Daniel Calparsoro empezó como autor de aquella prometedora escuela
vasca abanderada por Medem, Bajo Ulloa y él mismo (para lo que
hemos quedado, amigos).
Es un tipo que rueda con mucho oficio
y mucho nervio, en cine y en televisión, logrando taquillas (y audiencias) razonables
o destacadas. Quizá el sello “autoral” de este director fuese fruto del
conocido binomio necesidad-virtud, o sea, presupuestos precarios de principiante
que le obligaban a escribir en solitario guiones mal cortados, le daban pátina peculiar
a sus pelis y las alimentaban de Nawja en
sus inicios más indies y próximos al director de entonces.
Luego llegó la consagración de
ambos (Calparsoro y Nawja) como gentes fiables que han venido a hacer negocios,
con o sin marca propia. Ella consiguió triunfar y consolidarse sin que su marca
personal se desdibujara, únicamente evolucionó por imperativos biológicos, pero
de forma coherente. Él, en cambio, se convirtió en un director de “cine de
acción”, entendiendo acción lo que se puede hacer aquí dentro de ese traje.
Para situarnos, y por suerte, Calparsoro no se convirtió en Michael Bay. Lo
suyo son las “intrigas industriales” si en nuestro cine se puede hablar de
industria, algo que Calparsoro parece apuntalar con su filmografía.
En definitiva, Calparsoro hace un
cine de consumo, aseado, con su porción de adrenalina (lo mejor de sus
propuestas), sus héroes en escala de grises, sus clichés de intriga movidita
pero superficial, su fotografía impersonal pero impecable, sus bandas sonoras de
aliño bien pagado y (eso es lo que se mantiene de los primeros tiempos), unos
guiones mal cortados que prometen más de lo que en realidad dan, aunque mejoran
cuando se los hacen otros.
En este balance, El aviso destaca sobre sus últimos
trabajos. El guión (hecho sin él) puede que dé también algo menos de lo que
promete, pero cuenta con una lógica interna muy firme y el resultado en
pantalla resulta interesante de principio a fin.
Thrillers como éste hace Hollywood
a patadas, pero no los hace mejor, salvo por ponerle un reparto con un gancho
que trasciende el mercado local, cosa que no sucede con Raúl Arévalo, Belén Cuesta,
Aura Garrido o Antonio Dechent. Ninguno de ellos es una estrella planetaria aunque
todos hagan perfectamente lo que el director les pide.
En cuanto a los espectadores, no
hay que pedirle más a Calparsoro. Dejémonos de asociarle a aquellas autorías de
juventud y juzgaremos lo que ofrece como lo que es, entretenimiento al uso, honesto
y comercial, más o menos afortunado según el título que toque. Cien
años de perdón y El aviso, las dos más recientes,
están entre los entretenimientos de calidad que se estrenan por aquí.
Por descontado, hace mucho que los
proyectos de Calparsoro no suponen ningún Salto al vacío.
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