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viernes, 19 de abril de 2024

Varda por Laborda

Circulando por librerías está este pequeño y delicioso ensayo literario sobre la figura de la cineasta francesa. Se titula MUJERES QUE CONDUCEN, el cine de Agnès Varda.

La pequeña directora, figura femenina clave de la nouvelle vague, es analizada con meticulosidad, estilo y reverencia por Juan Laborda Barceló, un autor cinéfago donde los haya. 

La cineasta gala más significativa de la segunda mitad del siglo XX apenas cuenta con bibliografía analítica en España. Y este libro constituye una excelente brújula para rastrear la obra de Varda y hacerse una lista de sus mejores piezas, que son relativamente fáciles de encontrar y ver, si se sabe  cuáles son las imprescindibles.

Además del placer de leer a Laborda, un observador penetrante que nos descubre los rincones del plano. Un libro, en definitiva, para aficionados de avezada curiosidad. Aprovechadlo.

martes, 12 de julio de 2022

Vuelve Erice


Víctor Erice, el director de cine de marca insuperable (tres largometrajes = tres obras maestras), tiene una película nueva para hornear titulada Cerrar los ojos. Por lo que he leído aquí y allá lo de la pasta aún no está rematado, pero convertir en noticia que está todo listo para el rodaje puede atraer la que falta. 

La cuestión es ¿por qué rodar con 82, después de treinta años sin estrenar ningún largometraje con tu firma? Será el gusanillo de vivir: dar un puñetazo en la mesa, el último hurra, el último baile, el último atraco.

No suele salir bien, pero siempre hay excepciones. Y Erice lleva toda su carrera siendo excepcional. 

jueves, 8 de julio de 2021

Dassin y la desolación

Jules Dassin fue un judío-ruso nacido en Connecticut que se marcó en su primera década de oficio (1940-1949), unos cuantos títulos contundentes a veces hasta consecutivos, hoy considerados clásicos con todo merecimiento: El corazón delator, Nazi Agent, Reunión en Francia, Fuerza bruta, La ciudad desnuda, Mercado de ladrones.


Cuando estaba rodando otra en Londres con Richard Widmark, se desató la caza de brujas y tuvo que quedarse en Europa. Afortunadamente la de Widmark, titulada Noche en la ciudad salió adelante, dejando para aquel año un poso de amargura que en Hollywood de hoy sólo Eastwood se permite.

Widmark está excelente, como suele. Algunos momentos dramáticos de contraluz, banda sonora y miradas febriles han envejecido regular. Pero queda un retrato demoledor de ese "artista sin arte" encarnado por Widmark, que busca como brillar a toda costa, sin entender que casi todo lo que reluce es falso como la alegría de un cabaret.

Londres está llena de callejones con tapias roñosas, apartamentos baratos, gimnasios tristres, muelles-basurero, lumpen y mendicidad, luchas-espectáculo, clubs de borrachos, champán de garrafa y bailarinas pagadas. En fin... bajos fondos. Que se mezclan divinamente con monumentos de otro Londres y otras suertes vitales.

Widmark no tiene suerte, eso pronto se sabe, pero sus bandazos merecen verse hasta el final, hasta que saben a colilla arrojada al Támesis.


A pesar del acierto, cinco años le costó a Dassin levantar otro proyecto, nada menos que Rififí. Todo lo aprendido del negro estaudonidense se lo aplicó en este noir francés, donde podía permitirse además ciertos lujos impensables en Hollywood: por ejemplo, prescindir de la música en el fragmento más dramático, intenso e intrigante de la película, el robo. Uno de esos robos concisos, transparentes, de máxima tensión, uno de los insuperables, de los que la pantalla internacional no habrá dado más de media docena. 

Antes hay un viejo truhán en declive que ha salido de la cárcel y tiene un prestigio profesional, una pistola, una amante veleta y algunos amigos en la calle. Jean Servais es el equivalente al "perro loco" Bogart de El último refugio. Y tiene otro final bello y desolado, desángrandose al volante para devolver a un niño. 

