viernes, 31 de diciembre de 2021

Spiderman: No Way Home


El trepamuros lo ha vuelto a hacer: le ha sacado a Hollywood las castañas del fuego, devolviendo a la chavalería al cine, pulverizando récords, contando una historia realmente chula para cualquier fan de los cómics, de la factoría cinematográfica de Marvel o, en general, del cine palomitero trepidante pero de calidad.

Tom Holland es, de largo, el mejor Spiderman de los vistos hasta la fecha. Podemos obviar al chico del 77. Con aquella traza -de la máscara a las suelas del traje-, sin un solo efecto y semejantes malos de arte marcial serie Z, el pobre Nicholas Hammond hizo lo que pudo. Tobey Maguire, ya en nuestro siglo, aprovechó bien ese momento en el que las posibilidades técnicas daban el primer gran salto cualitativo -¡y qué salto!-, acertando de lleno en dos de tres. Andrew Garfield tenía el viento de cola tras La red social (nótese el chiste malo), pero no cuajó. 

El  jovenzuelo Tom, en cambio, entró de tapadillo como Vengador amateur y fue consolidando su apuesta película a película: "loser" de instituto mezclado con megavillanos, amigos con súper-recursos y tía May de muy buen ver.


Un escudero cómico (Jacob Batalon) y la chica adecuada (Zendaya) completaron el cóctel que nos servía Holland ya en sus títulos como protagonista. De este modo surfeó sobre la diversión sin charcos en la primera, naufragó en el viaje de fin de curso por Europa (es preocupante lo que les gusta destruir ciudades con auténtica solera a los de Hollywood), pero ha remontado de manera incontestable en esta tercera entrega de sus aventuras. Las tres las ha dirigido Jon Watts, un director sin apenas pasado. Ahora ya puede presumir de uno.

Este Spiderman lo tiene todo y a todos. Rescata el metaverso de la prodigiosa película de dibujos animados estrenada en 2018 (Spiderman, un nuevo universo), para ofrecernos un histórico apabullante de héroes arácnidos y villanos perfectamente frescos. Por no hablar del doctor Strange, que sigue sorprendiéndome como personaje cinematográfico (nunca lo creí capaz de salir del papel hasta que lo vi en manos de Benedict Cumberbatch). Evitaré mencionar la aparición más breve e impactante de la temporada super-heroica. 


Spiderman me recuerda al Woody de los 80: todo el mundo quiere salir en sus pelis. Lo que significa contar con intérpretes de calidad máxima desde el principio: Dafoe, Molina, Tomei, Fox, Haden, Ifans, J.K. Simmons... Y no sigo, para no destripar todo lo que a estas alturas los aficionados al vecino Spidey deben saber.

Porque si no lo sabes, ya estás tardando en correr hasta el cine más próximo. Para más disfrute, tú también vas a ir enmascarado.


jueves, 30 de diciembre de 2021

Fue la mano de Dios

Paolo Sorrentino sigue solo en el trono italiano, donde lo demás parece relegado al consumo interno. Su amor confeso por el maestro Fellini y el futbolista Maradona, no necesariamente en ese orden, le ha dado unos réditos espectaculares. Basta con verse media película, en la que apenas un momento palaciego de potencia estética inusitada se sale de la cotidianeidad del verano mediterráneo, para darse cuenta del talento del director. No pasa apenas nada, pero el interés es máximo.

Eso sí, para entonces ya llevamos algunas gordas comilonas, un par de monstruos fellinianos y una maggiorata (¡qué no falte la maggiorata!). Y el sueño de Maradona en el Nápoles. Y las miserias de la familia feliz que asoman.

Sorrentino, además guionista, sabe bien qué mostrar y qué no para amplificar el efecto de cada situación. La hermana perpetuamente encerrada en el cuarto de baño, cortándose las uñas o haciendo cualquier otra cosa, es una hallazgo para la invisibilidad en pantalla, mutada en presencia. Incluso en el entierro, con gente haciendo cola para el pésame, cuando preguntan por ella ha ido un momento al baño. 

También el instante en el que el muchacho quiere ver a sus muertos y el personal hospitalario aguanta la rabieta sin ceder un palmo. O la escapada nocturna a Capri para nada, que permite al director fotografíar una de sus plazas como nunca se ha hecho: completamente vacía.

