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jueves, 13 de abril de 2023

Doblete de Fritz Lang

 

Para recuperarme de los exorcismos papales en los que chapoteé durante la Semana Santa, decidí regresar al siglo XX, mediados, y a Lang. Lo hice buceando en una plataforma, en la que di con Más allá de la duda y Mientras Nueva York duerme, ambas vehículo para Dana Andrews en los años cincuenta, cuando Fritz estaba a punto de dejar la industria de Hollywood.

Antes de nada: ¡qué fotografía! Qué frescura, qué manejo del blanco y negro más ajustado al ambiente de la narración. Todo falso, nítido e impecable. Al servicio de guiones precisos y diáfanos, incluso en sus trampas.

Más allá de la duda tiene una estupenda premisa para contar un caso de asesinato (colocar pistas incriminatorias en vez de ocultarlas), y una causa al fondo por la que el film no se decanta, ni a favor ni en contra. Lang cuenta lo justo y a toda marcha, quizá para evitar que pensemos en dos grandes fallas de guión que en una película de Netflix no importarían, pero sí en un clásico como éste. Sin entrar en demasiado detalle, hay un silencio impensable por parte de los conspiradores y una revelación última que hace bastante inverosímil casi todo el comportamiento previo de Andrews. Una lástima, porque sólo con asignarle la iniciativa al personaje adecuado se hubiesen resuelto de sobra esos puntos débiles.

He aquí, por ello, una narración que encajaría perfectamente en los parámetros de hoy, en cuanto a credibilidad del conjunto. En la actualidad, se limitarían a disfrazarla con un mayor aparataje técnico y escenográfico, color y actores a la moda. Despojándola así, por cierto, de todo su encanto Lang.

Mientras Nueva York duerme es otra cosa. También la prensa está metida en el ajo y Dana Andrews protagoniza el lío. Pero en ésta apenas rechina una coincidencia domiciliaria, supongo que impuesta por costes de los decorados.

En cambio, está magníficamente armada la trenza entre el caso criminal y la competición de periodistas para dar con el culpable y apuntarse el tanto ante el gran potentado de los medios.

Mi desconcierto en este clásico indiscutible fue otro: descubrir que, con el paso del tiempo, la percepción que tengo del ritmo ha ido cambiando de forma notable. Ahora, detecto falta de agilidad en planos de películas que antes me parecían transcurrir a la velocidad adecuada. Lentitud donde no la había.

Va a ser cosa del exceso de smartphone, donde se esconde el maligno. Yo creo que El exorcista del papa 2 podía ir por ahí.

martes, 1 de noviembre de 2022

Joyas perdidas 2: The public eye (Harold Franklin, 1992)

Howard Franklin, director y guionista en esta pequeña maravilla, colaboró también en el guión de El nombre de la rosa y en el de La sombra del testigo

Joe Pesci, protagonista perfecto como fotógrafo de sucesos con artista dentro, no necesita presentación. 

Cualquier día cae en alguna plataforma como material de derribo. Si fuese así, no la dejéis pasar.


jueves, 29 de septiembre de 2022

Joyas perdidas: Ratataplan (Maurizio Nichetti 1979)

Maurizio Nichetti, que habrá cumplido los 75 o estará a punto de hacerlo, es uno de esos cienastas europeos que aparecen de vez en cuando tomándose en serio el humor en pantalla. 

Varios de ellos se hicieron universales, otros revasaron su frontera nacional con un título emblemático (y alguno más que pescaba espectadores arrastrados por el éxito anterior), otros han estado siempre en los márgenes de su propia casa, produciendo rarezas estupendas. 

Nichetti está entre la segunda y la tercera variante. Tiene diez películas como director, guionista e intérprete y unas cuantas más en las que solo ejerce el arte del guión o el interpretativo. Su primera película para el cine como autor todoterreno fue Ratataplan, exitosa en Italia, aclamada en Venecia, estrenada en España en 1980. 

Que alguien la rescate, por favor, TV en abierto, plataforma, retrospectiva festivalera o cine de reestreno (¿o solo vamos a reestrenar Avatar?). 

Ratataplan sigue fresca, ahí va un fragmento que lo certifica:

sábado, 15 de enero de 2022

Intérpretes fulgurantes 7: Bárbara Lennie

A Bárbara Lennie le pusieron el sambenito de la "musa indie" (¿en España tenemos de eso?), pero si en algún momento ejerció de tal lo ha trascendido sin despeinarse. 

En poco más de 15 años ha trabajado con los consagradísimos, como Armendáriz, Martínez Lázaro, Almodóvar o Farhadi, con malditos y marginales, como el veterano Felipe Vega o los minoritarios mimados Isaki Lacuesta, Jonás Trueba y Carlos Vermut. Se ha metido en grandes producciones, como El Niño, Oro y Contratiempo o apuestas más festivaleras como Las furias del debutante Miguel del Arco, El apóstata de Vieroj, La enfermedad del domingo del inclasificable Ramón Salazar o Petra, del prestigioso Jaime Rosales. Aparte de jugar fuerte en El reino, del chico listo Sorogoyen.

Se pirran por su registro serio y glacial, pero os recomiendo la estupenda comedia María (y los demás), en la que ella hace de María, dando un verdadero recital de lo que una gran actriz es capaz de obtener con cualquier registro que le pongan por delante.
 
En fin, otra a la que no se le ve techo. Espero que siga eligiendo con el mismo tino, apenas tiene trabajos alimenticios o bobos, es casi casi lo que aquí podríamos considerar una estrella. 
"Indie", eso sí, por aquello de las musas.
 

