lunes, 6 de julio de 2020

Ennio Morricone


Ha muerto a los 91 años. Como dice mi amigo Alejandro, se va la bso de nuestras vidas.

Una tan larga como la suya da para mucho, y hablamos además de un compositor prolífico, más de 500 bandas sonoras.

En la primera etapa de su carrera hizo spaguetti westerns a montón, de esos de cine de verano con suelo de cáscaras de pipas. Pero entre aquellos títulos se agazapaban las grandes gamberradas de Sergio Leone, como Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio, El bueno el feo y el malo, Agáchate maldito. Eran años locos, en los que Morricone componía decenas de bandas sonoras para toda clase de cosas, y lo mismo entraban spaguettis que La batalla de Árgel de Pontecorvo, que Pajaritos y pajarracos o Teorema, de Pasolini, que La Biblia, de John Houston.

En  los 70, mientras se nos iban cayendo los dientes de leche, siguió la misma tónica, westerns a la italiana, comerciales norteamericanos de usar y tirar (El Exorcista II, Orca la ballena asesina), clásicos adaptados de Pasolini (Cuentos de Canterbury, Las mil y una noches) y joyas inesperadas como Novecento de Bertolucci, La herencia Ferramonti de Bologinini o Días del Cielo de Terence Malick. Estas últimas las descubrimos después, cuando ya empezábamos a elegir películas para ir sin padres al cine y había salas de reposición.

En los 80, el western declinaba, hasta en su versión sudor y mugre. También nosotros lo despreciábamos un poco, había llegado nuestra cinefilia, anticipándose veinte años al gafapastismo. Morricone, no obstante, contaba con prestigio internacional más que suficiente para aportar su talento a títulos como La cosa, Érase una vez en América, La misión, Los intocables de Eliot Ness, Frenético y, por supuesto, Cinema Paradiso, una de las partituras más hermosas de la Historia del Cine, perfecta para besar.  


Cumplida esa década prodigiosa, como un compositor no necesita ser un hombre de acción, aún tenía treinta años de trabajo por delante, mientras nosotros, los de entonces, nos hacíamos mayores, sacábamos carreras, emprendíamos trabajos y viajes, descubríamos el cine subtitulado, teníamos descendencia a la que ponerle con el tiempo películas de Morricone...  

Átame, El clan de los irlandeses, Hamlet, Bugsy, La ciudad de la alegría, En la línea de fuego, Pura formalidad, Lobo, El hombre de las estrellas, Giro al infierno, Lolita, La leyenda del pianista en el océano, El fantasma de la ópera, Vatel, Malena, El juego de Ripley, Kill Bill, Malditos bastardos, Django desencadenado, La mejor oferta…

Después de componer para todos los italianos imaginables, un buen puñado de norteamericanos, ingleses, franceses y hasta españoles interesantes, Tornatore, De Palma, Malick, Pontecorvo, Pasolini, Almodóvar, Stone, Polanski… Morricone era "El compositor de bandas sonoras" que más queríamos. Sólo le faltó El padrino de Francis Coppola, pero esa medalla se la colgó su compatriota Nino Rota, otro insustituible compositor italiano.

Éramos aún cuarentones cuando Ennio se plantó en 2016, con 86 añetes, llevándose el Oscar por Los odiosos ocho. Y hasta tuvo tiempo de salir entre los entrevistados-homenajeados del bello documental Desenterrando Sad Hill, dos años después. 

Uno mira las propias décadas cumplidas y se pregunta cómo ha empleado el tiempo. Ni siquiera puedo presumir de la banda sonora de Orca, la ballena asesina. Solo de haberla visto (y oído).

En fin, la bso de nuestra vida. Habrá que tirar de vinilo, cds, spoty y lo que venga. 
Gracias Ennio, por musicalizar los besos.


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