mary Kate, pero será también su amor por ella lo que le obligue a enfrentarse de nuevo al pasado y superarlo. A fuerza de puñetazos, pintas de cerveza y música irlandesa, popular y sinfónica.

"No me gusta la música de las películas. Detesto ver a un hombre en el desierto muriéndose de sed con la orquesta de Filadelfia detrás de él”. Era otra boutade de Ford, por supuesto, en Filadelfia, en el desierto y en Innisfree. Y allí estaban la partitura de Víctor Young y las canciones tradicionales cantadas a capela para rebatirla. Y rubricar la Irlanda soñada por Ford para su hombre tranquilo, que regresó a su antiguo hogar para quedarse mientras Jack se volvía de nuevo al Oeste, a seguir haciendo películas de indios y vaqueros.

En tiempos como estos, en los que un director de cine tiende a pensar que será un “autor” antes siquiera de estudiar cine o simplemente rodarlo, esta película se conforma con una historia de costumbrismo, amor y redención, para levantarse como otra de las muchas obras maestras de ese tipo que se despidió diciendo: Nunca pensé en lo que hacía en términos de arte, o “esto es grande o estremecedor”, o cosas por el estilo… Para mí siempre fue un trabajo, que yo disfruté enormemente, y eso es todo.

Cuentan que lo dijo tranquilamente.




viernes, 21 de enero de 2011

¿Nos invitarán a la premiere?


El director Scott Derrickson, quien recientemente ha perpetrado El exorcismo de Emily Rose y Ultimatum a la Tierra, ha sido contratado para dirigir Goliath, que, como podéis suponer, se trata de su particular versión (seguramente en 3D) de la historia bíblica conocida por todos como David contra Goliat. Parece que los estudios siguen sin ideas nuevas para sus próximos proyectos, aunque siempre se puede tirar de las épicas y batallas que "suenan" al público, dándoles un lavado de cara similar al visto en 300. Según parece, el guión ya está escrito y sus autores lo definen como "una película que mezclará detalles de 300 y la saga de Bourne". ¿Cómo coño se hace eso?

Por lo visto, la historia "arranca cuando el feroz guerrero Goliat es enviado a localizar al rey anunciado de los israelitas. Un joven pastor, llamado David, se ve inmerso en una persecución épica y luchando en multiples aventuras por su propia vida, la vida de sus seres queridos y, finalmente, la vida de su pueblo. La historia culmina en una batalla de proporciones bíblicas entre el joven y el gigante enviado para destruirlo" (fuente: paperblog)

Por si os queda alguna duda del enfoque, serán los responsables de la saga Crepúsculo los que se encarguen de producir esta película.

Propongo ir a verla con una honda en el bolsillo.

miércoles, 19 de enero de 2011

No controles


De los creadores de… (póngase un título de éxito) suele ser un reclamo publicitario en los carteles que a mí me da un poco de prevención aunque reconozco su eficacia y legitimidad. Pero obliga al espectador de ambas películas –la que se estrena y la que ya se estrenó- a la comparación forzosa. Y esta nueva película de Cobeaga, con su guionista y su productor habituales (es decir, los creadores de) es una propuesta muy diferente a Pagafantas, aunque comparta con ella consignas que parecen formar parte del estilo del equipo.

No controles es una comedia mucho más clásica en su concepción que la historia del enamorado sin esperanza obligado a hacer de amigo-hermano de su objeto de deseo. Aquí, el protagonista masculino consiguió a la chica, aunque la ha perdido, y hay pocas dudas de que después de algunas peripecias más o menos afortunadas, ridículas o ambas cosas, logrará recuperarla. Ya digo, esquema clásico, y –eso sí- algo más de piedad con el personaje.

Con todo, no sé si por la novedad que supuso Pagafantas, me parece que el cóctel de aquella estaba mejor mezclado. No controles cuenta con algunos personajes auténticamente certeros, en especial el Juancarlitros del estupendo Julián López, y momentos de comicidad brutal (grandísimo el gag del chupetón). Pero el ritmo, ese intangible que le da la vida a las buenas comedias, no llega a mantener su brío como pide un vodevil con aviones. Parece una paradoja, pero quizá el guión, el montaje o la puesta en escena tenían que haberse “controlado” menos.
Aún así, Cobeaga es una apuesta segura de entretenimiento, algo que parece obvio en esto del cine, pero que no resulta fácil cuando todo el mundo quiere dárselas de autor total. Cobeaga prefiere hacer equipo y por eso le sale bien hasta la que no le sale tan bien.


lunes, 17 de enero de 2011

El discurso del Rey: mi reino por un logopeda.