 

viernes, 12 de noviembre de 2021

Noche francesa

Ayer cogí los dos iconos maculinos más longevos del cine francés y me monté un programa doble Delon - Belmondo. Me faltó Borsalino, en la que comparten plano y cine de alto voltaje. Lástima.

Empecemos por el experto en policíacos "polares".

La última colaboración de Melville y Delon incluye a la Deneuve en un papel de femme fatale que le va como un guante de látex a una enfermera (jeje). 

Hablamos de un desolado drama criminal, en el que los atracos son lo de menos (esa maqueta de juguete con tren y helicóptero, menudo cuajo el del gran Melville), y lo que importa es la soledad: la del comisario, la de su ayudante, la de los matrimonios que se mienten, la del tipo que agoniza, la del soplón travesti... Todo impregnando ese sin fin delictivo que atenaza a un policía audaz, y enamorado para nada.

Qué bien estaba Delon, silencioso y glacial; qué bien escogida la glacial Deneuve para darle la réplica. 

Los atracadores pasan por allí, atracan, disparan, mueren. Tanto da, porque suena el teléfono del coche patrulla y el comisario tiene otro negro caso que atender, mientras su amor escapa en todos los sentidos.

 ¡Ay, ese noir francés...!


Y ahora, el otro tipo, igualmente valeroso pero desde la pura alegría de vivir. 


Belmondo da un perfil distinto, vitalista, pícaro, expeditivo con gracia. 

Hay que tener mucho talento para hacerte tragar la peripecia de un soldado de permiso que va tras su raptada novieta Françoise Dorléac, que sube a un avión por la cara, vagabundea en Río de Janeiro, consigue dar con Françoise, hace amigos callejeros, pilota, pelea, cuenta chistes, se bate como Tarzán en plena selva. Todo con la ligereza magnética de un buen bailarín.

Le sirve lo mismo el uniforme de recluta, el de civil corriente, la chaqueta blanco hueso con pajarita de fiestas distinguidas o una camisa a cuadros prestada por un cazador de caimanes. Puede correr en moto por París, hacer equilibros sobre tablones de obra brasileña, caminar por los alfeizares, huir por terraplenes, engatusar viejas, lustrar zapatos, fumar puros, robar prismáticos o declararse culpable ante el primer policía que le pone atención. 

Belmondo se mimetiza con la aventura en cualquier ambiente, sin necesidad de exhibiciones gimnásticas a lo Bond, Bourne o Hunt, que dicho sea de paso no tienen demasiada gracia (el humor de sus peliculas suele recaer en algún escudero circustancial o fijo). 

En fin, que la fórmula parece tan poco francesa que me sorprende no hayan comprado ya los derechos para un remake. Aunque también me alegra. No se puede emular a Belmondo.

 

miércoles, 25 de agosto de 2021

Adulterios en Londres y Madrid

 
 
Sumido en la enésima ola, de calor, de insomnio o de melancolía, me empaqueté anoche un programa doble de cine setentero, la británica Un toque de distinción y la española Asignatura pendiente. Sólo cuatro años escasos separan a una de la otra, la inglesa es del 73 y la española del 77. En ambas, los que dirigen (Melvin Frank y José Luis Garci, respectivamente), coescriben los guiones de sus películas, que tratando el adulterio no pueden sino ser agridulces.
 
 
La inglesa es más desmelenada y chic: el pisito especializado en canas al aire está en el Soho, no en una torre nueva de pisos en descampado del desarrollismo castizo, como alquilan los amantes furtivos para la española. El trabajo de él y el de ella en Londres apenas importan, quizá algo más en el caso de ella para destacar que es una mujer independiente (divorciada). En cambio, para la España de Garci el trabajo de él y el no-trabajo de ella son claves. 
 
Glenda Jackson y Fiorella Faltoyano están excelentes y bellísimas, aunque Fiorella apenas tiene texto que defender hasta la escena final, en la que se despacha con una madurez desarmante. George Segal y José Sacristán, siendo ambos graciosos y atractivos, cada cual a su manera, encaran las situaciones de muy diferente modo: el comportamiento desprejuiciado en el que sólo importa que no te pillen es la versión anglosajona del "adulterio 73". La culpabilidad creciente, mezcla de catolicismo en vena y conciencia de clase traicionada, es en cambio el principal problema en el "adulterio 77" de Sacristán, que aún estando durante mucha película en modo vendaval me parece bastante menos sobreactuado que Segal.

 
Y ya que estamos, qué trazo para Málaga y su personal turístico en la escapada de los distinguidos. Ese toque de superioridad tan british (aún puede consultarse en el Portugal de Love Actually), nos pone como ahora hacemos ya nosotros mismos, a los pies de los caballos: El cady de golf marbellí podría hacer de niño-bomba en la revolución mexicana vista por un gringo y el maletero del hotel podría hacer de su padre. En cuanto a la señora que vende camisetas en el mercadillo, para que contaros. Ni los muebles y teteras del Madrid de Garci rezuman tanta carpetovetonia y eso que han envejecido lo suyo.

La película inglesa tuvo éxito y reconocimientos por tierras angloparlantes al estrenarse, pero la española en España fue un fenómeno sociológico de primer orden. Y no porque a Fiorella se le viesen los pechos quince segundos. En Londres podían divorciarse, en Madrid no.


