lunes, 25 de julio de 2011

Hollywood en Colombia, o el realismo mágico de un trancón interminable


Hace un par de días bajé desde Bogotá a Villavicencio en “flota”. Cualquiera que conozca la carretera sabe de la inaudita belleza del paisaje, pero también de lo que pueden durar esos 90 kilómetros entre obras de ampliación, retire de derrumbes, filas sin fin de tractomulas y los accidentes en el túnel de siempre que interrumpen el tráfico y forman el mítico trancón colombiano.

Ante los imprevistos más que previstos, ahí estaban los vendedores ambulantes de gaseosa, arepa, chorizo y roscas para resolver el hambre y la videoteca del conductor para dar entretenimiento al pasaje. Menú cinematográfico 100x100 gringo que me hizo pensar una vez más sobre el absurdo milagro de su supremacía en cartelera.

De primer plato tuvimos que ver Imparable, la última de las películas que últimamente perpetra Denzel Washington con la dirección entusiasta y desmelenada de Tony Scott, aquel tipo que durante un tiempo fue llamado el hermano listo de Ridley. La cosa va de un tren sin maquinista y sin control que avanza con unos vagones llenos de material tóxico e inflamable camino de grandes poblaciones norteamericanas. Y de un par de obreros del ferrocarril, el veterano y el recién llegado, que van a demostrar cómo las políticas laborales estilo Reagan no funcionan en los estados de emergencia. El guión, más rutinario que un viaje en tren de cercanías, alcanza su cénit en las confesiones personales de uno a otro cuando se acerca el momento de enfrentarse a la prueba definitiva. Ya os podéis suponer que la esposa enfadada verá a su marido heroico por televisión y lo hará con su hijito, no faltaba más, para reunirse los tres en perfecto abrazo al final de la aventura. Y también que Denzel encontrará en la voz al otro lado de la radio a una guapa mujer negra dispuesta a rescatarle de su varonil soledad.

Y todo esto, mientras seguíamos parados en mitad de la montaña, imparables.

Como la cosa había estado dramática, la siguiente fue dramáticamente cómica. Dos canguros muy maduros es un título que lo dice todo, aunque el original en inglés fuese Old dogs, que en este caso debiera traducirse por viejos gilipollas. Lo podemos resumir en una línea del Chicago Sun Times, que he cazado en filmaffinity y que la califica como pasmosamente tonta. ¿En qué estaban pensando John Travolta y Robin Williams? Imagino que en el cheque, pero llamarle tonto a ese argumento, a su puesta en escena y a la interpretación de dos actores de semejante renombre (aunque desigual carrera), es ser muy piadosos. No había visto una cosa tan vergonzante en mucho tiempo, y os juro que seguir aún en mitad de la montaña no tenía nada que ver, porque empezábamos a avanzar carretera abajo.

Para celebrarlo, el tercer título muestra del creativo y deslumbrante Hollywood de la década del 2.000, fue Os declaro marido y marido, de Adam Sandler y Kevin James. No hay nada como un autobús de línea para ponerse al día en asuntos de la condición humana, porque la manera de tratar la peripecia de dos amigos bomberos que se ven obligados a pasar por pareja homosexual es de una sutileza e ingenio a prueba de sordos. En Colombia no sé, pero a buen seguro que realizándose en España habría generado El día de la indignación gay y un nuevo debate sobre la utilidad de las subvenciones públicas al cine español. En definitiva, que entre la ínfima calidad de los chistes, la penosa moralina, el antiactor Sandler y la ruta a Villao otra vez parada a quince minutos del último túnel, empecé a pensar sobre cine forzoso y público indefenso. O cómo estas cosas pueden estrenarse hasta en los autobuses de las carreteras más exóticas cuando las películas simplemente mediocres de nuestros países de origen no va a verlas ni Blas, caso de que se estrenen en el multicine que reserva dos salas para la del tren imparable (la sala grande y la de 3d), otras dos para los canguros memos y un par más para la del cómico de brocha gorda. Y en cuál es el motivo por el que se ha llegado a semejante escenario, copado por productos norteamericanos de fórmula, a menudo de muy baja calidad, en detrimento de cualquier otro cine, bueno o malo, pero autóctono o al menos rodado en el idioma propio, ese con el que cada cual reza y blasfema cuando va en autobús.