"No somos dioses, pero somos ingleses que es casi lo mismo"
(Michael Caine en El hombre que pudo reinar)



Desde hace décadas, el cine inglés tiene dos filones que le pertenecen por entero y de los que extrae la mayoría de sus grandes películas recientes: el género de “tragicomedia urbanita post-Thatcher” y el género histórico-nostálgico sobre los tiempos del imperio (preferentemente desde el reinado victoriano hasta Ghandi).

El discurso del rey pertenece a esta última categoría y, como no podía ser de otro modo, cumple con escrúpulo sus tres reglas primordiales: ambientación impecable, libreto fino e interpretaciones arrebatadoramente británicas (incluida la del australiano). Colin Firth, Helena Bonham Carter y Geoffrey Rush aprovechan la ocasión para mostrarnos todo lo que saben de su oficio al interpretar a Jorge VI, su esposa y su logopeda con la ironía controlada que se les presupone a los anglosajones de buena casta.

Y frente a ellos, una Inglaterra dónde su carácter de imperio ha quedado casi en formalismo y una Europa amenazada por la ambición alemana. Y un discurso. Un discurso con el mensaje más difícil que se puede trasladar a una nación, para ser pronunciado por un tartamudo.

Con semejante argumento, la realeza británica como microcosmos dramático y la inteligencia necesaria para aderezar el escenario de familiares y políticos sin abarrotarlo, el director ha construido una bonita historia inglesa al académico modo, de las que pescan premios y gustan al público de todo el mundo. A lo mejor los hermanos Weinstein, productores que parecen también de otra época, tienen algo que ver en lo acertado de la fórmula. Pero al espectador le traerá sin cuidado. Porque ésta es una película de fórmula que no parece de fórmula, sino de emociones.

Emociones inglesas, quién lo iba a decir.

lunes, 3 de enero de 2011

The Tourist: La Nines en Venecia


Seguramente el autor de la maravillosa La vida de los otros quiso aprovechar una ocasión única –y muy rentable- de experimentar El cine de los otros, con la esperanza de enamorarse de su aparentemente ilimitada libertad… presupuestaria. Si no, no se entiende.

Aunque me gustaría pensar que la intervención de excelentes cineastas extra-hollywoodienses en la industria de la “Meca” no es una operación americana de fichaje y desactivación de posibles competidores (siempre los contratan para hacer secuelas, remakes y otros truños de grueso calibre), sino una técnica secreta del cine europeo para torpedear la calidad del cine made in USA. Como Wikileaks no lo aclara nos quedaremos con la duda.

Es en cualquier caso inaudito que una combinación que reúne a Henckel Donnersmarck, Johnny Deep, Angelina Jolie y Venecia ofrezca un resultado tan pedestre. En otros tiempos, los directores europeos que aterrizaban en Hollywood hacían cosas como Rebeca, El apartamento, Los sobornados, Casablanca, Ninotchka… Pero eso es del siglo pasado. Aquí y ahora lo importante es facturar un producto vistoso con buenos argumentos de venta: pareja de superestrellas, escenario mítico, director de prestigio y promesas de intriga a la antigua usanza servidas en un trailer milimétricamente calculado. The rest is silence. O lo que es lo mismo, el guión cumple como una hamburguesa: sólo necesita matar el hambre y dejar el sabor de unas salsas de sobre hasta que sales del multicine.

Aún así, como a los menús de este pelaje hay que añadirles algún juguete que enmascare su pobreza, la película se redondea con una trampa de casting, algo que parece haber puesto de moda el visionario Scorsese en su isla-persiana y que seguro que hará escuela.

Finalmente, lo único que le queda al turista (el espectador en la sala, Henckel Donnersmarck en el rodaje) es disfrutar de la visión de la Nines paseándose por Venecia. Ninguna de las dos actúa, pero ambas están bellísimas.