domingo, 5 de julio de 2020

The vast of night


The vast of night ha generado una pequeña polvareda en el mundillo de la cinefilia por ser rechazada en un montón de Festivales que, o miran demasiado los nombres de los directores e intérpretes para asegurarse cierto relumbrón, o han demostrado una ceguera notable. Porque a la larga la película ha cosechado reconocimientos de calado, en Toronto y en los Independent Spirit.

Sea como sea, lo digan los jurados, Rodrigo Cortés o su porquero, la verdad es que la película merece más de lo que de primeras estuvieron dispuestos a darle, que viene a ser la patada.

Es una película barata, pero el director  Andrew Patterson sabe manejarse muy bien para que eso apenas se perciba. Incluso se permite planos fijos de diez minutos en interior: uno con tres o cuatro contraplanos que lo refresquen, pero el otro sólo acercándose muy sutilmente al personaje, que es quien imprime movimiento y tensión a la imagen. Seguramente, la mejor secuencia de la película, la que prueba la solidez de su guión y de la protagonista.


La historia, muy de paranoia alienígena de los cincuenta, hasta con guiño a aquellos seriales cifi en blanco y negro que pasaban en USA por la tele, es justa, sencilla y directa: Un presentador de la radio local y una telefonista se topan con un fenómeno inexplicable y tratan de darle sentido tirando de oyentes, informadores, grabaciones y carreras.

Lo mejor es cómo se cuenta, de noche, mientras el pueblo en pleno está viendo un partido de basket (que gran arranque ahí, recorriendo la cancha, las instalaciones y  el parking junto al polideportivo).

Sierra McCormick y Jake Horowitz están espléndidos y todo fluye a puro guión y clima, hasta los cinco minutos finales, en los que hay que gastar el último cartucho para cumplir con la expectativa generada, sin pasarse de rosca.

A ver esos aventadores de talento, que se espabilen.


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