Si esta película de Ramón Salazar no se coló en
una sección oficial de Festival europeo clase A, tenemos un problema realmente
serio. No digo que esté para ganar Palma, Oso o León de Oro, pero podría
batirse en varias categorías y competir con opciones por alguna de ellas. Hay
paisaje primorosamente fotografiado, banda sonora exquisita, guión fuerte,
interpretaciones de primer nivel (soberbias Susi Sánchez y Bárbara Lennie), dirección brillante.
Apenas dos mujeres que se temen,
se añoran, se comprenden, se reconocen, se detestan o se aman, según proceda.
En una narración sin desmelenes, sotto voce, para que cuando llegan los
momentos escalofriantes lo sean en grado sumo. Diálogos concisos y explosivos
donde deben serlo, silencios pensados, miradas que intrigan, descubrimientos
graduales y elipsis inteligentes (salvo un par de ellas que apuestan por la
solución onírica o el simbolismo hermético, que en el conjunto a mí no terminan
de encajarme).
Y todo a ritmo pausado, a fuego lento, demorándose en cada plano lo que la historia necesita, sin que el interés decaiga, sino que crece hasta el desenlace, coherente, armonioso y
demoledor.
Una joya al 85% de pureza. Más de
lo que pueden decir muchas obras que se pasean por las secciones oficiales. Pero
en estas ingratas tierras solemos ser así: consideramos los dramas minimalistas
como veneno para la taquilla y a los autores como gente “que va de algo”. Aunque
si esta película viniese de Finlandia, Corea del Sur o Irán, seguiría teniendo
público en minoría, pero la reputación a salvo. A cada cual su enfermedad y su
día de la semana.
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