lunes, 29 de diciembre de 2014

Leviathan


La estrenan el uno de enero, para que nos vayamos enterando de cómo están las cosas por ahí, en los arrabales del Hemisferio Norte. Por ejemplo, en los parajes menos poblados de la inmensa Rusia, a los que la modernidad solo ha traído sus peores tics y unos cuantos teléfonos móviles. En esencia: trabajos de mierda, ocio pedestre, ruina moral, mucha burocracia insensible y poderes conchabados para hacer lo que les venga en gana con lo que el ciudadano consigue a base de esfuerzo y vodka.

Leviatán es un mazazo contra la esperanza del ser humano común y corriente, sin recurrir a escenarios post-apocalípticos ni infecciones planetarias ni megavillanos de opereta pop. Leviatán habla, a pie de embarcadero destartalado o alrededor de la mesa de una cocina familiar, de un mundo implacable en el que los recursos oficialmente establecidos para la defensa de lo propio son una mera formalidad que prolonga la agonía del demandante, sin evitar su desgracia ni el triunfo del prepotente demandado.

Expuesto al estilo ruso, con mucho trago, poca alegría, violencia soterrada pero constante, mínima banda sonora y desolación existencial de alta graduación. Sin espectacularidad ni finales felices. Para bien y para mal, del modo contrario al del cine de consumo más popular en estos tiempos que corren hacia quién sabe dónde.


Seguramente necesitamos que siga existiendo cine de esta clase, del que hace Andrei Zvyagintsev, aunque verlo resulte más bien deprimente. En lo estrictamente narrativo, la película se encalla en varios tramos de su metraje (como el esqueleto de la ballena que la preside) por reiteración, lentitud o alargamiento de escenas cuyo efecto se obtiene en unos pocos planos y no necesitan subrayado (las borracheras embrutecedoras, la demolición en tiempo real, el sermón del párroco).

Pero en fin, esto es Rusia, amigos, y lo es hasta la médula. No hay suficiente vodka en la tienda pueblerina que atenúe el dolor de un hombre condenado a perderlo todo por la codicia y el capricho de los que manejan el cotarro. Aunque el cotarro sea tan poca cosa. Lo que importa es ser boca de Leviatán, porque todos los demás solo le servirán de alimento.

Ya os digo, una juerga.




miércoles, 24 de diciembre de 2014

martes, 23 de diciembre de 2014

viernes, 19 de diciembre de 2014

Virna Lisi

Se cierran los ojos más bonitos del cine italiano.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

PRIM, el asesinato de la calle del turco



A pesar de tratarse de un largometraje producido para televisión, Miguel Bardem se pone clásico y decide rodar sobre Prim como si lo hiciese sobre Lincoln. Nada que reprocharle, en principio, pues la época, el vestuario y las pistolas son casi coetáneos, hay un magnicidio, el presupuesto es bastante holgado y su manejo hábil.

Madrid luce decimonónico (aunque los leones de Las Cortes ocuparon su lugar dos años después de lo que aquí se narra), las caracterizaciones resultan precisas y el actor que encarna a Galdós guarda con él un parecido sorprendente.


El relato –salvando el prólogo político demasiado escueto y falto de intensidad- cuenta también con una primera escena dramática excelente en medio del campo, donde el duque de Montpensier y Enrique de Borbón se baten en duelo. Perfecta para asimilar que Javivi asuma un papel tan alejado de sus registros y lo haga creíble e interesante (quizá el que más).

En este sentido, aunque la mayoría de los papeles principales estén bien interpretados, es sin embargo una lástima que haya desaparecido casi por completo aquella generación de actores que vestían personajes menores de la cabeza a los pies con su sola presencia, y que aquí se echan a faltar en no pocos momentos. En cualquier caso, los problemas de la narración vienen después, a medida que se conocen los diferentes elementos en juego y el discurso toma un tono neutro en el que nadie lleva el peso de la función, salvo la Historia. Porque el principal problema de Prim es, curiosamente, el mismo de Lincoln: que hay que estar bastante al tanto de la historia política de la época para seguir los problemas centrales con la necesaria soltura.

A Bardem y su guionista les falta la claridad expositiva de Esquilache o el empaque literario de Sangre de Mayo. Tener a Benito Pérez Galdós como personaje de ficción y no sacarle provecho salvo para un brindis afortunado es una falta que solo puede entenderse si se le ha leído poco. Hubiera hecho una excelente voz en off que añadiría atmósfera, intriga y fatalismo español a la película, los tres elementos en los que se queda corta a pesar del encomiable esfuerzo de ambientación general y didactismo histórico.