Dassin se había mudado a Europa, donde la desolación en los cincuenta era quizá menos espectacular, pero igual de efectiva.  Luego llegó Melina Mercouri a su vida. Ganamos en optimismo vital, pero perdimos a un buen representante de ese cine desolado al que suelen sentarle mejor los años.

jueves, 12 de marzo de 2020

Antonio Moreno


Cuando los primeros españoles desembarcaron en Hollywood corrían los locos años 20 del siglo pasado. Hoy vamos a fijarnos en uno: el actor Antonio Moreno.

De las muchas cintas mudas en las que participó (más de 100), han desaparecido la mayoría, pero basta ver la foto en la que posa apoyado en el cochaco y con mansión propia al fondo, para comprender lo bien que le fue, incluyendo un matrimonio con rica heredera al viejo estilo.


De sus películas habladas, nos detendremos en Asegure a su mujer (1934), escrita por Jardiel Poncela en su segunda estancia en los EEUU (recomiendo de este autor la lectura de Mis viajes a Estado Unidos, estupendo texto viajero, cómico y reflexivo, como todo lo de Jardiel).

Asegure a su mujer fue una comedia sofisticada que protagonizaron Conchita Montenegro, Antonio Moreno, Raúl Roulien y Mona Maris. En España fue prohibida en 1941, eran años de mucho prohibir. Ésta es una de las pocas películas sonoras supervivientes que se rodaron en español en Hollywood entre 1929-1935, donde Antonio Moreno ejercía para la comunidad hispana un papel similar al que luego asumió otro Antonio, de apellido Banderas.


El actor estaba aún muy solicitado en los primeros tiempos de aquella época (parece ser que tuvo hasta club de fans). Pero aparte de las versiones en español de éxitos previos, que Hollywood cocinaba entonces, su fuerte acento le acorraló muy pronto para otros repartos y proyectos. Así que, sin despeinarse el bigote, ni optar por el suicidio aparatoso, decidió meterse en el cine mexicano, un cine que iba directo hacia su Edad de Oro. Por quedarnos con una perla, allí dirigió –entre otras- la primera película sonora del país azteca, titulada Santa y protagonizada por la bella Lupita Tovar.



Para no extendernos demasiado, vamos a saltar a cine de mucho después, que os sonará más. Moreno, ya talludito, siempre venía bien en Hollywood para papeles de extranjero con buen inglés. Por ese motivo (además del talento y sus buenas relaciones en la industria gringa), formó parte de algunos títulos de culto. Aunque trabajó en películas de Henry King, Anthony Man o Raoul Walsh, sólo nombraremos tres de otros directores bien conocidos por la cinefilia internacional: Encadenados, de Alfred Hitchcock, La mujer y el monstruo, de Jack Arnold (con imaginería recientemente reciclada en La forma del agua) y Centauros del desierto, de John Ford.

Naturalmente, en España a Antonio Moreno lo conocen cuatro frikis. Somos así.


Nazi en Encadenados


Científico en La mujer y el monstruo


El que encuentra al jefe "Cicatriz" en Centauros del desierto

lunes, 26 de noviembre de 2018

Bernardo Bertolucci


Bertolucci fue uno de aquellos grandes cineastas europeos cabalgando la espuma internacional que levantó el viejo continente en los setenta. Fue poeta y comunista de joven, banderas tempranas muy a lo siglo XX. Rodó La estrategia de la araña ya con fotografía de Vittorio Storaro, que iba a acompañarle en todos sus títulos mayores; adaptó a Moravia en El conformista, con la que levantó el David de Donatello a mejor película; se marcó un tango inolvidable con Brando y la Schneider en París sólo dos años después; hizo la película-río Novecento con De Niro y Depardieu siendo un par de pipiolos; filmó La luna en el 79 y entró en los 80 con La historia de un hombre ridículo. En conjunto, una década prodigiosa que le convirtió en director estrella, de esos que se conocen en cualquier hotel del mundo aunque no haya Festival con retrospectiva ni estén rodando en la ciudad.

Durante cinco años, apenas firmó un documental, como si fuese ya a vivir de las rentas setenteras, pero en 1987 estrenó El último emperador y arrasó en las taquillas de todo el planeta, además de levantar 9 Oscars, más Donatellos, Globos, Baftas y muchos otros galardones que ahora no recuerdo. Lo consiguió con una película demoledora sobre la soledad en la que el escenario no puede ser más alambicado y preciosista. Allí tenía a su fiel Storaro para sacarle todo el partido a la luz de China. De paso, rescatando a Peter O´Toole de unos años nefastos.


