sábado, 30 de agosto de 2014

El niño



Si el cine español estuviera sano, El niño se consideraría sólo una buena película de género con algunas debilidades perdonables, un ritmo estupendo y unas escenas en el mar (especialmente la nocturna) para enmarcar.

Pero no lo está y la prueba más evidente es que, en todo el mes de agosto, es la única película española que se ha estrenado en España con vocación de hacer taquilla, de un total de dos.

Por eso se recibe como algo extraordinario. Por eso es la película que nos apetece ver, pues nos lleva provisionalmente a un escenario que debería ser el nuestro hace mucho tiempo: El de un cine autóctono con un buen número de películas interesantes sobre asuntos propios y personajes reconocibles aquí y ahora, en las que se despliegan los medios necesarios para que puedan ser contadas con solvencia y que se estrenan con la debida promoción y el suficiente número de copias.

Por desgracia, esto sucede con apenas una decena de películas al año que no siempre coinciden con lo mejor de la oferta. Y a menudo se concentran en unos pocos meses en los que la competencia machaca menos de lo habitual, de modo que las españolas compiten entre sí, además de con Hollywood.

Sin ir más lejos, dentro de unos días se estrenará La isla mínima, otra apuesta potente en la que aparece el intérprete que debuta en El niño como protagonista.

El chaval tiene gancho, de eso no hay duda. Aquí mejor cuanto más físico es su cometido, porque en los momentos emotivos en los que no basta la frescura, aún está un poco verde. Quizá por eso la historia de amor con la marroquí es la parte más débil en pantalla, aunque esté escrita en el guión con la misma eficacia que todo lo demás.

Lo demás es el narcotráfico, con la opacidad gibraltareña en el centro de la telaraña, el control del estrecho por parte de la policía, el gran caso, los enjuagues del departamento, los capos del hachís, los tambores de Ketama, y tres aspirantes a hacerse ricos con más huevos que cabeza. Bien trenzado y a todo ritmo durante más de dos horas que pasan volando, como El niño cuando atraviesa los 14 kilómetros de olas para recoger una simple piedra africana.

Jesús Castro necesita mejorar su técnica, Jesús Carroza es un tío salao que se bate bien en el contrapunto humorístico, y el marroquí Saed Chatiby constituye un auténtico hallazgo de los que suelen reservarse para el cine de Scorsese.

Luis TosarEduard FernándezBárbara LennieSergi López o Mousa Maaskri ya no tienen nada que demostrar. Con más o menos personaje sobre el papel, los dotan de vida en pantalla para que se aguante todo el tinglado, la investigación avance y el final sea el único posible: Hay demasiados contendores entrando por la aduana, como hay demasiadas películas de Hollywood en la cartelera.

La guerra sigue.




viernes, 22 de agosto de 2014

Chef


¡El director de los Iron man hace pelis pequeñas! 

Esa parece ser la gran noticia, equivalente a la del chef consagrado de Los Ángeles que de pronto inaugura un camión de bocadillos cubanos. Hollywood está tan atrofiado en su musculatura inmensa y su pasión por el botox y el croma que cualquier detalle de frescura, cualquier pizca de sal o adorno de perejil se presenta a bombo y platillo como un nuevo argumento de vitalidad creativa. 

Pues francamente, no. 

La pequeña película de Jon Favreau es un plato ligero y agradable de comer, con los mejores ingredientes en su reparto, su banda sonora y lo suculento que resulta ver a la gente guisar y catar, cuando se guisa y se cata bien. El escudero del protagonista (ese Leguizamo infalible al que nunca le dan papel principal), es una buena baza de guión, el momento youtube es divertido, la escena con Robert Downey antológica, pero lo demás.... Asuntos familiares resueltos durante un viaje de mutuo descubrimiento y crítico gastronómico haciendo lo que ya hizo el de Ratatouille, sin molestar en el menú, es guarnición habitual de un producto americano. Solvente, vistoso e inocuo.

Espero que Favreau no me mande un twitter incendiario, pero su película es normalita. Eso sí, deja un buen sabor de boca. Lo que, últimamente, rara vez se puede decir de las cosas que Hollywood nos echa de comer.




lunes, 18 de agosto de 2014

El amanecer del planeta de los simios



En su Conversación en la catedralVargas Llosa acuñó una pregunta mítica: "¿En qué momento se jodió el Perú?". Es, por desgracia, un interrogante aplicable a otros muchos países, incluido el nuestro, pero también a asuntos de menor amplitud. 

Por ejemplo: ¿en qué momento se jodió el blockbuster de verano?

Esto sonará a arqueología, pero hubo un tiempo en el que no se reservaba ningún estreno con ambición comercial para la época estival. Hasta que llegó Tiburón, luego la saga Starwars y el verano se convirtió en la estación ideal para películas más o menos palomiteras pero icónicas, cuyo nivel artístico fue descendiendo año tras año hasta joderse. 

El verano pasado, el gran blockbuster fue Lobezno inmortal, con eso está dicho todo.

Pero nunca hay que perder la fe porque, junto a la gigantesca chatarra de Transformers 4 (¿o es el 5? en fin, qué diferencia hay), se ha estrenado la segunda entrega de la saga Planeta de los simios, felizmente rescatada a pesar del sonoro patinazo burtoniano de hace una decáda.