Quizá por eso, pese a que algunas escenas gozan de la intensidad adecuada, la narración carece de crescendo. Los motivos están razonablemente entendidos para cuando se llega al asesinato, pero el espectador no teme por la suerte de nadie ni lamenta demasiado lo que le espera a Prim, puesto que los personajes no generan la empatía suficiente y lo que implica su pérdida nos resulta ajeno (¿qué quiere mostrarnos la narración, que se perdió un gran gobernante, un benéfico reinado, una oportunidad para la república,…?).

El magnicidio, además, con una puesta en escena bien medida, se desinfla en la sala de montaje por acumulación. Tres veces se reproduce el atentado y solo dos son suficientes, la de la versión oficial (la primera) y la auténtica (la última). Galdós recupera cierta importancia en este último acto, pero su pesquisa carece de lucimiento y la influencia del caso en su persona (y en su obra) no recibe la atención que a mi juicio merece.

Para no seguir, la película, en la que se ve un despliegue de trabajo, interés y cariño enormes por parte de sus creadores, se queda finalmente en otra ocasión perdida o no lo suficientemente aprovechada. Necesitamos más ficciones con semejante ambición, pero la llama lincolniana robada a Spielberg sin sonrojo (que es, para colmo, el momento sonrojante de la película de Spielberg), no es la mejor manera de reivindicar este logro, aunque con lo que se programa desde hace tiempo, logro sea.


martes, 16 de diciembre de 2014

St Vincent


Bill Murray es un personaje en sí mismo. Ha recorrido un largo camino sin renunciar a su particular manera de interpretar y ser en pantalla. Es capaz de resultar cómico sin mover un músculo, peligroso sin ejercer,  desolado sin sobreactuar, triste sin lágrimas. Murray sirve para arropar al más rutilante Dustin Hoffman o al Johnny Deep más freak, para trabajar en equipo sin pisarle a nadie su fantasma, para desesperar al siquiatra, para raptar a una marmota, para enamorar a la Johansson. Es, en fin, uno de esos tipos entrañables y cachondos que siempre se agradecen en una película, sea cual sea su catadura, porque siempre le añadirá vigor a la receta.

St Vincet es una película de receta. Tiene cierto envoltorio y momentos originales, pero en esencia cuenta la historia ya contada del misántropo obligado a congeniar con alguien que, a priori, está en las antípodas de su destartalado modus vivendi. O sea, que le toca tutelar a un niño educado y responsable.


Como canguro, Murray lo hace bastante bien (por supuesto, a su manera), mientras reparte sarcasmo, bordería, volantazos y colillas por toda la ciudad. La película se agarra a él como a un clavo ardiendo para evitar la complacencia o la sensiblería. En mi opinión lo consigue, en esta especie de Cuento de Navidad sin Navidad que envejecerá mejor que otras muchas películas americanas de la cosecha 2014. No es que estemos ante un clásico, pero sí ante una historia pequeña y muy bien contada en la que Murray, el chico, la divorciada y la rusa montan una maravillosa fiesta para el espectador. Apenas unas gotas de sentimentalismo sincero, bastante whisky y una música bien colocada rematan la faena.

Al final, Murray demuestra en un par de minutos que mola verle hasta regando su jardín sin césped.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Películas de trastero

El puente pasado tiré de películas que en su día conseguí baratas en quiosco de prensa y que aún no había visto. Por desgracia, no descubrí nada nuevo, nada deslumbrante.


En el centro de la tormenta: Un capricho de Tavernier protagonizado por Tommy Lee Jones que enreda la investigación de un crimen sureño con apariciones poco convincentes y vínculos con el pasado algo artificiosos. Aunque ver a Tommy pasearse por la pantalla es suficiente para juzgar la película como un pasatiempo aceptable.


Caza a la espía: Interesante seguimiento al modo en que la CIA se comió sus conclusiones sobre las armas de destrucción masiva irakíes por intereses de la administración Bush en la invasión 2.0. Naomi Watts y Sean Penn hacen buenos papeles, adecuados a su imagen, y una vez más se demuestra la capacidad del poder para desacreditar al que se empeña en y por la verdad. Quizá le falte un poco de pasión, pero se agradece que se ciña a los apaños de despacho, pasillo y patio trasero, sin meterse en comandos ni persecuciones vistosas e inverosímiles.