El realismo y la pasión estética de Sorrentino conviven sin estridencia, de manera fluida. Los pisos de la vecindad son otro buen ejemplo. La baronesa, la vecina embromada a costa de Zeffirelli o la familia protagonista habitan en el mismo edificio, en sucesivas plantas o puerta con puerta, pero los interiores modifican por completo la estructura arquitectónica al servicio de una puesta en escena adecuada a cada caso. Si hay un encuadre que necesita techos altísimos, sea. Si otros tienen que mostrar la decadencia axfisiante de una vieja acaudalada y despectiva, vamos allá. 

Pero sin caer en la borrachera escénica de un Wes Anderson. Paolo tiene nada menos que Italia a su entera disposición, no necesita inventar constantes geometrías bellamente coloreadas como el tejano.

 

Para colmo, el narrador no se detiene un sólo fotograma en las penurias logísticas y monetarias de la orfandad, en cómo debía ser reinventarse siendo poco más que un adolescente en la Nápoles de Maradona. Lo que importa a Sorrentino en este relato autobiográfico es el desconcierto, el dolor y las esperanzas de Fabieto, trasunto de sí mismo, decidiendo aprovechar la libertad para emprender una carrera de cineasta que no necesita contarse, pues la propia película es la prueba de ella. 

Los momentos finales, en los que el Nápoles gana la liga italiana, la hermana sale al fin del baño y Fabieto se marcha en tren son una combinación muy italiana entre lo cotidiano y lo trascedente. Con el sello de los directores de talento que siempre ha tenido la Bota. 

No es el fútbol, no es la mano de Dios, es el cine europeo que se resiste a morir.


 

martes, 28 de diciembre de 2021

El poder del perro

 Trepidante, como todas las de Jane Campion.



domingo, 26 de diciembre de 2021

No mires arriba

Llegamos al último detalle Netflix del 2021, año en el que la distopía decae, muta y sigue. 

No sé si recordáis esa corriente que sacudió Hollywood en la primera década del 2000, cuando Marvel crecía y crecía, para tratar de mantener otro perfil de cine que no costase 300 millones por pastel. La corriente de la que os hablo consistió en hacer comedias corales (organización de boda al aire libre, día de Acción de Gracias y cositas de ese estilo), en las que contrataban a toda estrella que pasara por allí, de generaciones varias, desde las consagradísimas hasta actores-cantante o las promesas emergentes del momento. Tipo Susan Sarandon, Rober De Niro, por supuesto Diane Keaton y, siguiendo para abajo, Amanda Seyfried por aquí, Justin Timberlake por allá... Gente ideal para "vestir" bien las pelis de sofá. Aunque, como eran de sofá, no llevaron a mucha gente al cine. 

De vez en cuando nos atizan aún alguna de esas, con viejos jubilados gamberros en Las Vegas, viejos jubilados planeando un atraco o viejas esposas divorciándose con la tarjeta de crédito entre los dientes y un crucero por Europa, desprejuiciado a la norte-americana manera.

Bueno, pues ésta es un poco eso, sin figuras rescatadas en el cementerio de los elefantes. Todos están en racha, en eso Netflix aporta músculo: "reúnamos el reparto más cotizado que se pueda reunir para una película de plataforma". Y por allí aparecen, al olor de la pastizara y la diversión, Leo Di Caprio, Jonah Hill, Jennifer Lawrence, Timothée Chalamet, Cate Blanchett, Ariana Grande, Mark Rylance, Ron Perlman...

Todos tienen la cuenta saneada, así que más que por la pasta vienen por la diversión, pero ese es el primer problema de la película: que las estrellas que actúan en ella parecen divertirse bastante más que el espectador.

Y eso que la premisa es golosa: unos científicos descubren lo que se nos viene encima, pero nadie les toma demasiado en serio (al contrario que en todo el cine de catástrofes, en el que una alerta remota moviliza el aparato del poder con toda su tecnología y potencia militar, organizativa y sapiente de inmediato).

La sátira moderada, con esa premisa por bandera, es muy graciosa además de hábil. Pero luego el poder se pone a la tarea, aunque lo haga por un puñado de votos y la película crece en despliegues, de producción y satíricos, lo que va a enterrar la frescura del film a paletadas. Aquí es cuando ellos empiezan a divertirse más que nosotros.