La primera de esta nueva tanda, El origen del planeta de los simios, buceó en el momento que provocaba una inteligencia simia equiparable o superior a la humana. El amanecer continúa con el personaje central, el líder simio César, y avanza hacía ese planeta que visitará un astronauta mucho tiempo después. Lo hace con sensatez y pulso, aunque en su segunda mitad tenga que regalar concesiones al espectáculo veraniego menos original. 

A pesar de ello, el director y sus guionistas logran que el conjunto se resienta poco, porque han construido durante la primera hora razones sólidas, variadas y coherentes para el comportamiento de cada personaje, algo poco usual en los productos que jodieron el verano.

Quizá en algún despacho en el que se tomaban las decisiones alguien recordó otra frase mítica. Ésta la dijo dijo Katzenberg al estrenar en esta estación del año El club de los poetas muertos: “Nunca he visto una película de verano. Sólo he visto buenas y malas películas”


miércoles, 13 de agosto de 2014

Lauren Bacall


El día que ví por primera vez a Lauren Bacall en una pantalla dejé de jugar a indios y vaqueros y empecé a jugar a detectives californianos. Las chicas del Oeste enseñaban muslo y escote pre-wonderbra, pero no miraban como la “Flaca”, una mujer en blanco y negro que se movía como un gato de tejado, lucía una cabellera luminosa y orgánica, sonreía peligrosamente y fumaba mejor que Bogart.

Me rendí sin condiciones, como lo haría Humphrey cuando rodaron Tener y no tener, porque Bacall lo tenía todo, incluyendo esa voz profunda que combina mejor con los tragos en noches de charol,  timba y chantaje.

Era de un tiempo del Cine que no volverá, en el que cualquier imagen congelada de la película podía ser portada de Harper´s Bazaar, como ella lo fue con 17 años. El glamour de su década hace hortera todo el siglo XXI.

Sabía actuar en blanco y negro y en color, en intriga y en comedia, como hija de magnate, como mujer de magnate, como líder de una conjura para asesinar en el Orient Express, como madre de Barbra Streisand, ganándola de paso por la mano en carisma, gracia y finura interpretativa.

Fue viuda de Bogie, amiga de Spencer y Katherine, compañera de Marilyn. Aguantó diez años el talento y la sed de Jason Robards. Se mudó a Nueva York, donde su magisterio en Broadway era incuestionable. Hasta se despachó con dos papeles para Lars Von Trier y una intervención en los Soprano sin apenas despeinarse.

En 2009 le dieron un Oscar honorífico, de esos que tratan de enmendar las injusticias académicas y lo hacen, en cierto modo. Salió al escenario con la elegancia intacta, la que podía permitirse una estrella longeva que nunca se operó ni las patas de gallo, firme y hermosa como un viejo tigre.

En agosto de 2014, con casi noventa años, el último mito de Sunset Boulevard dejó de intimidarnos con aquella mirada irrepetible. Anoche, cuando me enteré de la noticia, salí al jardín, encendí un cigarrillo y me puse a silbar en su memoria.

martes, 12 de agosto de 2014

Oh, capitán, mi capitán



Robin Willliams, como la mayoría de las estrellas de cine, era una paradoja: Brillaba como humorista mientras le asaltaba la tristeza,  destacaba por su desparpajo siendo en realidad un depresivo, nos era familiar y no sabíamos nada de él.

Williams tenía talento para el histrionismo y la imitación, las habilidades que le hicieron célebre, pero sus mejores personajes fueron comedidos y originales. El profesor Keating del Club de los poetas muertos, el siquiatra de Will Hunting, el médico de Despertares, el psicópata de Insomia, el solitario de Retrato de una obsesión.

Quedarán también para el recuerdo su loco dulce de El rey pescador, su locutor de Good morning, Vietnam, su genio de Aladdín o su candidato a la presidencia de El hombre del año.

En la última década no acertó demasiado con los protagonistas, pero el cariño del público hacia él permanecía intacto. Lo seguirá teniendo para siempre.

Prosigue el poderoso drama. Él ya contribuyó con su verso.


jueves, 7 de agosto de 2014

Cómo entrenar a tu dragón 2


Las secuelas en el cine de animación parecen ya inevitables sea cual sea la historia, su calidad y hasta su éxito. Parece formar parte del "pack" desde el planteamiento inicial de sus responsables y no digamos si de quien se trata es de Dreamworks, Fox, Disney, Pixar y demás dragones.

La primera película de esta saga (porque será saga o, como mínimo, trilogía), era una rareza lograda, bonita y de cierto riesgo, hasta se atrevía a plantear un desarrollo tan coherente que tullía a su protagonista antes de terminar la narración.

La segunda entrega, ya sin la sorpresa de su parte, profundiza con acierto en ese territorio ficticio de vikingos y dragones obteniendo momentos de inusual belleza y emoción, junto a otros que remiten a referencias conocidas pero integradas al conjunto de forma inteligente.

La calidad sigue primando sobre el cálculo en la número 2. 
Y aunque suene a obvio, técnicamente no se le puede pedir más.