Confidence: Con un reparto molón que incorpora a Dustin Hoffman, Andy García o Rachel Weitz, la película se apoya en las consabidas escenas de club nocturno, bar de colegas, apartamentos baratos y oficinas lujosas, el montaje demasiado picadito, unos diálogos que pretenden refrescar el código verbal del cine negro y el siempre agradecido tema de los timos. Pero lo malo de las películas de timos es que, con pocas que hayas visto del género, sabes de antemano que en el desenlace se descubrirá que todo lo que parecía real forma parte del timo. Y eso convierte en timo la película misma. 


Casa de arena y niebla: de inexplicable prestigio crítico, es una película con excelente premisa, correcto desarrollo y absurdo desenlace, innecesariamente tremendista, forzadamente trágico. Una de esas en la que los últimos quince minutos echan por tierra todo lo anterior. No basta con que renuncie al final feliz para que una película estadounidense se pueda considerar de calidad. Ésta es un buen ejemplo de ello.

martes, 9 de diciembre de 2014

Perdida




La más certera película de género procedente de Hollywood de las muchas que nos ha estrenado desde el fin de verano es Perdida, adaptación de un best-seller de Gillian Flynn editado en España por Roja y Negra.

La escritora se ha ocupado personalmente de llevar su novela a guión y apenas ha sacrificado detalles recogidos en el texto original sobre ese matrimonio newyorkino y feliz cuyo deterioro amoroso se acelera gracias al desempleo, una mudanza en desventaja, los distintos estilos familiares y algunos errores propiciados por la convivencia y la integración más o menos afortunada en la nueva comunidad.

La desaparición de ella, un poco de televisión sensacionalista, el morbo del vecindario y las pesquisas policiales son los ingredientes básicos con los que David Fincher nos muestra en pantalla cómo la complicidad afectiva puede transformarse en un pozo de agravios y llevar la relación al límite, porque no hay que seguir demasiado las noticias para saber que la convivencia sentimental y sus contradicciones son capaces de incubar la violencia del mundo y tienen a veces tanto peligro como un campo de minas anti-persona.

El matrimonio es un pulso constante entre inteligencias, deseos y renuncias que al mismo tiempo sostienen y derrumban nuestro bienestar emocional y nuestra autoestima, lo que la película aprovecha para cruzar las líneas rojas del costumbrismo y sumergirse en el agradecido territorio de la intriga criminal. Lo hace con inteligencia y habilidad para la sorpresa, sin que los cambios de ritmo y tono pesen apenas sobre el conjunto. Porque con estos mimbres podía haber salido un telefilme de sobremesa. Pero a Fincher, como casi siempre, le ha salido un peliculón.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Magia a la luz de la luna



Woody Allen es un genio que echaremos de menos cuando deje de estar en el mundo rodando una película tras otra. Da igual cómo le salgan, todas son valiosas por uno u otro concepto. Y sobre todo cuando el escritor y director newyorkino se deja llevar y combina su angustia y su romanticismo en alguna época pasada de su preferencia.

Ésta última es una de esas, ambientada en los años veinte, bonita, liviana, rápida, descorazonadora y romántica. Allen es el único capaz de irse a aquella época para hablar de los temas más arduos de la existencia en medio de un salón de té, una rosaleda, una fiesta mundana, un camino de grava o un pequeño cabaret. Sus diálogos van a lo esencial sin resultar densos ni pedantes, la sonrisa flota en cada situación y los actores se entregan incondicionalmente, sabedores de que mañana es posible que tengan que salvar al mundo de una amenaza extraterrestre enfundados en unas mallas para soltar bobadas delante de un croma verde.

Que se apague la luz, aparezcan sobre negro las letras de los créditos en la tipografía de siempre, y suene ese viejo disco de jazz que parece abrir cada una de sus películas de los últimos treinta años, son requisitos de un ritual que reconcilia con la magia del cine. Y pongamos que el foco del proyector de una película de Allen es la mismísima luz de la luna.


viernes, 5 de diciembre de 2014

La isla mínima y Relatos Salvajes

Dos películas brillantes desde sus mismos créditos iniciales, producidas y habladas en español, han sido éxito en este trimestre terminal, a pesar de lo difícil que está rodar, estrenar y conseguir que el público pague entrada en taquilla.


