domingo, 29 de noviembre de 2020

Ventajas de viajar en tren

Al fin una rareza atinada y subyugante, incómoda e imperfecta pero llena de hallazgos, en el guión, la puesta en escena, los intérpretes: Tosar descarrilado, Alterio exprimido, Quim sorprendente, Pilar perfecta.


Parece una película de hace al menos dos décadas, cuando el cine español se permitía tirarse a estas piscinas y lo hacía con talento y un razonable público. 

Es un mundo moderno el que se retrata aquí, pero las señas de identidad rebosan la propuesta. En localizaciones como los alrededores de Las Ventas, el sanatorio del norte, la urbanización de extrarradio, el cuartel militar, la plaza con kiosco, las estaciones de tren. En detalles malévolos como el comedor del manco, la copa de coñac del obseso, las quejas laborales del tío del camión de la basura. En el cosmopolitismo de derribo que respira esa guerra europea lejana y sus taras para ONG.


El director Aritz Moreno coge un libreto excelente de Javier Guillón, adaptando una novela de Antonio Orejudo en apariencia inadaptable, y le da la vuelta como a un calcetín sucio,  para que se le vean los nudos al dibujo pero se reconozcan de inmediato la prenda y su tufillo. 

Encima el tío debuta. Otros vascos lo hicieron en aquel fin de siglo, cuando semejantes marcianadas parecían posibles (estoy pensando en cosas como Vacas o Alas de Mariposa). Te deseo mejor suerte que la de esos directores de tu tierra que iban a comerse el mundo y sólo se comieron la década que les vio arrancar. 

Quizá viajar en trenes tenga ventajas que se me escapan. Con esto los gringos te hacían una de amor en Viena (preciosa, por cierto), que reventarán en breve con algún remake zarrapastroso. De ésta tuya, en cambio, no hay quien tenga huevos de hacerlo. Y casi mejor. Bravo.

 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Reseñas en serie

En mis predios seguimos sin ir al cine gran cosa, así que vamos tirando de series, algunas más recientes y otras menos. Qué más da. Nuestro criterio de selección no es su fecha de estreno, sino su duración total: pocas temporadas, pocos episodios, preferencia por las que resuelven cada capítulo en menos de treinta minutos. Y no se nos está dando mal.


COBRA KAI

Un baño delicioso de nostalgia ochentera en la primera temporada y un estirado prescindible -aunque correcto- en la segunda, y ya veremos qué pasa con la tercera. Es lo malo de estas series con vocación de durar hasta que el público se canse o la plataforma note menos clics el primer fin de semana (¿estarán en los mismos vicios del actual cine de estreno, todo al primer fin de semana?). Las series así, por buenas que sean, suelen morir por inanición. 

La idea de partida es estupenda: recuperar el karate en un suburbio californiano y la rivalidad de Larusso (el mítico Karate Kid), ya talludito, y el rubio Johnny, también con sus añazos. Es todo un hallazgo que a Larusso le haya ido bien en los negocios y el otro sea un desastre total. No estoy haciendo apenas spoiler, esto se sabe en los primeros cinco minutos de la serie.

Después, un inteligentísimo desarrollo en el cual lo que menos importa es el inevitable campeonato. Las canciones de época, las redes sociales, las mentiras de unos y otros, los fracasos visibles o encubiertos, las perrerías ya adultas, las enseñanzas de los senseis... todo funciona en capítulos de media hora que avanzan a un ritmo perfecto en la primera temporada. Lo malo es que ya no te puedes plantar, quieres ver lo que sucede en adelante, quieres verlos combatir como antaño. Así que seguiremos en el dojo


AFTER LIFE

Ricky Gervais es para mí el conductor más mordaz de ceremonias de premios, pero le he seguido poco en su faceta de ficciones televisivas. En esta serie lo hace todo, y todo bien: crea, escribe, dirige e interpreta. Una galería de personajes limitada y eficaz (algunos más instrumentales, otros decididamente brillantes), le permiten mover a su protagonista desolado y faltón, pero buena persona en el fondo, por una población soleada con cartero, residencia de la tercera edad, cementerio para las confidencias, playa y perro, tironeros en moto, yonki inofensivo, puta de buen corazón, niño con problemas y un periódico gratuito de noticias delirantes. 

Apenas hay más para repasar cuantas cosas imagines de la cotidianeidad absurda en las vidas del primer mundo, antes de la pandemia, que después ya veremos. Sólo el capítulo final, centrado de forma demasiado obvia en atar cabos, puede ensombrecer la primera temporada de esta joyita. Pero sí, hay segundo temporada y no la he visto.  Puede que no me decida a hacerlo.

