viernes, 12 de noviembre de 2021

Noche francesa

Ayer cogí los dos iconos maculinos más longevos del cine francés y me monté un programa doble Delon - Belmondo. Me faltó Borsalino, en la que comparten plano y cine de alto voltaje. Lástima.

Empecemos por el experto en policíacos "polares".

La última colaboración de Melville y Delon incluye a la Deneuve en un papel de femme fatale que le va como un guante de látex a una enfermera (jeje). 

Hablamos de un desolado drama criminal, en el que los atracos son lo de menos (esa maqueta de juguete con tren y helicóptero, menudo cuajo el del gran Melville), y lo que importa es la soledad: la del comisario, la de su ayudante, la de los matrimonios que se mienten, la del tipo que agoniza, la del soplón travesti... Todo impregnando ese sin fin delictivo que atenaza a un policía audaz, y enamorado para nada.

Qué bien estaba Delon, silencioso y glacial; qué bien escogida la glacial Deneuve para darle la réplica. 

Los atracadores pasan por allí, atracan, disparan, mueren. Tanto da, porque suena el teléfono del coche patrulla y el comisario tiene otro negro caso que atender, mientras su amor escapa en todos los sentidos.

 ¡Ay, ese noir francés...!


Y ahora, el otro tipo, igualmente valeroso pero desde la pura alegría de vivir. 


Belmondo da un perfil distinto, vitalista, pícaro, expeditivo con gracia. 

Hay que tener mucho talento para hacerte tragar la peripecia de un soldado de permiso que va tras su raptada novieta Françoise Dorléac, que sube a un avión por la cara, vagabundea en Río de Janeiro, consigue dar con Françoise, hace amigos callejeros, pilota, pelea, cuenta chistes, se bate como Tarzán en plena selva. Todo con la ligereza magnética de un buen bailarín.

Le sirve lo mismo el uniforme de recluta, el de civil corriente, la chaqueta blanco hueso con pajarita de fiestas distinguidas o una camisa a cuadros prestada por un cazador de caimanes. Puede correr en moto por París, hacer equilibros sobre tablones de obra brasileña, caminar por los alfeizares, huir por terraplenes, engatusar viejas, lustrar zapatos, fumar puros, robar prismáticos o declararse culpable ante el primer policía que le pone atención. 

Belmondo se mimetiza con la aventura en cualquier ambiente, sin necesidad de exhibiciones gimnásticas a lo Bond, Bourne o Hunt, que dicho sea de paso no tienen demasiada gracia (el humor de sus peliculas suele recaer en algún escudero circustancial o fijo). 

En fin, que la fórmula parece tan poco francesa que me sorprende no hayan comprado ya los derechos para un remake. Aunque también me alegra. No se puede emular a Belmondo.

 

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