José Sacristán es uno de esos raros (y agradecibles) casos en los
que un actor de talento llega a los ochenta años siendo primer actor, o dando
lustre a personajes claves cuando el protagonista no es él.
En Formentera Lady hace de
protagonista, demostrando que a estas alturas –como le pasó a Newman, a Mastroianni,
a Luppi o a Rabal, como le pasa aún a Caine–, a Sacristán le basta casi con limitarse
a estar ante la cámara y decir sus frases. Se llame solera, genialidad o
precisión interpretativa, lo que hace el actor en esta película certifica su
condición de grande entre los grandes o, como diría la canción de Carlos Goñi, “Sacristán de sacristanes”.
¡Cómo mira don José! Basta de
ejemplo su rostro ante la vecina con alzheimer que se dirige a él en un par de
secuencias, igual que si no hubiera pasado el tiempo y ese tipo siguiera siendo padre de una
niña de 8 años en lugar de abuelo con nieto de la misma edad.
El tiempo ha pasado para el viejo
hippie, aunque limitase sus vínculos con el mundo a un bar donde tocar el
banjo, polvos muy esporádicos y un entrañable amigo fumeta con el que echarse
los canutos. Pero no sólo ha pasado para él: también para aquella niña de ocho
años que ahora necesita ayuda con su pequeño.
Formentera Lady es la
historia sencilla, sin alardes, de cómo un viejo bon vivant de las Baleares
setenteras (aquella Ibiza también fue aquella Formentera), se responsabiliza de
algo más que las rutinas básicas de un músico solitario, regañado con “el
Continente”. Sin demasiada convicción, aptitudes ni palabras, el hippie aprende
a ser abuelo en el siglo XXI. Eso es todo.
Y como siempre pasa con los más
grandes del oficio, el espectador tiene la sensación de que al actor lo están
infrautilizando. Sacristán podría con el doble de película, aunque se agradezca
su protagonismo en ésta.
muy menor la peli, esas Sacristán las puede hacer con el piloto automáticoc
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