No sé cuál es el motivo principal por el que esta película no acaba de funcionar en taquilla. Su aspecto en términos de producción es más que notable, no rehuye planos generales de la Barcelona de los años 20, calles, garitos postineros, comercios y almacenes, fábricas en huelga, coches de época a montón, trenes de vapor y estaciones, mansiones y masías, campo y mar. Los estallidos de violencia están excelentemente rodados y no son pocos, la intriga es también suficiente, los motivos de cada cual comprensibles y fundamentados, el casting correctísimo (aunque dos actores de la muy exitosa serie La casa de papel repiten aquí con reparto de roles poco afortunado).
Una vez emplatada, la película ha tenido una distribución fuerte y una promoción a juego. En fin, ha contado con las bazas que a priori garantizan llevarse su buen trozo de tarta en salas comerciales. Pues no le funcionan los números, no está rindiendo lo previsto; aunque sospecho que se venderá bien en no pocos mercados, va a ofertarse en Netflix y Antena 3 amortizará su esfuerzo en otros tantos pases televisivos.
La sombra de la ley tiene un arranque poderoso, a pie de vías de tren y luego en la ciudad condal, con la llegada del “vasco”, un duro de Madrid que se incorpora a la brigada de investigación barcelonesa, donde no pocos gusanos campan a sus anchas (no eran tampoco tiempos para mirarle la letra pequeña a la Ley, con tanta sombra).
Apenas has conocido el caso, el escenario urbano y las maneras de los compañeros policías con los que lidiará Luis Tosar cuando llega un plano secuencia impresionante para introducirnos en el cabaret alrededor del cual pivota todo. Creo que ese podría ser el primer escollo de la película: El cabaret promete mucho en su presentación (y tiene un final a la altura), pero flaquea imperceptiblemente en el desarrollo a pesar de su importancia para los personajes, sus idas y venidas, sus trapicheos y sus pesquisas, sus miedos y sus venganzas. Quizá es que ese desarrollo cabaretero es una sucesión de planos (y montaje) demasiado estáticos frente al nervio y brillante movilidad de cámara para mostrarlo al principio y al final de la historia.
Por otra parte, está el tapiz político de aquella Barcelona. Que a estas alturas a demasiados espectadores les desanimará antes incluso de verla en cines, intuyendo ecos indeseados en la actualidad y nuestros hartazgos. Una pena, porque los grupos en liza, sindicatos, patronal, anarquistas, lumpen, ejército y policía, no son extrapolables a nada de lo que sucede hoy. Aquí cada cual se lleva lo suyo y porque la intriga así lo exige.
La situación de la época es un telón de fondo, no la almendra del relato. En fin, que la película no gasta ese maniqueísmo demasiado habitual que obliga a buenos y malos muy definidos e ideológicamente identificables. En La sombra de la ley todos hacen lo que por su condición les toca, aunque algunas elipsis sean desaconsejables (sobre todo en la evolución de Michelle Jenner). Tendría gracia que esa ausencia de banderías incomodase hoy al espectador potencial. O que buscándolas donde no las hay, se perdiese la narración propiamente dicha.
En fin, todo elucubraciones. También ha coincidido el estreno con la salida al aire de una serie televisiva temáticamente similar y de muy mala acogida. Aparte de codearse con la mayoría de estrenos cinematográficos españoles más ambiciosos (el último cuatrimestre sigue concentrando casi todas las películas destacadas, que se devoran entre ellas).
En realidad, existe algo difícilmente capturable que distingue a un entretenimiento muy digno de una gran película. ¿Está en el presupuesto, en el guión, en el reparto, en la dirección, en el montaje…? Nadie lo sabe. Hay que seguir rodando.
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