Hay quien dice que la gente prefiere este tipo de películas porque no hacen pensar. Sin entrar en que ese efecto sea o no beneficioso para el alma, lo cierto es que a mí me hacen pensar demasiado. Por ejemplo, en que puestos a consumir comida rápida prefiero una arepa colombiana o un bocadillo de tortilla española a una hamburguesa de franquicia en la que hasta la lechuga sale del congelador ya troceada y la salsa se produce en una fábrica junto a los antiguos estudios de Hollywood, hoy en derribo. Si sólo necesito quitarme el hambre y “no pensar”, al menos ese menú alternativo me ofrece gracietas más familiares y actores más cercanos (gran ventaja, porque se critica con más placer la película de un compatriota, ¿lo habéis notado?).

Para entonces, la flota entraba en Villavicencio. Habíamos llegado al Llano justo a tiempo de perdernos la cuarta película del dia, aquella joya del amigo Jean Claude que ha tenido tres secuelas a cual mejor, titulada Soldado Universal. La pusieron cuando aún no sé veía el final del trancón y los viajeros pedían “una para niños”. Creo que fue el mejor gag en siete horas de pésimo cine y arrollador paisaje.





lunes, 18 de julio de 2011

Casablanca


Anoche soñé que volvía a Manderley…

…Pero iba en un avión, repleto de refugiados de toda Europa, y el fragor nazi de aquella década del 40 terminaba desviando nuestro vuelo hacia Casablanca, en la Francia no ocupada.

Allí, claro, todo el mundo iba a Rick´s, el Café americano donde el primer banquero de Amsterdam ejerce como pastelero de su restaurante, aunque nadie parece comer en Rick´s, sólo beben y fuman sin parar. Y entre banqueros holandeses arruinados, camareros rusos, guitarristas españolas, francesas enamoradizas, soldados alemanes e italianos, refugiados checos, contrabandistas portugueses y resistentes húngaros y noruegos, se tomaba su tiempo en las jugadas, trago a trago, Rick Blaine, un hombre con una herida y un pianista cuya mejor canción está prohibida en el local.


Las leyendas entorno a esta película podrían llenar todo Culturamas. Su extraño proceso de guión, que mezcla el talento de los Epstein y deHoward Koch con las soluciones de Casey Robinson y los chistes privados del reparto; el desconcierto de Ingrid Bergman (“¿estoy enamorada de Lazlo o de Rick?”, “aún no lo sabemos, interpreta algo intermedio”); la furibunda manera de dirigir de Curtiz, que despedía a los figurantes gritando: “Muévete hacia la derecha. Más. Más. Ya estás fuera de la película”.


Bogart, pasados los 40 años, iba a convertirse en el actor más famoso de América con su integro cinismo, su sentido de la amistad y su capacidad para el sacrificio romántico. Gracias a un argumento que ahora parece sencillo: Un antiguo amor huyendo de la guerra reaparece en el bar que regentas en Casablanca. Te dejó plantado sin explicaciones y ahora es la esposa de un héroe de la resistencia que necesita salvoconductos para llegar a América. Pero no sólo te rompió el corazón, sino que además jura que aún te ama. Aunque necesita los salvoconductos, sabe que los tienes tú y eso pone en duda cualquier declaración. ¿Le darás los salvoconductos para que se salven y sigan juntos? ¿Los usarás para fugarte con ella entregando a su marido a los nazis? ¿Le ofrecerás un salvoconducto a Lazlo a cambio de su mujer?


Y desde el punto de vista de Ilsa ¿Te marcharías con Lazlo, al que quieres, o te quedarías con Rick, al que amas? Un penique por tus pensamientos, cinéfila de Manderley.


Porque Bogart era un actor contundente y cuajado que podía llevar smoking de chaqueta blanca y resultar atractivo y amenazador, binomio letal con las mujeres de mundo. Pero Paul Henreid, además de distinguido y vienés, era cuando aceptó el papel de Lazlo más estrella que Bogart. Y tenemos que admitir que la secuencia en la que ordena a la orquesta del bar que toquen La Marsellesa es, aún hoy, más emotiva que aquella en la que Rick le pide a Sam tocar otra vez As time goes bye.