Estrenada el 26 de septiembre, La isla mínima sigue aún en cartel, cosechando espectadores a pesar de las sucesivas novedades que semana a semana merman sus posibilidades de recaudación y van empujándola fuera del circuito. Aunque, si los premios le hacen justicia, es probable que goce de una segunda vida comercial después de los Goya.  En cualquier caso, ya tiene el mérito de ser una de las propuestas más interesantes del 2014, por historia, por atmósfera, por interpretaciones. 

El misterio criminal de las marismas, el raro ambiente de penuria, silencio y depredación que rige la zona, los policías desencantados que buscan culpables, son elementos propios del género que adquieren interés renovado en manos de Alberto Rodríguez y gracias a las composiciones que realizan Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez y el resto del reparto. El sevillano cada vez afila más sus películas y en ésta, algunos interrogantes quedan abiertos como venas.

Relatos salvajes también mantiene el tipo en la cartelera después de muchas semanas y un boca a boca envidiable. Una película que es pura corrosión a la argentina, sardónica, violenta, tronchante, descorazonadora. El hombre es el lobo del hombre y alcanza una especie de plenitud cuando ejerce a dentelladas su revés tenebroso. Con acento pibe, para ponerlo más cabrón y ferozmente divertido. Lo del bar de la parada de autobús, el regateo alrededor de una autoinculpación, las discusiones de carretera y la catarsis nupcial es de matrícula. Ricardo Darín en ventanilla, capítulo aparte. 


Relatos Salvajes ha arrasado en su país de origen y lo está haciendo en España por motivos obvios y gemelos: aquí y allá estamos al límite de nuestra resistencia mental. Así que presenciar en pantalla esta catarsis nos resulta casi terapéutico, aunque está bien lejos de serlo. El film se limita a recordarnos, mezclando con malicia extrema el pesimismo y la fiesta, la violencia y el ridículo, que cuando la gente se cabrea es capaz de cualquier cosa. 

Todavía queda tiempo de ver estas grandes películas en la pantalla grande.


jueves, 4 de diciembre de 2014

2014, últimos metros.

Ahora que nos metemos en el último mes y pronto empezarán los resúmenes destacados, las listas con lo mejor y lo peor, en fin, esa clase de cosas que se estilan terminando el año, he rescatado un artículo que publiqué hace algún tiempo en la Revista Tarántula.

Las 30 películas más esperadas del 2014



Hay un video en youtube con un millón doscientas mil visitas titulado Las 30 películas más esperadas del 2014 cuya autoría de montaje desconozco, pero que da una perfecta idea de lo que nos están proponiendo por tierra, mar y aire como CINE imprescindible en los tiempos que corren.

No hace falta decir que entre las seleccionadas (estadounidenses en proporción abrumadora), hay varias de súper héroes, varias en la órbita de apocalipsis planetario –con o sin monstruo-, unas cuantas de acción rabiosa que parecen meros spots de la industria armamentística -probablemente lo sean-, algunas fantasías de mucha batalla y destrucción, un par de guiños a la velocidad de los coches de carreras ilegales y así hasta 24 de las treinta. La también incluida Interestelar de Nolan, por comparación, parece una suave y bonita historia de gente casi corriente.

Los autores de la selección consideran también “esperadas” las familiares Río 2, Cómo entrenar a tu dragón 2 Maléfica (o Bella durmiente 2). Para cerrar la lista, un par de aportaciones europeas, la de Lars Von Trier sobre ninfomanía variada y la española Rec 4: Apocalipsis.

Todo muy cercano, todo muy cálido, todo muy significativo. Historias con hondura, equilibradas y bellas, que hablan al corazón y a la cabeza del espectador, que despiertan su sensibilidad, que lo humanizan.

Por eso se han estrenado y se seguirán estrenando películas como éstas con gran número de copias en todos los países del mundo y con abundante publicidad. Sería una pena que nos las perdiésemos: Necesitamos acercarnos gracias al cine a nuestra condición humana, a las  contradicciones de nuestra naturaleza, a la complejidad de nuestras sociedades, a la riqueza de nuestra cultura, a nuestras miserias y corajes cotidianos, a nuestros miedos y esperanzas.

Y para hablarnos de todo eso, quién mejor que Lobezno y sus puños llenos de cuchillas.