El adulterio es siempre bonito de ver en el cine, aunque las últimas secuencias nos muestren el inevitable y amargo sabor de la separación, el de unas vidas ya encarriladas en otra vía que no es común y que tiene en su previsibilidad su fortaleza: Los hijos, que jamás te entenderán tanto si te vas como si te quedas; los cónyuges, difíciles de sustituir por una pareja nueva que acabará ejerciendo el mismo papel, pero sabiendo de primera mano lo que se juega; la edad, esa edad en la que el último tren loco pasa y del que es preferible bajarse en la siguiente estación; lo que pudo haber sido, lo que es, lo que no será nunca....

El carácter más o menos traumático de la doble vida marca diferencias, en estética y en hondura. La inglesa luce sólo vintage y la española se ha convertido en un documento histórico. Los documentos suelen prevalecer, viven mucho más tiempo y mejor, aunque de vez en cuando les pongamos cuernos con películas menos ingratas y aparentemente más "distinguidas".

martes, 1 de junio de 2021

Milestone y Kurosawa


No cabe la comparación de directores, más allá del titular, porque el japonés fue un gigante y el moldavo un mero (y muy solvente) artesano. Aquí van dos joyas fílmicas que llevan sus respectivas firmas, para eso sí vale un mismo post. 

La de Milestone es de lejos la mejor que hizo: El extraño amor de Martha Ivers, un "melodrama noir" al que apenas le ha envejecido la música. Que, por cierto, hay que ver qué bandas sonoras más estándar-mazacote hacían los suspenses y melodramas de los años 40 en Hollywood. A menudo, hasta cuesta diferenciarlas.

En lo demás, las peleas quedan torpes, creo que por la estilización que han alcanzado en el cine estadounidense más reciente. Y el final sobre el final es una coda a capón para que la taquilla no se ponga biliosa, manía de su show business que viene de muy antiguo y lleva tiempo siendo un lastre de lo más irritante, pero en ésta menor (casi como la del primer Blade Runner).

Hechas las salvedades, qué película, menudo guión, menudos encuadres, fotografía, bares, oficinas, mansiones y hoteluchos. Luego está Lizabeth, claro, que lo mismo te vale para pobre diablo que para diablo a secas. Barbara, de vulnerable y de sobrada, Kirk de débil o de peligroso, Van de trotamundos sanote y enamoradizo. Con eso, diálogos y ritmo implacable, en el Hollywood dorado hacían estas películas a decenas buscando el entretenimiento bien hecho, sin meterse en trascendencias impostadas. 

En fin, amigos, será nostalgia o la pandemia que me tienen atado a los clásicos "on demand"


El día anterior me enchufé El infierno del odio, de Akira Kurosawa. Es difícil elegir película de este señor, como pasa con muchos de los grandes directores del cine japonés. Lo mejor es guiarte por el género que más te apetezca esa tarde, porque los cultivó prácticamente todos. 

Hasta la película que comento hoy contiene varios: El drama teatral con dilemas morales de calado, las guerras accionariales entre directivos de empresa, la investigación cuasi-documental de la policía, el realismo sucio de la noche y la ciudad, la psicopatía hitchcockniana en su exhibicionismo y su derrumbe... (y para colmo, con final feliz para los que lo merecen, pero sin que se note). 


143 minutos de película de los que clavan en la butaca. Con un guión equilibradísimo en datos y tonos, aunque la mitad primera sea tan demoledora que la intensidad parece bajar por momentos; con la banda sonora perfecta (y fresca), empleada desde la sensatez casi cicatera; con una fotografía en blanco y negro tan primorosa como la de la película anterior, pero al servicio de otros lujos opresivos, otros paseos en coche y otra noche urbanita.  

Lo de Mifune y los demás intérpretes que lideran la pesadilla es tan japonés y universal que sólo puede achacarse al talento. Y luego está Kurosawa, ese mago. Capaz de darte una gran tarde de cine imperecedero aunque no salgas de tu salón y de tu televisor. 


domingo, 14 de marzo de 2021

Queimada: siempre el mismo fuego


He rescatado Queimada del lote en el que guardo tantas películas que me impresionaron hace 20 años pero no he vuelto a ver. Tener muchas más rayas en la piel obliga a verlas de nuevo, porque lo que cuentan se enriquece con lo que ahora sabes. 

Ésta de Pontecorvo, como todas las obras mayores que llevan su firma, es demoledora. Brando no lo sabía, pero le quedaban tres películas memorables por delante (nada menos que El Padrino, El último tango en París y Apocalipsis Now), solo tres, antes de convertirse en un compulsivo comedor de helados que se asomaba a producciones comerciales o directamente nefastas cuando se aburría de engordar en su mansión, quería facturar una cifra récord o mamonear un poco por ahí. 

Aquí está perfecto como el inglés que cocina una revolución de encargo y luego de encargo la desactiva. Primero quiere echar a los portugueses para que la isla sea independiente y comercie con otras potencias, luego plegarla a las exigencias de la Sugar Company de turno, gobierno títere incluido.

En medio, la amistad que forja con el resistente José Dolores (el colombiano Evaristo Márquez), que pasa de esclavo a ladrón, de guerrillero a general, de general a mito. Todo ello sin saber una miaja de cómo se gobierna un Estado soberano, lo que constituye su perdición frente a Estados con mucha práctica en gobierno, comercio y hasta invasiones de soberanías ajenas para que ese comercio sea más y más pujante.