La intervención creciente de un magnate tecnológico, figura-cliché que se ha convertido en el comodín de villanía de Hollyood cuando las ideas se agotan o se atascan, lleva la película por terrenos cada vez más transitados y obvios.

Y luego está la duración. Si este post se os está haciendo largo ya, imaginad la película, que bordea las dos horas y media sin más novedad en su último tramo que el bello Timothée haciendo de skater (me descojono).

Destellos finales hablan de una película mejor. Quizá con menos sátira (la idea da escalofríos y hasta risa nerviosa sin subrayados), menos metraje y menos estrellas, la cosa hubiese quedado redonda como un planeta vivo y no con tanta cola pero fugaz como un cometa.

Se ve agradablemente en cualquier caso... desde el sofá. Lo llaman "Noche de Netflix" y poco tardarán los hipermercados en ofrecer pack de refrescos+palomitas+pizzas+helado con esa misma etiqueta. Entonces, el meteorito letal nos la sudará más todavía.


sábado, 25 de diciembre de 2021

Being the Ricardos


Aaron Sorkin sigue luciéndose como dialoguista y va ganando en la dirección a medida que estrena películas.

Ésta es francamente buena, creo que mejor que la de El juicio de los Siete de Chicago. A vueltas con los límites de la democracia estadounidense, que siempre sospecha de (y puede defenestrar a) los izquierdistas confesos o que apuntan maneras, la de los activistas de Chigaco se pasaba en mi opinión de didáctica. 


Aquí, es más que suficiente con la semana de crisis profesional desatada por un titular sobre Lucille Ball que cierne sobre ella la sombra del macartismo. Con eso, un embarazo imprevisto, sus fallas matrimoniales (ilustradas con el origen de la relación entre Lucille y su marido cubano Desi Arnaz) y las relaciones del equipo del programa de TV más popular de los 50,  I love Lucy, el show está más que servido.


El problema viene de la caracterización de Nicole Kidman como Ball, a base de prótesis faciales, cejas Claude Colbert y pelirrojeo recuperado. No me convence ni pizca. De hecho, es lo único que me saca de la película. Dicen los que la ven en versión original y pueden compararla con la verdadera Lucille, que el trabajo de Kidman con la voz es soberbio. Pues vale, pero yo veo su cara frente a la de Javier Bardem, al que le basta el peinado para ser Desi, y tengo mis dudas.

Por lo demás. Sorkin vuelve a acertar. Ya tiene su Mank.



viernes, 24 de diciembre de 2021

martes, 14 de diciembre de 2021

No me acuerdo


José Luis Garci ha vuelto a la televisión hará algo más de un mes, para hacer su programa, el que todos hemos conocido con sucesivos nombres, pero de fórmula única e inmejorable: una auténtica autoridad en la materia saluda a los espectadores y anuncia la gran película que emitirá esa noche. Se emite la película. Tertulia sobre lo visto. ¿Invitados a ella? un puñado de cinéfilos de nivel máximo en consideración profesional, en altura cultural, en capacidad comunicadora y en calidad de su afición a la pantalla grande, con el mejor de todos a la batuta. 

Garci. Un tipo al que le importan un bledo "las cuotas", la edad de los contertulios, su sexo, su ideología y todos esos prejuicios que tanto se llevan por las cadenas de TV, incluyendo la que le ha fichado. Un amigo de sus amigos al que tampoco importa el qué dirán sobre que la inmensa mayoría de los contertulios de su programa escriba en ABC o sean viejos amigos del director. Pues claro, ahí arriba (el arriba de verdad, el de nivelazo genuino) y perteneciendo a generaciones que se codeen entre ellas, hay pocos y todos son amigos o enemigos mortales, como dicta el protocolo. Y casi todos han escrito alguna vez para ABC.

Ayer eran cuatro hombres talluditos hablando de la fastuosa Fort Apache. Todos amigos de Garci, todos mayores de 65 años. Y aquí lo grande. Según iban comentando, ilustraban con datos algunos de sus argumentos, pero si la memoria no les acompañaba decían "no me acuerdo" y seguían adelante. Nadie se ponía a consultar google en el móvil de tapadillo para decir lo olvidado a la primera que recuperase el turno de palabra. "Creo que hizo otra película con... no me acuerdo", "escribía en la prensa, en el Daily... no me acuerdo". 