Luego del súper-éxito, se permite bellas y plúmbeas marcianadas como El cielo protector o Pequeño Buda y delicias sencillas pero llenas de hondura e ideas como Belleza Robada, L'assedio y Soñadores.

En el nuevo siglo, Bertolucci es ya intocable. Quizá por eso (que no sólo España sabe ser ingrata), el último director italiano universalmente reconocido se pasa nueve años sin rodar. Lo hace en 2012, con la barata y muy bertolucciana Tú y yo, su bonito canto del cisne en la ficción.

Las últimas veces que le vi en fotos de prensa iba en silla de ruedas. Me recordaba al viejo Ford, al que un negro fortachón cargaba en los almuerzos del coche hasta la mesa y vuelta. Como el gringo irlandés, el cineasta de Parma no iba de nada, ni se quejaba demasiado.

Hizo, en fin, lo que le salió de los cojones. Arrivederci, Bernardo.


domingo, 24 de abril de 2011

Curioso punto de vista

He cazado unas declaraciones de Woody Allen (en un Semanal de agosto de 2010), que me apetece compartir con vosotros:


PREGUNTA: Sus películas siempre son más reconocidas en Europa que en Estados Unidos. ¿Cuál es su parte americana y cuál la europea?

W.A: Soy norteamericano, pienso como un norteamericano y me encanta vivir en Nueva York. Necesito la tensión nerviosa de esa ciudad. Dicho esto, le confieso que, cuando era joven y empezaba a escribir y a introducirme en este mundo del arte y del cine, toda la gente de mi entorno en Estados Unidos descubrimos a la vez el cine europeo. Habíamos sido educados con las películas de Hollywood, que, aunque había algunas buenas, la mayoría eran bastantes estúpidas. De pronto podíamos ver a Bergman, a Fellini, De Sicca, Buñuel... Así que es posible que cuando comencé a hacer cine, de forma inconsciente, todos ellos estuvieran presentes de una u otra manera. (...)

Así que, mientras aquí (y en la Francia del Cahiers), nos rendíamos a Hitchcock, a Ford, a Hawks y a Welles, entre otros muchos norteamericanos nativos o de adopción, frívolos del entretenimiento de masas que hoy están en el mausoleo de los ilustres, el joven Woody, el espídico Martin y algunos otros en Nueva York o en California se rendían a los italianos, al sueco y hasta al de Calanda.

El gran cine europeo que nunca alcanzó del todo la universalidad pavorosa de Hollywood. Y que ahora trata de sobrevivir imitando la estupidez señalada por Allen, en su versión más reciente y desafortunada. Sin revisar a los maestros del cine que Europa atesora, quizá porque la memoria del cine no se alimenta de visionados sino de iconos. Imágenes fijas pero imperecederas, multiplicadas hasta ahora por el papel y desde hace una década por los canales de la red.

¿Cuántos cinéfilos profesionales de Norteamérica estudiarán, coleccionarán, editarán o clicarán hoy sobre Berlanga, Pasolini, Trauffaut, Fassbinder, Clayton o Dreyer? ¿Cuántos lo harán sobre Loach, Von Trier, Ozon o Erice?

Woody, entre tanto, sigue yendo al psicoanalista sin éxito. Este año estrena una con Carla Bruni...




domingo, 11 de abril de 2010

Polanski y su escritor

Con el exterminio de los judíos polacos clavado a su libro de familia, una tragedia sangrienta en el momento clave de su carrera y un escándalo sexual que treinta años después aún le persigue, Polanski sigue filmando y consiguiendo resultados comerciales y artísticos notables. Su turbia leyenda, sus vaivenes por el mundo a la caza de financiaciones compartidas por diferentes países, su capacidad consiguiendo estrellas para interpretaciones inolvidables, su precisión musical (desde el jazz de Komeda al Strange de Grace Jones), su gusto por los ambientes opresivos y menguantes mediante composiciones asimétricas del plano que explotan el fondo de cada escena, … son algunos de los atributos que lo distinguen y mantienen entre los grandes en activo de la cinematografía mundial.

