Esta película mexicana de 2015 se
estrenó aquí sin apenas visibilidad a mitad de 2018. Era la ópera prima de su
director (Celso García) y tenía en el reparto a Damián Alcázar, un actor con tirón que redondeaba su año dulce de esta década (Narcos, Magallanes).
Como ópera prima, y teniendo en
cuenta lo que llega de la realidad mexicana a nuestras pantallas, La
delgada línea amarilla rezuma frescura y buenrollismo sin necesidad de
trabajar demasiado el humor (aunque le hubiesen sentado bien unas pizcas más).
La película es humilde, va al grano
y escoge a un pequeño grupo con una pequeña misión sin épica ni trampa: pintarle la línea a 200 kilómetros de carretera.
El único pero es que el director
novel, con una historia entre manos tan sencilla (pero no necesariamente
simple), se siente obligado a detenerse en el motivo por el que cada personaje
ha llegado hasta una tarea tan poco apreciada. Lo resuelve de un modo solvente
al que le sobra alguna que otra obviedad o subrayado emotivo.
La fuerza de la película es mayor
cuanto menos explica. El paisaje, las paradas, la carretera, los comentarios
más lacónicos son la sal de la aventura. Hay confesiones personales que a mi modo de ver resultan demasiado explícitas y medidas, cuando
varias de ellas podrían ilustrarse de manera diferente, más cinematográfica, o
no incorporarse al conjunto.
Excepción hecha al antiguo
artista de Circo, que es un excelente narrador de anécdotas: Sólo la del león ya
merece el viaje.
Y el final en camioneta.
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