El eficiente agente Walker (Brando), primero asalariado de la Armada británica, diez años después de la Sugar Company, sabe lo que hay que hacer para conseguir el éxito de su empresa, pero lo va haciendo más a su pesar cada vez, dado que esa amistad forjada en licores y heroísmos debe morir en el empeño. Hasta la amistad de los actores, entre la estrella y el desconocido, se parecía a la del film.

Esta película es el reverso deprimente, caribeño y talentoso de la película italiana sobre la Isla de las Rosas. Una cosa es contar con un territorio libre y otra muy distinta gobernarlo, preservándolo frente a los demás, que ya tienen más conchas que un galápago e intereses contrarios a los tuyos.

Al final, siempre se queman los mismos sembrados, las veces que hagan falta, y el resultado beneficia a quién puede permitírselo. En Queimada y en países menos imaginarios. 

jueves, 23 de julio de 2020

Mark Ruffalo


Me cae bien este tipo. Parece esa clase de actor con el que te irías de cañas y, probablemente, el revuelo por entrar en un viejo pub o una tasca de barrio sería rapidito, poco hostil, y al cabo de cinco o diez minutos se podría charlar con relajo de cosas interesantes no vinculadas al Cine y hasta hacer coñitas con los parroquianos.


Ahora tiene 52 palos, uno más que yo. Y se tomó su carrera con talento, perseverancia y suerte, aunque la última tardó lo suyo en aparecer. Se fue colando poco a poco en éxitos independientes o de Estudio, de crítica, de público o de ambas cosas, haciendo papelitos o secundarios o coprotagonistas chulos.


Hablamos de los tiempos de Mi vida sin mí (me encantó bailar contigo, qué gran frase final para que un actor la lea en la carta de la amada desaparecida, si tiene la fragilidad y la entereza de Ruffalo). Los tiempos de Eternal Sunshine of the Spotless Mind (en la que Jim  Carrey y Kate Winslet, amén del director estrella Michel Gondry y el guionista diva Charlie Kaufman lo acaparaban todo), Collateral, de Mann, Cruise y  Foxx (¿se tomaría unos cacharros con Bardem, hablando de sus por entonces tangenciales carreras en "la Meca"?).


Además, hizo sus pinitos por Broadway en 2006, consiguió dirigir Sympathy for Delicious con corrección, para entonces 2009, fue lo más interesante de Los chicos están bien (y eso que se batía con Julianne Moore y Annette Benning), se coló en Shutter Island de Scorsese y Di Caprio… 


Buenos avances en una carrera de fondo que le llevó hasta Marvel, Los Vengadores, Banner y Hulk. Reemplazaba en el papel de mala bestia de los rayos gamma a Edward Norton, que aún debe estar mordiendo esquinas de rabia. En la última década, mientras repartía mandobles en croma y seducía como Banner a Scarlett -viuda negra- Johansson con su lado sensible, se apuntó a la estupenda Begin Again y cedió protagonismo en Foxcatcher. Acabada la saga marvelita, estrenó Aguas oscuras, pequeña, concienciada y solvente.


No sé cuáles son sus planes, pero tenemos pendientes unas cañas. Aunque quizá no hablemos especialmente de Cine.


lunes, 6 de julio de 2020

Ennio Morricone


Ha muerto a los 91 años. Como dice mi amigo Alejandro, se va la bso de nuestras vidas.

Una tan larga como la suya da para mucho, y hablamos además de un compositor prolífico, más de 500 bandas sonoras.

En la primera etapa de su carrera hizo spaguetti westerns a montón, de esos de cine de verano con suelo de cáscaras de pipas. Pero entre aquellos títulos se agazapaban las grandes gamberradas de Sergio Leone, como Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno el feo y el malo, Agáchate maldito. Eran años locos, en los que Morricone componía decenas de bandas sonoras para toda clase de cosas, y lo mismo entraban spaguettis que La batalla de Árgel de Pontecorvo, que Pajaritos y pajarracos o Teorema, de Pasolini, que La Biblia, de John Houston.

En  los 70, mientras se nos iban cayendo los dientes de leche, siguió la misma tónica, westerns a la italiana, comerciales norteamericanos de usar y tirar (El Exorcista II, Orca la ballena asesina), clásicos adaptados de Pasolini (Cuentos de Canterbury, Las mil y una noches) y joyas inesperadas como Novecento de Bertolucci, La herencia Ferramonti de Bologinini o Días del Cielo de Terence Malick. Estas últimas las descubrimos después, cuando ya empezábamos a elegir películas para ir sin padres al cine y había salas de reposición.

En los 80, el western declinaba, hasta en su versión sudor y mugre. También nosotros lo despreciábamos un poco, había llegado nuestra cinefilia, anticipándose veinte años al gafapastismo. Morricone, no obstante, contaba con prestigio internacional más que suficiente para aportar su talento a títulos como La cosa, Érase una vez en América, La misión, Los intocables de Eliot Ness, Frenético y, por supuesto, Cinema Paradiso, una de las partituras más hermosas de la Historia del Cine, perfecta para besar.  


Cumplida esa década prodigiosa, como un compositor no necesita ser un hombre de acción, aún tenía treinta años de trabajo por delante, mientras nosotros, los de entonces, nos hacíamos mayores, sacábamos carreras, emprendíamos trabajos y viajes, descubríamos el cine subtitulado, teníamos descendencia a la que ponerle con el tiempo películas de Morricone...  