EL MANDALORIANO

Disney está cagándola en la saga cinematográfica central, pero acierta en lo que no está pegado a la familia Skywalker. Rogue One, Han Solo y El mandaloriano son interesantes apéndices al universo galáctico que oscila siempre entre la República y el Imperio.

El mandaloriano es, de largo, lo mejor de Starwars desde los años ochenta. John Favreau estaba embarcado en el mundo marvelita, haciéndolo subir y subir, mientras J.J. Abrams se la pegaba estrepitosamente con Leia, Luke y sucesores. Espero que Favreau se quede mucho tiempo en esta serie, donde demuestra con sencillez aparente lo que hay que hacer en ese cosmos que Lucas abrió como un huevo de "Cuerno de barro", para que todos chapoteáramos felices mientras nos lo comíamos.

En cuanto al nivel técnico, la demostración de poder es tal que no merece la pena comentarla. Sólo la certeza de que rara vez aciertan con los guiones tanto como en este caso, mantiene a la competencia con vida.

LOS FAVORITOS DE MIDAS

He aquí a la competencia, echándole ambición con presupuesto Netflix. Es curioso lo que sucede con ciertas producciones españolas de la plataforma: el nivel de la apuesta económica corre paralelo a la falta de identidad del producto. Esta historia, si se le cambian actores e idioma, puede suceder en cualquier ciudad capitalina de Occidente, Londres, París, Berlín, New York,... Las oficinas, las viviendas, las azoteas, plazas y calles, los locales de ocio, los cochacos, los despachos de abogados, las algaradas callejeras, los antidisturbios y las reuniones gubernativas... Todo podría ser igual british, escandinavo, francés o bostoniano. Apenas una mención a las nécoras mientras se chupa una patita de marisco. 

Mateo Gil, el director, es de la misma escuela del primer Amenábar (hasta co-guonista de sus más tempranos éxitos). A la vista está: se inclina por una historia intrigante desprovista de raíces. A mí al menos, eso me genera el efecto que llamaremos "Malasaña con muffins".

En lo formal la serie luce impecable, claro, en eso Netflix siempre es una garantía. Así que los que deberían importarnos son el argumento y su desarrollo. Aquí es mejor el primero que el segundo. Mientras la intriga sube la cuesta, tres episodios, la serie funciona. Luego tiene otros dos que se hacen largos, lentos y en algunos momentos inapropiados. El final, coherente y algo previsible, remata la temporada aunque no la redondea. Vale, pero como valen las cosas de Netflix demasiado a menudo: interesante primero, entretenida después (cada vez menos), y al final una sensación de ni fú ni fá.  

GAMBITO DE DAMA

Culturalmente hablando, las sensaciones son opuestas a la de la serie anterior, aunque Netflix esté detrás de ambas. Aquí todo rezuma Estados Unidos en la década de los sesenta: costumbres, casas, coches, vestuarios, canciones, drogas, juegos de mesa o cama... y personajes.

Además, se acierta con el tono para poner a una mujer en primer plano sin darnos la chapa doctrinaria que tan fácilmente se le desparrama a Netflix en sus productos "me-too". 

De paso, la historia es magnética, la protagonista también (Anya Taylor Joy fascina), los secundarios resultan  ajutadísimos, y el desarrollo al que sirven contiene todo lo que antes se esperaba del gran cine estadounidense hoy casi extinto: el pulso entre genialidad y adicciones, la horfandad y sus parches, la soledad y los vínculos, los campeonatos, las ciudades que los acogen, los aviones en los que se fumaba, la coctelería a gogó, los radicalismos de mesa camilla (aunque allí se llamará mesita de living o similar), la deportividad, la ambición, la disciplina, la paranoia,... todo está ahí, combinado con la precisión de una estupenda partida de ajedrez.

Será difícil que Netflix acierte así otra vez en lo que queda de año y buena parte del que viene. 

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NASDROVIA

Acabo de empezarla y me parece una maravilla, dadme unos días para terminarme la botella de vodka que promete esta comedia atípica de Movistar.


domingo, 15 de noviembre de 2020

El gordo y el flaco

 

Al fin una película que retrata a actores del pasado con actores de hoy sin producir sonrojo, o dejar ese amargo sabor de recordar lo que fue espléndido y que ahora se honra sin tino ni cómicos a la altura de los originales. 