El piano y la voz de Wilson ponen alas a un flasback de lo que Rick e Ilsa tuvieron en París. Pero el himno francés, sin salir del Café, saltando de un intérprete a otro en un encadenado de planos insuperable, conmueve hasta los huesos cuando aplasta poco a poco las canciones guerreras de los soldados alemanes, mientras Ilsa brilla orgullosa de su marido sin saber que es Rick quien le ha concedido a su rival esa oportunidad que va a costarle el cierre de su local.


Esa es la grandeza de Casablanca (1942). Cada escena, cada personaje, central o episódico, fumándose los miedos y emborrachándose de pasión, esperanzas o rencores, viven inmersos en un dédalo de sub-tramas que siempre acaban en Rick, en Ilsa y en Lazlo. La rijosidad de Renault, la habilidad del croupier, las desventuras de los refugiados, el valor de sus jóvenes esposas, el misterioso escondite de los salvoconductos,… todo gira alrededor de “tres pequeños seres en este loco mundo”. Y esos seres son capaces de humillar y de amar, de sincerarse y de mentir, de matar y perder, sabiendo cuando el avión despega que no hay mejor paraíso que el paraíso perdido.


Lo vamos a dejar aquí. Es el momento de tomarme un trago. Ojalá Rick´s siguiera abierto.

domingo, 3 de julio de 2011

Blackthorn



Butch Cassidy aún vivía en la remota Bolivia, retirado bajo la identidad de Blackthorn y razonablemente a gusto en aquel paisaje, con su cabaña aseada, sus caballos de raza y su amante india. Pero siempre hay una última oportunidad para volver al territorio de la acción y la leyenda.

Desde esa premisa tan sencilla como ambiciosa y con un actor perfecto para el papel, Mateo Gil se ha descolgado con un western de alta calidad que se convierte en el penúltimo extraño logro de la errática cinematografía española, que, cada vez más, obtiene sus aciertos de aquellas fórmulas con las que nadie la identifica: el cine carcelario de intriga, el cine de acción en inglés y en Irak, la coproducción con Argentina, la financiación del Allen europeo.

En tiempos hollywoodienses de 3d, superhéroes, sagas, comedietas y terror adolescente de gran presupuesto, combatir con comedietas locales, dramas de extrarradio, estrellas televisivas, despelote y guerracivilismo es perder tiempo y dinero, el poco que hay. Sólo Torrente -también como saga, como 3d y como súperhéroe en su reverso chapucero- puede revindicar territorio cañí y plantarles cara en taquilla. Así que toca reinventarse a fondo o convertirse en verso libre. Mateo Gil lo ha hecho con su bandido y como un bandido, entrando a saco en un mito de la historia y el cine americanos para componer sin sonrojo y con bastante astucia algo digno de verse.

Aunque no hace falta ser un lince para saber que los grandes espacios son para la gran pantalla, que las montañas selváticas, las minas abandonadas, los desiertos de sal y los buenos tiroteos son herramientas de primera para hacer cine, si se cuenta con el presupuesto suficiente. Es curioso, porque Gil ha dicho que por falta de recursos renunció a muchas cosas en Blackthorn. Si es así, tiene más mérito todavía. Se ha quedado con lo esencial: Sam Sephard, viejo pero fuerte, sabio e ingenuo, áspero y romántico. Y un guión bastante hábil con el que saca partido a su presencia y la completa con un atracador joven, de otra escuela, una cuenta pendiente con su viejo enemigo y unos bolivianos silenciosos, perseverantes y terribles.

Gil demuestra una capacidad de síntesis notable -imprescindible en el western-, un buen manejo del flasback -de pasmosa precisión en el casting- y, sobre todo, el don de la atmósfera. Porque si algo tiene que tener una aventura crepuscular, es atmósfera. Aquí la ahí, en el humilde rancho, en la taberna barata y en el espacio abierto, a caballo y también a pie, cuando el caballo ha muerto y sólo sirve de parapeto y punto de apoyo para el rifle en medio de un desierto blanco abrasador. Como en los viejos tiempos. Como siempre.

Ya lo decía Borges: "El hombre olvida que es un muerto que conversa con muertos". Butch no.