Átame, El clan de los irlandeses, Hamlet, Bugsy, La ciudad de la alegría, En la línea de fuego, Pura formalidad, Lobo, El hombre de las estrellas, Giro al infierno, Lolita, La leyenda del pianista en el océano, El fantasma de la ópera, Vatel, Malena, El juego de Ripley, Kill Bill, Malditos bastardos, Django desencadenado, La mejor oferta…

Después de componer para todos los italianos imaginables, un buen puñado de norteamericanos, ingleses, franceses y hasta españoles interesantes, Tornatore, De Palma, Malick, Pontecorvo, Pasolini, Almodóvar, Stone, Polanski… Morricone era "El compositor de bandas sonoras" que más queríamos. Sólo le faltó El padrino de Francis Coppola, pero esa medalla se la colgó su compatriota Nino Rota, otro insustituible compositor italiano.

Éramos aún cuarentones cuando Ennio se plantó en 2016, con 86 añetes, llevándose el Oscar por Los odiosos ocho. Y hasta tuvo tiempo de salir entre los entrevistados-homenajeados del bello documental Desenterrando Sad Hill, dos años después. 

Uno mira las propias décadas cumplidas y se pregunta cómo ha empleado el tiempo. Ni siquiera puedo presumir de la banda sonora de Orca, la ballena asesina. Solo de haberla visto (y oído).

En fin, la bso de nuestra vida. Habrá que tirar de vinilo, cds, spoty y lo que venga. 
Gracias Ennio, por musicalizar los besos.


viernes, 3 de julio de 2020

Intérpretes fulgurantes 6: María Luisa y Agustín


María Luisa Ponte era una actriz enorme en un cuerpecito de señora con malas pulgas, como muy de lunes. Cuando se hizo mayor, se convirtió en el reverso agrio de Chus Lampreave, pero sé de buena tinta que en realidad tenía un excelente humor personal, lo tuvo siempre.

Fue pareja de Agustín González durante treinta años y uno se los imagina ensayando mano a mano su especialidad de personajes cabreados para la gran pantalla.

Trabajó con los grandes: Berlanga, Ferreri, Fernán Gómez,  Camus, Picazo, Armiñán, Miró... El último fue José Luis Garci, que le hizo el mayor regalo de su larga y magnífica trayectoria: La hermana tornera de Canción de Cuna.

Un beso, María Luisa. “¡Pues nos ha merendao!”



Y vamos a don Agustín González. Participó en El mundo sigue, Plácido, Atraco a las tres, La regenta, La escopeta nacional, El nido, Volver a empezar, El viaje a ninguna parte, La colmena, Las bicicletas son para el verano, El crack II, Los santos inocentes, Stico, La corte del faraón, La vaquilla, Belle Epoque, Los peores años de nuestra vida, El abuelo,… En pocas hizo de protagonista, en todas estuvo impecable.

Giménez Rico solía decir que era el actor que mejor se cabreaba del cine español, quizá por lo mítico que se hizo su cura de la mano de Berlanga (lo que yo he unido en la tierra no lo separa ni Dios). También componía unos malvados, que solían esconder a pobres diablos, absolutamente memorables.

Pero si se le sigue mejor la pista (el escritor de El mundo sigue, el ciego de La marrana, el sensato padre de Las bicicletas…, el servicial Albajara de Volver a empezar), se verá lo versátil que era don Agustín. En teatro –doy fe- era un monstruo. Ahí va también para él este pequeño homenaje.


jueves, 25 de junio de 2020

Intérpretes fulgurantes 5: Anna Castillo


(Escrito para CINEAMOS hace año y medio)

Esta barcelonesa ha participado ya en lo mejor de la ficción reciente de TVE, Movistar y las webs series: Amar en tiempos revueltos me parece el equivalente hoy a las antiguas radionovelas, pero su éxito ha sido incuestionable. Además, Web teraphy, El ministerio del tiempo, Paquita Salas, Estoy vivo, Mira lo que has hecho, Arde Madrid. Arropando protagonistas por lo general, y protagonistas de talento (Inma Cuesta, Gonzalo de Castro, Paco León, Javier Gutiérrez,… ), que es como se aprende mejor.

En cine, Anna Castillo se lo ha currado igual para repartos corales (Blog, Promoción fantasma), como secundaria (Oro), como co-protagonista (La llamada, Viaje al cuarto de una madre) o primera actriz (El olivo).

También ha pisado fuerte las tablas. Canta, baila y actúa estupendamente. Dicen que abusa del registro natural y desenfadado. Lo dicen sin saber lo difícil que es hacer eso, llevándolo a las emociones más potentes cuando corresponde, como hace ella..

Un par de detalles que rubrican a la chavala: todo lo anterior, con sólo 25 años. Y guapa a rabiar. Anna, si no te descalabran las envidias o los espejismos, vas a llegar muy lejos.

(En este 2020, antes del covid, ha estrenado Adú con excelente acogida. Tiene 26 para 27 añitos y otras dos películas pendientes de estreno. Deseado verlas)


jueves, 12 de marzo de 2020

Antonio Moreno


Cuando los primeros españoles desembarcaron en Hollywood corrían los locos años 20 del siglo pasado. Hoy vamos a fijarnos en uno: el actor Antonio Moreno.

De las muchas cintas mudas en las que participó (más de 100), han desaparecido la mayoría, pero basta ver la foto en la que posa apoyado en el cochaco y con mansión propia al fondo, para comprender lo bien que le fue, incluyendo un matrimonio con rica heredera al viejo estilo.


De sus películas habladas, nos detendremos en Asegure a su mujer (1934), escrita por Jardiel Poncela en su segunda estancia en los EEUU (recomiendo de este autor la lectura de Mis viajes a Estado Unidos, estupendo texto viajero, cómico y reflexivo, como todo lo de Jardiel).