Quizá haya contribuido al éxito aquí que Laurel y Hardy fueron siempre más la presencia física que el arte interpretativo. Puro vodevil, gag tras gag, del torpe y el ofuscado en acción, con rutinas excelsas (la de las dos puertas, el baile, la visita al médico), trasladadas a un cine ávido de comicidad pura, como el de los años 30. 

De hecho, esa fue su gran década, luego vino la decadencia, lenta pero implacable. Cuando están decididamente en ella, arranca este homenaje fílmico de 2019, perfectamente equilibrado (ni se pasa de acidez ni de almíbar), con Coogan como Laurel y C. Reilly como Hardy. Ambos asombrosamente caracterizados y trabajando con una finura al más puro estilo "british" 

La ambientación es impecable, claro, los planos secuencia (en especial el primero), elegantes y didácticos, los secundarios arropan en las dosis justas (esas esposas marimandonas, ese agente ladino). Todo funciona. Y si no llega a obra mayor, de las de 8,5 para arriba, es porque lo que cuenta la película es verdad: el gordo y el flaco son adorables, pero están pasados de moda.

viernes, 13 de noviembre de 2020

Diez años sin el rey Luis

Hace diez años que nos dejó Luis García Berlanga, un cineasta genial cuyos planos secuencia deberían ser el tema uno en las escuelas de cine de todo el planeta.

Empezó en el oficio co-dirigiendo con Juan Antonio Bardem, creo que el reparto de roles les dio juego y anecdotario para el resto de la vida de ambos. Era el momento de Esa pareja feliz, el título parecía un choteo malévolo sobre ellos mismos.

Luego vino Bienvenido, Míster Marshall. El parlamento del hidalgo ante el balcón del Ayuntamiento ha quedado sepultado por la comicidad salvaje de la perorata de Pepe Isbert, que supera a “la parte contratante de la primera parte” de los Hermanos Marx. Pero esa intervención de Alberto Romea, mientras se abre paso entre sombreros cordobeses de pega, debería programarse en nuestras televisiones al menos una vez por semana, mejor nos iría.

No obstante, hay un hecho que pone de relieve la brillantez absoluta del director. La película nació como un vehículo para iniciar la carrera cinematográfica de Lolita Sevilla, la tonadillera que acompañaba a Manolo Morán. Ella sabía cantar maravillosamente, pero no actuar. El problema es que debía aparecer un tiempo determinado en escena y no sólo cantando. Entonces inventaron la secuencia del camerino, donde todo lo interpretan Morán e Isbert (dos monstruos de las tablas), mientras ella trastea con la ropa y los complementos. Después de cada parrafada, Morán suelta “y si no, que lo diga la niña” y ella “digo”, “ea”, “ozú” y así. Escena inmortal al canto, entre las muchas que Bienvenido, Míster Marshall tiene. 

Novio a la vista le permite a Berlanga hacer una de aventuras adolescentes, de época, aunque hay un "sí de las niñas" clavado en el centro de este hermoso cuento de iniciación a la vida adulta. De paso, Jorge Vico parece un antepasado de Michael J. Fox, en versión mejorada de blanco y negro.

Le sigue Calabuch, una delicia, la más mediterránea de las suyas. Y contra la quinta o sexta flota norteamericana, nada menos, otra vez el puñetero míster Marshall asomando la patita. Pero ahora los locales no se sueñan cowboys, van a la guerra vestidos como romanos de procesión, volviendo a cenar a casa y sin sudar. Grande.

En realidad, Berlanga sólo está precalentando. Lo que pasa es que su primera obra de plenitud es masacrada por la censura. Los jueves, milagro cambió tanto respecto a lo que el valenciano pretendía que éste insistió ante las autoridades en que el censor figurase como autor del guión. No coló, claro.


En venganza, llegan Plácido y El verdugo, obras maestras absolutas, cuyos finales podrían figurar en cualquiera de esas antologías para youtube que les editamos a los de Hollywood con adoración extrema. Son joyas del cine mundial sin discusión, mecanos perfectos de Berlanga y su mejor guionista, Rafael Azcona, con el que sí formó siempre una feliz pareja.

Después, encadena tres obras menos valoradas, pero que ganan con cada nuevo visionado: La boutique, Vivan los novios y, sobre todo, la anticipatoria Tamaño natural.