Desde 1962 a 1968, en poco más de seis años prodigiosos, Polanski estrena cinco obras maestras consecutivas: El cuchillo en el agua, Repulsión, Callejón sin salida, El baile de los vampiros y La semilla del diablo. Sus primeros cinco largometrajes. En cada uno de estos films, sin renunciar a ser él mismo, traza un dibujo distinto del alma y exhibe un imponente dominio de los códigos que se necesitan para manejar el drama sicológico, el terror surrealista, el noir extremo, la parodia elegante y el demonio de Nueva York.

Hollywood parece rendido a sus maneras gamberras de autor insobornable con punch europeo y olfato comercial. Polanski se ha casado con la bella Sharon Tate, a la que conoce y seduce realizando El baile de los vampiros y vive en una mansión que va a convertirse en mito mientras él prepara nueva pelicula y sueña con rodar después una costosa historia de piratas. Pero mudarse a Cielo Drive puede ser tan peligroso como estrenar apartamento en el infierno burgués del Dakota.


Una noche de drogas, satanismo de poca monta y cuchillos, la "familia" del loco más famoso de América entra en el 10050 de Cielo drive y representa un drama sangriento que hasta Polanski es incapaz de imaginar para una pantalla. Él está en Gran Bretaña, preparando el rodaje de El dia del Delfín, que jamás llegará al cine. Su mujer embarazada de ocho meses celebra una fiesta de íntimos cuando los acólitos de Manson entran en la residencia del cineasta, acorralan a la anfitriona y a sus invitados y los someten a tortura hasta la muerte. Nadie sale vivo de allí.



Tras los terribles asesinatos y la conmoción mediática que suponen, con el consiguiente desglose pormenorizado de hipótesis, especulaciones y trapos sucios, Polanski sobrevive a duras penas. El cineasta permanece dos años noqueado, pero consigue sobreponerse y rueda un interesante Macbeth, la potente Chinatown y El quimérico inquilino, otra obra maestra inconfundible y terrorífica que pone en pie con la joven Isabel Adjani y él mismo como protagonista. Parece haber pasado el bache, aunque basta fijarse en la historia del detective Jake Gittes y la del inquilino Telkovsky para comprender que la cicatriz californiana sigue en carne viva.

Incluso sin que las maldades ajenas irrumpan en su biografía, el tipo parece marcado y una noche de champán y fotos en casa de Nicholson, Polanski abusa de una menor y todo vuelve a convertirse en un circo de titulares y decisiones judiciales cambiantes que acaban con un no menos escandaloso abandono del país, un día antes de que parezca inevitable ir a chirona y pagar en nombre de todos los salidos de Hollywood. De nuevo, Polanski parece vivir una película personal de consignas conocidas pero más inesperadas que las de cualquier guión.

Así que Tess se convierte en su última película apreciada por la academia americana. Y pasan siete años sin rodar. Cuando al fin lo consigue, recupera un viejo proyecto y fracasa. Después de Piratas, amplios sectores de la industria y de la crítica empiezan a considerar que su talento se da prácticamente por amortizado.


Pero lo cierto es que durante ese período de supuesto declive que llega hasta hoy ha filmado Frenético, Lunas de Hiel, La muerte y la doncella, El pianista y Oliver Twist, todas excelentes, con un solo patinazo real: La novena puerta. Polanski sigue teniendo nervio y sabe establecer el territorio exacto para cada una de sus historias, oprimiéndolo sin descanso: convierte París en una ciudad de angustia, un transatlántico en una ratonera matrimonial, la casa de campo idílica en un centro de tortura y Varsovia en símbolo de la humanidad deshecha.


Enésima pirueta estilo Roman: Hollywood le perdona antes que los jueces y premia El pianista aunque su director siga en busca y captura. La interminable escena en la que un hombre loco de hambre busca el modo de abrir una lata de conserva que apenas puede sostener, sigue siendo una lección de cine que convierte el holocausto de Spielberg en una acumulación poco sutil de barbarie. Hay que saber aguantar el plano insignificante para decir la verdad sin gritarla.


Y la semana pasada, estrenó en España otra película rebosante de talento: El escritor. Ahora, la vida de Polanski no parece una película sino que la película parece la vida de Polanski. El primer ministro inglés de cuando "Irak 2.0", está acusado y acosado. El Tribunal de la Haya quiere juzgarle por juego sucio en connivencia con la CIA y su retiro dorado en una isla maldita se convierte en sarcasmo cuando el encargado de escribir sus memorias aparece muerto en la playa y hay que contratar otro negro que termine el trabajo de ensalzarle como político y como hombre.