Asegure a su mujer fue una comedia sofisticada que protagonizaron Conchita Montenegro, Antonio Moreno, Raúl Roulien y Mona Maris. En España fue prohibida en 1941, eran años de mucho prohibir. Ésta es una de las pocas películas sonoras supervivientes que se rodaron en español en Hollywood entre 1929-1935, donde Antonio Moreno ejercía para la comunidad hispana un papel similar al que luego asumió otro Antonio, de apellido Banderas.


El actor estaba aún muy solicitado en los primeros tiempos de aquella época (parece ser que tuvo hasta club de fans). Pero aparte de las versiones en español de éxitos previos, que Hollywood cocinaba entonces, su fuerte acento le acorraló muy pronto para otros repartos y proyectos. Así que, sin despeinarse el bigote, ni optar por el suicidio aparatoso, decidió meterse en el cine mexicano, un cine que iba directo hacia su Edad de Oro. Por quedarnos con una perla, allí dirigió –entre otras- la primera película sonora del país azteca, titulada Santa y protagonizada por la bella Lupita Tovar.



Para no extendernos demasiado, vamos a saltar a cine de mucho después, que os sonará más. Moreno, ya talludito, siempre venía bien en Hollywood para papeles de extranjero con buen inglés. Por ese motivo (además del talento y sus buenas relaciones en la industria gringa), formó parte de algunos títulos de culto. Aunque trabajó en películas de Henry King, Anthony Man o Raoul Walsh, sólo nombraremos tres de otros directores bien conocidos por la cinefilia internacional: Encadenados, de Alfred Hitchcock, La mujer y el monstruo, de Jack Arnold (con imaginería recientemente reciclada en La forma del agua) y Centauros del desierto, de John Ford.

Naturalmente, en España a Antonio Moreno lo conocen cuatro frikis. Somos así.


Nazi en Encadenados


Científico en La mujer y el monstruo


El que encuentra al jefe "Cicatriz" en Centauros del desierto

lunes, 26 de noviembre de 2018

Bernardo Bertolucci


Bertolucci fue uno de aquellos grandes cineastas europeos cabalgando la espuma internacional que levantó el viejo continente en los setenta. Fue poeta y comunista de joven, banderas tempranas muy a lo siglo XX. Rodó La estrategia de la araña ya con fotografía de Vittorio Storaro, que iba a acompañarle en todos sus títulos mayores; adaptó a Moravia en El conformista, con la que levantó el David de Donatello a mejor película; se marcó un tango inolvidable con Brando y la Schneider en París sólo dos años después; hizo la película-río Novecento con De Niro y Depardieu siendo un par de pipiolos; filmó La luna en el 79 y entró en los 80 con La historia de un hombre ridículo. En conjunto, una década prodigiosa que le convirtió en director estrella, de esos que se conocen en cualquier hotel del mundo aunque no haya Festival con retrospectiva ni estén rodando en la ciudad.

Durante cinco años, apenas firmó un documental, como si fuese ya a vivir de las rentas setenteras, pero en 1987 estrenó El último emperador y arrasó en las taquillas de todo el planeta, además de levantar 9 Oscars, más Donatellos, Globos, Baftas y muchos otros galardones que ahora no recuerdo. Lo consiguió con una película demoledora sobre la soledad en la que el escenario no puede ser más alambicado y preciosista. Allí tenía a su fiel Storaro para sacarle todo el partido a la luz de China. De paso, rescatando a Peter O´Toole de unos años nefastos.


Luego del súper-éxito, se permite bellas y plúmbeas marcianadas como El cielo protector o Pequeño Buda y delicias sencillas pero llenas de hondura e ideas como Belleza Robada, L'assedio y Soñadores.

En el nuevo siglo, Bertolucci es ya intocable. Quizá por eso (que no sólo España sabe ser ingrata), el último director italiano universalmente reconocido se pasa nueve años sin rodar. Lo hace en 2012, con la barata y muy bertolucciana Tú y yo, su bonito canto del cisne en la ficción.

Las últimas veces que le vi en fotos de prensa iba en silla de ruedas. Me recordaba al viejo Ford, al que un negro fortachón cargaba en los almuerzos del coche hasta la mesa y vuelta. Como el gringo irlandés, el cineasta de Parma no iba de nada, ni se quejaba demasiado.

Hizo, en fin, lo que le salió de los cojones. Arrivederci, Bernardo.


miércoles, 31 de octubre de 2018

Decorados inolvidables (primer entrega)


Qué bello es vivir

Parece prematuro, pero si ya va a salir el spot de la lotería navideña y el del cava, también podemos hablar de esta peli ¿no? QUÉ BELLO ES VIVIR está rodada completamente en decorados y en estudio.

12.000 metros cuadrados llegó a necesitar la ficticia ciudad de Bedford Falls en la que vivía George Bailey muy a su pesar. Se construyó en el Encino Ranch de Los Ángeles (donde solían hacerse las películas con más decorados de RKO, supongo que Liberty films arrendó unas semanas el terreno que le venía bien). La recreación de Bedford Falls incluía 12 robles trasplantados, 75 casas y tiendas y una fábrica propia.

La casa que ocupan George y Mary es la misma mansión en la que vivía la familia de El Cuarto Mandamiento de Orson Welles.

La nieve final era espuma de jabón.


