Un comienzo con mucho nervio, un
tema clásico de denuncia, un par de actrices de talento y un escenario con
empaque, África, el continente bello y ensangrentado al que sus riquezas
naturales condenan irremisiblemente. Buenos mimbres para una película con
vocación de intensa y grande, que no terminan de trabarse adecuadamente por
culpa de un guión prometedor pero en descenso, dispersándose hasta que se le
notan los trucos en el peor momento (y con un personaje clave).
Es una lástima, porque se ve que
todo lo que se muestra en pantalla vale para lo que se pretendía, pero no conforma
un conjunto compacto, si no original, determinante en sus aportaciones al tema.
Para ello, los cooperantes experimentados deberían contarle lo suficiente a la
recién llegada que busca a Sara (la chica que recibe a la protagonista apenas
la pone al día de dónde está metiéndose); las casualidades en medio del caos y
la inmensidad son un recurso poco recomendable (cómo se encuentran algunos
personajes entre multitudes, cómo se extraen certezas a partir de detalles insuficientemente
significativos); el tramo final en el corazón del infierno tiene todos los
cabos con los que anudar un desenlace oportuno, pero fía en el barullo más que
en la sagacidad de los intervinientes para salir del apuro o quedarse en él.
Para ser justos, están muy
logrados el paisaje desolador de la sociedad africana, su naturaleza
apabullante, el solucionador a sueldo, la violencia extrema, las idas y venidas
a territorio anárquico, la relación entre ella y su guía, los reproches y remordimientos de una hermana hacia la otra.
Pero el cuaderno se desaprovecha
como recurso ideal para dotar a la propia Sara de un halo mítico mayor ¿Recordáis
a Kurtz antes de ver su loco reinado en la selva en Camboya? Lo que me lleva a pensar si no era aconsejable un
intercambio en los papeles protagónicos, puesto que Belén Rueda es más
carismática, la auténtica estrella de las dos, y Marián Alvárez más capaz de
todos los matices que requiere una buscadora desorientada, decidida y con fondo
de armario familiar. Hasta en eso, resultaría más creíble el favoritismo
paterno hacia la más rubia de sus hijas.
Así las cosas, Belén Rueda, que
para eso es una de las pocas rompetaquillas del cine patrio, asume su rol de
hermana acomodada y sufridora al rescate, se carga la película a hombros y hace cuanto puede
en esta producción que luce solvente aunque esté mal rematada.
Más allá de lo crítico puñeterito
que yo me ponga, El cuaderno de Sara fue un éxito comercial. Suele darse cuando
nuestros argumentos se abren al mundo, con presupuesto idóneo y nombre con
tirón en el cartel.
Eso y la paradójica rentabilidad de
África y sus tragedias.
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