De un tiempo a esta parte, fallecen las personalidades del cine y las letras que por un motivo u otro conocí brevemente. Aunque con la Forqué apenas nos cruzamos un "hola", un "gracias" y un "¡qué suerte, cobraréis la sesión!".
Cierta noche en que todos los de la pandi de entonces salíamos por Huertas, vimos un anuncio en fotocopia pegado en una pared junto a la máquina de tabaco. Pedían figuración para un día de rodaje en discoteca, por bocata, el gusanillo de la cámara y ver de cerca a los protagonistas de la película: Verónica Forqué y Antonio Resines. No había más.
Mi hermana, superfan de Resines (tantas veces marido de Verónica en el cine) y también de la Forqué, me enredó en la aventura y nos vestimos estrafalarios post-movida para la ocasión: ella llevaba un sombrero con una flecha que lo atravesaba, una camisa azul cobalto, tirantes y pajarita, yo gorra y chaquetón de minero alemán.
Fuimos a la disco, a Verónica la estaban peinando. "A mi mujercita ponla guapa", decía Resines, que la quería bien. También andaba por allí Quique San Francisco, que era como Tip, con estar y decir cualquier cosa te partías la caja. La película era El baile del pato. Al contrario que en La vida alegre, el papel de más peso en el matrimonio Resines-Forqué era esta vez para Resines. Lo mismo daba, ella desprendía dulzura por los poros, la voz y aquellos bellos ojos azules, chispeantes y chiquititos.
Como pasa en estas ocasiones, se rodaron primero las escenas de masas y se fue despidiendo figuración sin bocata o, algo más tarde, con bocata pero sin sueldo. Al final, en la escena de los baños, dejaron a los de atuendo más frikie. Mi hermana, su sombrero y su pajarita merecían premio y yo por parentesco me quedé también. Nos apuntaron para pagarnos algo. Fue entonces cuando sonó la dulce voz de la Forqué, alegrándose de que cobrásemos el dia de trabajo, que para nosotros fue una fiesta.
La había visto en muchas peliculas anteriores, desde aquellas setenteras Mi querida señorita, de Armiñan o La guerra de papá, de Mercero, y seguí disfrutando su presencia en cuanto rodó después, incluyendo la serie Pepa y Pepe, que sostenía a pulso junto a Tito Valverde.
No la vi en el desgraciado concurso cocinero, aunque me llegaban ecos de su maltratada figura convertida en carnaza de redes sociales y titulares busca-clics. Ella, que reinó en los ochenta y noventa con títulos tan influyentes como Qué he hecho yo para merecer esto, El año de las luces, La vida alegre, Bajarse al moro, Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo o El tiempo de la felicidad.
Veroncia Forqué tenía un registro inimitable, entre lo cómico, lo frágil, lo dulce y lo triste. Un amigo mío lo resume así: "Una de las personas más naturalmente graciosas que he visto en pantalla".
Y estoy de acuerdo. Hoy mi hermana depositará una vela al lado de su vieja pajarita.
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