Toma carrerilla y se marca su trilogía a lo Coppola, pero con la nobleza decrépita de una naciente democracia española como protagonista, en vez de la pujante mafia de Nueva York. Construye consecutivamente La escopeta nacional, Patrimonio nacional y Nacional III. El resultado es soberbio, cómico, incisivo, vigente cuarenta años después cambiando apenas cuatro detalles; y ese Leguineche de mis amores,….

Todavía se permite el rescate de una vieja idea que no pudo materializar en tiempos de Franco por motivos obvios: La vaquilla, su visión de nuestra guerra civil, ácrata, divertida, melancólica, alocada, folklórica… lo tiene todo (¡qué reparto!). Hasta un final descarnado marca de la casa con La hija de Juan Simón de fondo y sobre el cadáver del animal muerto en tierra de nadie. Bestial.


Berlanga tiene cuerda para tres títulos más que rozan la astracanada, pero están repletos de hallazgos, sobre todo el que se centra en una jornada carcelaria de políticos más falsos que Judas: Moros y Cristianos, Todos a la cárcel y París Tombuctú, ésta última su canto del cisne repleto de saludable retranca y no poca melancolía (basta oír el temazo que lo arropa, A ninguna parte, de Manolo Tena).

A continuación, llega el retiro del erotómano y dos años después muere su hijo Carlos. El puto alzheimer quizá le alivió esa pena. 

Berlanga es el rey de un cine español que se reconocía en sí mismo pero desbordaba talento, diversión y mala leche elevados a arte. Sin embargo al final, ya lo dijo su hidalgo, también a este cine “se lo comieron los indios”

Y en esas estamos, maestro.

jueves, 12 de noviembre de 2020

Dando el cante

 

Se dice, y es verdad, que los intérpretes hollywoodienses (anglosajones mayormente), son muy completos en su formación: que actúan, cantan, bailan… todo lo hacen bien. Tienen otras bazas con las que manejar estos recursos, claro. A saber: un presupuesto que permite ensayar los pasos del directo hasta la extenuación y cortar y repetir cuanto haga falta en lo filmado. Los mejores maestros, músicos, arreglistas, estudios de grabación y técnicos para que cante bien hasta el más grajo de la lista. Y desde luego, al que no sabe, ni puede aprender a tiempo, no se le mete en estos jardines a hacer el ridículo (léase nuestro mítico momento bochorno del anual "Goying" extremo).

Dicho esto, en la cinematografía del equipo local, extensible si nos ponemos estupendos a todas las que comparten el habla hispana, existen y han existido siempre profesionales con capacidades tan luciditas como las de los anglosajones.

Con ese desparpajo tan del terruño, nos parece digno de todo elogio que Meryl Streep cante temas de ABBA, Hugh Jackman sea un estupendo bailarín-cantante, Anne Hathaway y Emma Stone salgan más que airosas de musicales puros y duros, Michelle Pffeifer susurre molona un temazo de jazz sobre un piano. O que Eddie Murphy cante reagee de fliparlo y la bella Scarlett tuviera grupo y disco. Todos son dignos de aplauso, no se me malinterprete.



Pero, en el mismo Hollywood yeyé, Banderas para Evita estuvo magnífico, aunque la película fuera una castaña (cosa que por cierto comparte con Los Miserables de Jackman y Hathaway). Penélope bailaba estupendamente en Nine (tiene formación específica para ello), y hace gorgoritos donde toca, o playback, que Almodóvar las gasta así. 

Leonor Watling canta de coña, Nawja Nimri cultiva los dos palos con talento, la Velasco lo hacía todo y bien, Ana Belén es una actriz muy solvente con una voz de oro. Por no irnos a clásicos obvios de las dos orillas, Imperio Argentina, Carmen Sevilla y Sara Montiel, Jorge Negrete, Pedro Infante, Gardel, Yma Súmac,… Más cerca en el tiempo, Sacristán se curró El hombre de La Mancha, y Carlos Hipólito Sonrisas y lágrimas, para esa especie de teatro broadway-cañí que exportamos hace ya años a la Gran Vía con notable éxito… 


En fin, cantantes que actuaban e intérpretes que cantaban hemos tenido siempre, incluyendo niños prodigio exprimidos como limones en la más pura tradición del cine mundial. El catálogo completo… para dar y tomar, que donde las dan las toman. Así que disfrutemos del talento, lo tenga quien lo tenga, antes de que los próximos Goya nos peguen su recurrente bofetada en nuestra maltrecha autoestima. Ahí va un botón de talento, Inma Cuesta:

martes, 10 de noviembre de 2020

FCIMerida, edición XV

El Festival de Cine Inédito de Mérida acude a su cita anual, una vez más, y van XV.