La colmena

El café de doña Rosa, en La colmena, una de las adaptaciones literarias más logradas de Mario Camus, no existía en la realidad. Era un gran decorado de 700 metros cuadrados, obra de Ramiro Gómez, al que luego se añadieron los objetos de los años cuarenta (los platos, los vasos, las botellas), y para el que incluso se mandaron fabricar paquetes de cigarrillos y cajetillas de cerillas de los mismos años en que sucede la acción.

Eso permitió al director jugar con un espacio de diferentes alturas e iluminación que establecían el clima de cada escena y el estado de ánimo de los personajes (ese momento en el que José Sacristán se queda solo en el Café a la hora del cierre, porque no ha venido nadie para invitarle a lo que se ha tomado…). Aunque, sobre todo, fue clave para el momento en el que se levantan los veladores de mármol, descubriendo que cada mesa sobre la que los parroquianos toman café es en realidad una lápida de cementerio.

Como escribía Francisco Marinero en La Historia del Cine de Diario 16 “La colmena fue una de las primeras películas que llevaron a algunos a proclamar al cine español como el mejor de Europa, y una de las pocas que justificaban este triunfalismo”.


La ventana indiscreta

La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock, se rodó completamente en el plató 18 de los Estudios Paramount. El decorado tenía 33 metros de ancho, 63 de largo y 10 de altura, con estructuras que se elevaban cinco y seis pisos. Fue el resultado de meses de planificación y construcción.

Había 31 apartamentos, con la mayor parte de la acción transcurriendo en ocho habitaciones completamente amuebladas, además de un laberinto de escaleras de incendios, terrazas, un callejón, una calle con cafetería y tráfico, y el fondo de la ciudad.

Se necesitaron más de mil arcos de luces gigantes para iluminar el plató desde arriba, mientras más de dos mil variedades de lámparas de pequeño tamaño aportaban luz suplementaria donde convenía al dire de foto.

Para sus movimientos, los actores que interpretaban a los vecinos de James Stewart recibían las instrucciones de Hitchcock a través de una radio de onda corta con micrófonos escondidos. El muy zorro conseguía así rodar dos películas a la vez, una con sonido y otra muda, indisociables.

La toma más elaborada era el plano secuencia que establecía toda la información (salvo Grace) al comienzo del film. La cámara tenía que alzarse muy alto sobre el patio del edificio e ir de una a otra ventana hasta que finalmente se detuviera en el apartamento de Stewart. Allí, Hitchcock hacía que la cámara recorriese su cara sudorosa hasta que lo vemos en la silla de ruedas, captaba un termómetro que nos transmitiese lo caluroso de la estación en que acontecen los hechos, se deslizaba por la pierna escayolada, captaba un grupo de revistas y una cámara destrozada y luego se movía hacia la pared para mostrar una fotografía hecha en el circuito de Indianápolis, foto que, suponemos, le costó la lesión al protagonista.

La película fue tan meticulosamente planeada y calculada antes de comenzar el rodaje en sí, que sólo fueron descartados al final unos pocos cientos de metros de película. Hitchcock solía decir que planificaba tanto sus films que todos los había visto ya enteros en su cabeza antes de decir "acción" y que rodarlos le aburría. No me lo creo.


jueves, 21 de junio de 2018

Irrepetibles, segunda entrega

Ángela es un lujo que quizá ni cuando nos falte se valorará en su justa medida. Debería levantar el auditorio en cualquier encuentro para los focos que la acoja, en cualquier lugar de Europa, no digamos aquí. Tiene un apellido de leyenda bajo cuya sombra jamás se refugió. Ha trabajado con Buñuel, con Pontecorvo, Borau, Bellocchio, Comencini, Picazo, Chavarri, Gutiérrez Aragón, Tanner, Scott, Tornatore, Littín, Almodóvar, Villaronga, Colomo, los Taviani, Armiñán, Berger, Bigas o Josefina Molina, así, por hacer una lista corta y sabrosa.

Las películas de estos y otros muchos fueron de calidad desigual, pero ella siempre ha estado impecable. No le hizo ascos a la tele y se apuntó al teatro cuando decidió que era el momento, con 47 primaveras en el lomo. Acumula un puñado de premios y cinco hijos. Es la matriarca de su clan, discreta y fuerte como una roca de camino.

Su hermosura física se ha ido surcando de arrugas y canas sin que la potencia febril de su mirada se agote. Una voz selvática, sensual y desesperada se ha encargado de recordarnos en cada aparición que una grande llenaba el plano.

Aquí os la dejo, posando. ¿Que no haría una Cruella de Vil o una Maléfica cojonudas?


Don Fernando era, sobre todo, un caballero. Además de un actor excelente, capaz de cualquier personaje. Vivió mucho y bien. Y tuvo lo que se dice "una carrera".

Según me saltan en la memoria: Los palomos, Viridiana, Campanadas a Medianoche, El quinteto, El viaje de los malditos, Tristana, Ese oscuro objeto del deseo, El discreto encanto de la burguesía, Diario de invierno, Elisa vida mía, Pasodoble, Padre nuestro, Mi general, Jesús de Nazaret, French Conexión, El bosque animado, El Quijote… Trabajos para Luis Buñuel, Orson Welles, William Friedkin, Franco Zeffirelli, Carlos Saura, Ridley Scott, Francisco Regueiro, Luigi Comencini, John Frankenheimer, Jaime Chavarri, José Luis Cuerda, Sergio Leone, Jaime de Armiñán, Manuel Gutiérrez Aragón, Ladislao Vadja, Juan de Orduña… Encarnando admirablemente personajes inspirados en la obra de Cervantes, Shakespeare, Fernández Flores, Cortázar… Midiéndose implacable con Gerard Depardieu, Paco Rabal, Carole Bouquet, Gene Hakcman. Vittorio Gassman, Catherine Deneuve, Max Von Sydow, Fernando Fernán Gómez... Y podría pasarme el blog entero enumerando talento.