Al contrario que Scorsese en Shutter Island, Polanski y su escritor no persiguen la obra maestra. Se conforman con ofrecer un buen libro de memorias y una buena película. Pero Polanski sí firma los trabajos, aunque sean de encargo, y se asegura de que lo que le compremos sea una de las suyas: el escenario acristalado es tan opresivo como un castillo de Poe, la climatología se mete en la banda sonora, los intérpretes -archiconocidos pero pocas veces brillantes- sacan lo mejor de su repertorio, y el final deja sin aliento.

El poder, la soledad, la traición, los abogados, la mujer en el centro del drama... Todo remite al universo personal del polaco. Aunque en realidad, como le sucede a su escritor, Polanski interviene en todos los guiones menos en el de su propia vida.




viernes, 5 de febrero de 2010

Un músico en la sombra


Sergio de la Puente se dedica a la música a tiempo completo y, en lo que a este blog le compete, a componer bandas sonoras, ese elemento imprescindible para el cine aunque el gran John Ford dijera aquello de: “No me gusta la música de las películas, detesto ver a un hombre en el desierto muriéndose de sed con la orquesta de Filadelfia detrás de él”.

El caso es que el año pasado Sergio le puso música a una película española de animación muy resultona llamada El lince perdido (Goya en su categoría) y ha llegado con ella hasta el último corte de bandas sonoras seleccionadas para los Oscar que se otorgan este marzo. Lamentablemente, no lo ha pasado, pero para que os hagáis una idea, se trata de una carrera que empiezan 3.000 aspirantes, así que caer entre los ochenta últimos no carece de mérito, más aún si tenemos en cuenta cómo le meten a la promoción por aquellos lares.

Pero tampoco es tan grave, porque como su talento es su suerte, se ha metido en la competi con el primer cortometraje de animación español nominado al Oscar en toda la historia de los premios (batiendo incluso al presentado por Pixar). El corto es La dama y la muerte de Javier Recio García, y también lleva música de Sergio. Vamos, que el tío es un fiera. Calculo que en estos momentos lo estará celebrando en Granada con todo el equipo.
Desde aquí mi enhorabuena, mientras escucho un discazo suyo, titulado Bajo la ciudad.


lunes, 2 de marzo de 2009

JACQUES TOURNER




Jacques Tourner nació en 1904. Era hijo de Maurice Tourner (1876 - 1961), un pionero del cine mudo francés cuyo prestigio le llevó hasta Hollywood, donde se consagró y trabajó hasta mediados de los años veinte. Por aquella época, regresaría a Francia cansado de las imposiciones de los productores de la incipiente industria norteamericana. Jacques fue montador y ayudante de dirección de su padre en Francia, donde debutó como director realizando hasta tres películas, pero decidió regresar a los Estados Unidos. Después de varios cortos y otros trabajos menores, conoció a Val Lewton, que le introdujo en la RKO, un estudio especializado por aquella época en el género de terror y cuyas películas se han convertido en clásicos. Tourner dirigiría las más célebres: La mujer pantera, Yo anduve con un zombi y El hombre leopardo. A través de ellas podemos rastrear el estilo de Tourner, basado en el movimiento de cámara, la cuidadosa puesta en escena y un romanticismo genuino basado en la sugerencia y un sabio empleo de la luz y de la sombra. El éxito comercial de aquellas películas desprovistas de pretensiones le ganó un puesto entre los cineastas que manejaban presupuestos mayores. Fue entonces cuando dirigió a Gregory Peck en su debut (Las llaves del reino) y realizó el clásico de la serie negra Retorno al pasado. Tourner se desenvolvió en todos los géneros con idéntica maestría: en el de espionaje con Berlín Express, en el de espadachines con El halcón y la flecha, en el western con Wichita y algunos otros interpretados en su mayoría por Joel McCrea. En 1965, dirigió casi a modo de despedida La comedia de los terrores, una deliciosa parodia del género que le había dado fama. Falleció en 1977, a la edad de 73 años.