David Garrido Bazán, que interrumpió su delicada labor programando mientras dirigía la Filmoteca de Extremadura, ha vuelto a su puesto en el Festival y preparado una jugosa oferta de películas que difícilmente se verían de otro modo, no ya en Extremadura, sino en la mayor parte del territorio español. 

Fuera de cuatro capitales, todo esto que el Festival ofrece, rara vez se estrena. Ese es el panorama: producto comercial estadounidense a saco, de calidad discutible y apabullante presupuesto de producción, distribución y estreno. Y cuando vienen mal dadas, como ahora, aplazan. 

Quien asista a las proyecciones del FCIMerida no les echará de menos: cine diverso, bonito, sorprendente, humano, necesario, en el que escoger y reconocerse. 

Ángel Briz, David Garrido y su puñado de irreductibles emeritenses cocinan un Festival pequeño, coqueto, exigente y esmerado. La sección oficial y las paralelas, los premios Miradas, la sección Cine y escuela, los pases fuera de competición,... todo en la web:

https://festivalcinemerida.com/2020/ 

Gracias por resistir.



jueves, 5 de noviembre de 2020

Quinqui travel

 Pues nada, colegas, que el jefe de la banda lo ha traducido al inglés. 

Y nuestros yonkis están, burla burlando, en el mercado yanki.

Ya lo decía la gran Chus Lampreave: "¡Yanki, que eres un yanki!"

Prologa Hilario J. Rodríguez y radiografían el quinquismo en ocho capítulos Jorge González del Pozo (el jefe de todo esto), Andrés Maté Lázaro, Alberto Pascual Pérez, Javier Sánchez Cortina, Alejandro Gutiérrez, Juan Laborda Barceló y Fernando Marañón (o sea, yo mismo).


martes, 3 de noviembre de 2020

Connery, scotch panther

Tenía manos de estibador de muelle. Supongo que les dio cincuenta años de cuidados en sucesivos camerinos y rincones de maquilladores o estilistas, pero sólo los guantes de jugar al golf funcionaron para disimularlo. Aunque nadie se fijaba en ese detalle cuando alzaba las cejas y sonreía bajo el bigote, convirtiendo la simpatía en un deje tierno, entre lo socarrón y lo paternal. Esa sonrisa valía oro, nunca le falló, era  como de sabio medieval disculpando a un alumno las ignorancias propias de su edad o a un agente de la ley bisoño tanta torpeza para encontrar almacenes de licor clandestino.

Sin sonreír, o haciéndolo sólo con las cejas, podía mostrar instinto criminal, ser ditinguido con apenas ponerse el traje, mirar a una mujer desde cualquier ángulo, reprender a un arqueólogo desbocado…  y todo con o sin pelo: lo mismo le valía para el caso un reino ignoto, una estación espacial, una selva amazónica.

Cuando le blanqueó la barba y sólo siguieron negreando las cejas y el bigote, todas las producciones de lujo, testosterona y un punto superficial querían a Connery para redimirse, en Kamelot, Japón o la Roca.

Dicen que los capitostes que decidían sobre la encarnación de 007 en alguien de las islas, al terminar la entrevista le vieron cruzar la calle desde la ventana; Broccoli dijo entonces que el escocés se movía como una pantera. Quizá por eso, existe un scotch añejo que tuvo un célebre anuncio en el que una pantera descansaba junto a la botella de whisky y el titular decía: Tranquilo, no ataca, pero cuidado si te acercas a mi Old Parr.

Así era Connery, un gato salvaje pero tranquilo, hasta que le dejaban a deber dinero, se cruzaba con algún pusilánime, o le mentían en la puntuación de golf. Con eso y la pasión por su patria originaria tenía bastante para despacharse a gusto.

La pantera escocesa ha dejado de moverse. Pero pudo reinar y lo hizo. Consiguió sobrevolar el deterioro creativo de Hollywood sin que le salpicase, aun participando en muchas de las películas que lo ponían de relieve. Gustándole por igual a mi hija y a mi abuela, a demócratas y a republicanos, siendo Sir para un reino del que no quería ser súbdito.

Contradictorio, machista, estrella, manazas. Fue él mi primer retrato actoral a carbón, suya fue la película que proyectan al empezar mi novela cinéfila. Adiós, escocés. Seguirás reinando.