jueves, 8 de julio de 2021

Dassin y la desolación

Jules Dassin fue un judío-ruso nacido en Connecticut que se marcó en su primera década de oficio (1940-1949), unos cuantos títulos contundentes a veces hasta consecutivos, hoy considerados clásicos con todo merecimiento: El corazón delator, Nazi Agent, Reunión en Francia, Fuerza bruta, La ciudad desnuda, Mercado de ladrones.


Cuando estaba rodando otra en Londres con Richard Widmark, se desató la caza de brujas y tuvo que quedarse en Europa. Afortunadamente la de Widmark, titulada Noche en la ciudad salió adelante, dejando para aquel año un poso de amargura que en Hollywood de hoy sólo Eastwood se permite.

Widmark está excelente, como suele. Algunos momentos dramáticos de contraluz, banda sonora y miradas febriles han envejecido regular. Pero queda un retrato demoledor de ese "artista sin arte" encarnado por Widmark, que busca como brillar a toda costa, sin entender que casi todo lo que reluce es falso como la alegría de un cabaret.

Londres está llena de callejones con tapias roñosas, apartamentos baratos, gimnasios tristres, muelles-basurero, lumpen y mendicidad, luchas-espectáculo, clubs de borrachos, champán de garrafa y bailarinas pagadas. En fin... bajos fondos. Que se mezclan divinamente con monumentos de otro Londres y otras suertes vitales.

Widmark no tiene suerte, eso pronto se sabe, pero sus bandazos merecen verse hasta el final, hasta que saben a colilla arrojada al Támesis.


A pesar del acierto, cinco años le costó a Dassin levantar otro proyecto, nada menos que Rififí. Todo lo aprendido del negro estaudonidense se lo aplicó en este noir francés, donde podía permitirse además ciertos lujos impensables en Hollywood: por ejemplo, prescindir de la música en el fragmento más dramático, intenso e intrigante de la película, el robo. Uno de esos robos concisos, transparentes, de máxima tensión, uno de los insuperables, de los que la pantalla internacional no habrá dado más de media docena. 

Antes hay un viejo truhán en declive que ha salido de la cárcel y tiene un prestigio profesional, una pistola, una amante veleta y algunos amigos en la calle. Jean Servais es el equivalente al "perro loco" Bogart de El último refugio. Y tiene otro final bello y desolado, desángrandose al volante para devolver a un niño. 

Dassin se había mudado a Europa, donde la desolación en los cincuenta era quizá menos espectacular, pero igual de efectiva.  Luego llegó Melina Mercouri a su vida. Ganamos en optimismo vital, pero perdimos a un buen representante de ese cine desolado al que suelen sentarle mejor los años.

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