Es verdad, ¿a quién coño le importa si era el Daily Telegraph o el San Francisco Chronicle? Pero además, ¿qué coño importa que me acuerde o no del dato en este preciso momento? Si no me acuerdo, no me acuerdo y punto. 

Nadie en la mesa se alteraba lo más mínimo, ahí ninguno tiene ya que demostrar nada a la audiencia. Y la audiencia bebe la tertulia de cuatro amigos talluditos como si fuera ambrosía. Ese es el resultado de meter a un puñado de grandes a charlar, verlos y oírlos es siempre un privilegio. 

¿Cuándo fue la última vez que disfrutamos algo así en las televisiones en abierto? ¿No te acuerdas?

lunes, 13 de diciembre de 2021

Verónica Forqué


De un tiempo a esta parte, fallecen las personalidades del cine y las letras que por un motivo u otro conocí brevemente. Aunque con la Forqué apenas nos cruzamos un "hola", un "gracias" y un "¡qué suerte, cobraréis la sesión!".

Cierta noche en que todos los de la pandi de entonces salíamos por Huertas, vimos un anuncio en fotocopia pegado en una pared junto a la máquina de tabaco. Pedían figuración para un día de rodaje en discoteca, por bocata, el gusanillo de la cámara y ver de cerca a los protagonistas de la película: Verónica Forqué y Antonio Resines. No había más.

Mi hermana, superfan de Resines (tantas veces marido de Verónica en el cine) y también de la Forqué, me enredó en la aventura y nos vestimos estrafalarios post-movida para la ocasión: ella llevaba un sombrero con una flecha que lo atravesaba, una camisa azul cobalto, tirantes y pajarita, yo gorra y chaquetón de minero alemán.

Fuimos a la disco, a Verónica la estaban peinando. "A mi mujercita ponla guapa", decía Resines, que la quería bien. También andaba por allí Quique San Francisco, que era como Tip, con estar y decir cualquier cosa te partías la caja. La película era El baile del pato. Al contrario que en La vida alegre, el papel de más peso en el matrimonio Resines-Forqué era esta vez para Resines. Lo mismo daba, ella desprendía dulzura por los poros, la voz y aquellos bellos ojos azules, chispeantes y chiquititos.

Como pasa en estas ocasiones, se rodaron primero las escenas de masas y se fue despidiendo figuración sin bocata o, algo más tarde, con bocata pero sin sueldo. Al final, en la escena de los baños, dejaron a los de atuendo más frikie. Mi hermana, su sombrero y su pajarita merecían premio y yo por parentesco me quedé también. Nos apuntaron para pagarnos algo. Fue entonces cuando sonó la dulce voz de la Forqué, alegrándose de que cobrásemos el dia de trabajo, que para nosotros fue una fiesta.

La había visto en muchas peliculas anteriores, desde aquellas setenteras Mi querida señorita, de Armiñan o La guerra de papá, de Mercero, y seguí disfrutando su presencia en cuanto rodó después, incluyendo la serie Pepa y Pepe, que sostenía a pulso junto a Tito Valverde.

No la vi en el desgraciado concurso cocinero, aunque me llegaban ecos de su maltratada figura convertida en carnaza de redes sociales y titulares busca-clics. Ella, que reinó en los ochenta y noventa con títulos tan influyentes como Qué he hecho yo para merecer esto, El año de las luces, La vida alegre, Bajarse al moro, Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo o El tiempo de la felicidad.

Veroncia Forqué tenía un registro inimitable, entre lo cómico, lo frágil, lo dulce y lo triste. Un amigo mío lo resume así: "Una de las personas más naturalmente graciosas que he visto en pantalla".

Y estoy de acuerdo. Hoy mi hermana depositará una vela al lado de su vieja pajarita.



miércoles, 8 de diciembre de 2021

Las leyes de la frontera

Bonito homenaje a un género que tuvo su eclosión entre la muerte de Franco y mediados los años 80: el cine quinqui. Daniel Monzón sabe filmar muy bien cuando la historia tiene algo de nervio y ésta lo tiene. Menos del que debiera, pero quizá es que la nostalgia siempre dulcifica los dramas personales.

El trabajo de ambientación, sonido y música es primoroso, desde el piso del gafitas y el cine con destapes y mamporros, hasta el barrio chino, los billares, el bareto, la disco y el burdel. Todo eso, evidentemente, está también bañado de nostalgias.