En cuanto se dejó la barba, le bastó estar en las secuencias de las películas para dejar en ellas ese toque de clase marca de Rey.


viernes, 15 de junio de 2018

Irrepetibles. Primera entrega.

Un apartamento vacío, un cincuentón desgarrado, una esposa muerta, una pijita kamikaze, un novio irritante, y París.

Cuatro talentos demoledores en acción: Bernardo Bertolucci, Vittorio Storaro, Gato Barbieri y Marlon Brando para la película europea más legendaria de los 70.
Irrepetible.

No sólo porque la pareja sin nombre no se pueda reinventar con otros rostros, otras voces y otros cuerpos. Fundamentalmente, es porque no hay cojones.


Hace cinco años que se fue una de las pocas estrellas internacionales legendarias que ha tenido el cine español en el siglo XX.

Recuerdo el In memoriam de los Oscar de ese año (que corresponde siempre al año anterior): Se olvidaron de ella sin que nadie lo comentase.

Había hecho tres películas en Hollywood y cocinado huevos fritos para todos los que contaban entonces en el negocio (Brando, Garbo, Gable, Dean, Sinatra, Fonda, Liz Taylor, Hitchcock), después de ser una imprescindible del cine mexicano en su mejor época y antes de convertirse en la actriz española cuya sola presencia garantizaba el éxito de melodramas y musicales que no envejecieron bien.

A pesar de ello, su popularidad fuera de España fue colosal. En el Festival de Venecia, al que acudió acompañando a Anthony Mann (él estrenaba película, ella no), causó tal revuelo que al director no le ponía atención ni Dios y recomendaron a la actriz quedarse en el hotel para que la promoción funcionase. En Francia hubo estrenos que se pospusieron (incluyendo uno de Brigitte Bardot en su apogeo o El puente sobre el río Kwai de Lean) para no competir con títulos protagonizados por la manchega.

Y cuando expuse un retrato suyo en el Instituto Cervantes de Moscú, junto a ilustraciones de Bogart, John Wayne, Ava Gardner, Faye Dunaway, Connery, De Niro o Eastwood, pocos reconocieron a las estrellas norteamericanas a las que no habían tenido ocasión de admirar hasta que Rusia dejó de ser la URSS.

Pero todos, ABSOLUTAMENTE TODOS, identificaron a Sara.
Nuestra indómita.


Su década prodigiosa fue del 65 al 75 del siglo pasado. Antes y después tuvo tiempo de más de lo bueno, pero fue ese periodo el que lo encumbró a la quintaesencia de lo cool. Corría que se las pelaba, levantaba esposas a los magnates aún a riesgo de reventar su carrera, vestía como ninguno, interpretaba bien, sonreía hacia el sol con mucha clase. Y tenía un carácter endiablado.

Todo eso da igual, basta con verle coger una escopeta de carril y cerrarle el camino a quien toca, antes de continuar La Huida.

Peckimpah le dio algunos de sus mejores papeles, claro, pero no fue el único.

Cuando veo disparando a un actor estadounidense del nuevo milenio, echo de menos a Steve.


Anna y Renzo, Sophia y Marcelo. Una pareja eterna. Un cine grande en Europa. Un descapotable italiano. Un sol mediterráneo. ¿Para qué más motivos?


John Wayne era un conservador irredento, pero a los amantes del buen cine (con un ideario u otro), nunca nos importó gran cosa. Cuentan que una vez se cruzó con Paul Newman en un comedor de los Estudios y le dijo al de los ojos azules, militante demócrata: “tus cosas en la política van mal ¿eh, Paul?”. Newman le contestó: “¿cómo demonios van a ir, si los mejores están en el otro bando?”. En fin, que había admiración antes que sectarismo. Newman también llegó muy alto (ya era una estrella cuando le tiró el piropo al de Iowa), pero conocía de sobra la talla profesional de Wayne. Negarle méritos era estar ciego. 

El gigante “feo, fuerte y formal”, como pidió que le describieran en su lápida mortuoria, fue actor favorito de Ford y eso le permitió protagonizar un puñado de obras maestras. Eso y su talento, por supuesto. La diligencia, Hombres intrépidos, Fort Apache, Tres padrinos, La legión invencible, Río Grande, El hombre tranquilo, Centauros del desierto, Escrito bajo el sol, Misión de audaces, El hombre que mató a Liberty Valance… Menuda lista. Pero la podemos enriquecer con las joyas que hizo para Howard Hawks: Río Rojo, Río Bravo, El Dorado, Hatari. Y el regalo oscarizado de Henry Hataway, Valor de Ley. En la mayoría de ellas, Wayne hizo de pistolero o cowboy de western, con o sin estrella, hasta la casi identificación del actor con el género. Pero basta el momento irlandés frente a la chimenea, abrazando a Maureen O´Hara con los ojos fijos en el fuego, para saber lo que un gran actor es capaz de expresar, aún sin revólver.

Pues eso, amigos: un recuerdo desde aquí para el Duque, y para la actriz que más le quiso, dentro y fuera de la pantalla, la pelirroja Maureen.