Y luego tenemos a la chavalada y a la chavala. Los quinquis más atinados se situan entre lo descerebrado y lo agresivo. El líder es otra cosa, parece un personaje de Reverte. Y ella, la Tere (Begoña Vargas), gana por goleada en encantos, los visibles y los ocultos. 

Buen casting joven en cualquier caso, poco conocido (curiosamente es la popularizada por Merlí la que menos les renta). Frente a ellos, una decena escasa de adultos, entre policías de mala catadura, padres desnortados y las víctimas de los atracos con frase. 

Aquí no importa tanto la escalada criminal, el comercio y abuso de pastis y porros, la policía de mano y vaso largos o las motivaciones de la mayoría para ir de una cosa u otra por la vida. Vamos a por la nostalgia y a todo ritmo. No es cine quinqui, es su versión Disney con canciones de las Grecas.


martes, 7 de diciembre de 2021

Y ésta por John

De cuando amábamos, aunque perjudicase la salud. 

El amor en su lugar

Hace diez años largos, Rodrigo Cortés deslumbró con Buried, que tenía a Ryan Reynolds en el papel de su vida, convertido en un contratista enterrado vivo en Irak. La pelicula, rodada integramente en España (un ataúd cabe en cualquier sitio), contaba con un actor angloparlante ajustado a la situación, porque contratistas españoles en Irak no se han descrito (quizá los hubiera) y sus peticiones de socorro habrían resultado un spoiler por definición.

La última apuesta de este director, El amor en su lugar, fue casi un secreto hasta que se proyectó en las primeras salas. En España lo hizo en el Festival de Sevilla, con enorme éxito. ¡Qué bien se nos da contar historias con enjundia dramática que no nos hablen de España ni de los españoles! Parece que al cineasta le quitaran de encima una pesadísima carga, que por fin pueda centrase en narrar con talento, sin miedo a los prejuicios banderizos a los que con tanta malsana fruición hemos vuelto.

Y eso que la película es inequívocamente española. Dirige de nuevo Rodrigo Cortés, mezcla de salmantino y gallego. El guión es del alemán David Safier junto al propio Rodrigo, quien también es el montador y ha compuesto algunas de las canciones de la banda sonora. El director de fotografía es Rafa García y la música de Víctor Reyes y Jerzy Juradot. La directora de arte es Laia Colet y del diseño de vestuario se ocupa Alberto Valcárcel. En fin, todo lo que importa antes de llegar a su reparto y el idioma en que interpreten una historia acontecida en cualquier otro lugar del mundo.

Así saltamos fuera de las arenas movedizas nacionales. La pelicula transcurre en el gueto de Varsovia, tiene un reparto internacional que habla y canta en inglés, se ocupa de las durísimas condiciones de los judíos polacos y la vesania de sus carceleros. Podemos ser espectadores del drama sin miedo a que se enciendan luces bien o malpensantes de alarma. Hay consenso universal en las premisas.

La película es estupenda, vamos a dejar los rodeos. Técnicamente, Cortés vuelve a tener un material de primera para lucirse: impresionantes travellings (especialmente el primero, aunque hay muchos más); contrastes de luz encadenados del camerino, el teatro entre bastidores, el escenario con bambalinas, el patio de butacas y la salida a la calle; un montaje preciso como un mecanismo de reloj (el film sucede en tiempo continuo, sin elipsis), un ritmo fascinante pespunteado de canciones en escena grabadas en directo durante el rodaje.

Todo va como un tiro siguiendo un esquema de tres actos clásico: presentación de lugar, personajes y disyuntiva en el primero, desarrollo del problema y dudas de unos y de otros para resolverlo en el segundo, gran final con enemigos armados en el tercero.

Cortés, cineasta de los que ama el riesgo, escoge una dificultad técnica imponente para dotar a su historia de punto de vista con impacto, pero luego asume el reto de meter narración clasica dentro de ese difícil corsé. No inventa en lo narrativo, sino en las estructuras. Cuando le sale este combinado dificilísimo, logra películas como Buried o como El amor en su lugar, de las que atrapan de principio a fin, que interesan, remueven y conmueven.

En cuanto a los españoles y el cine que los retrata, basta el título de esta película: El amor en su lugar. Últimamete, por desgracia, España no parece el lugar.