martes, 26 de marzo de 2019

Ese es mi bistec, Valance. Artículo 1º


La dieta de James Bond

¿De qué se alimenta un hombre cuya única residencia conocida son los hoteles con casino y cuyo equipaje se limita al pasaporte y la pistola? Nadie lo sabe. Antes fumaba y dicen que eso resta apetito, pero hace tiempo que le suprimieron el vicio tabacalero en aras de la corrección política. Afortunadamente aún bebe, al menos da trabajo a esa disciplina de la restauración llamada coctelería, aunque se pase de listo a vueltas con el removido y el agitado, la temperatura del sake y la del Don Perignon.

Sin estrujarse demasiado la memoria, se diría que 007 nunca se sienta a la mesa y pide las cocochas, el roast beef o la sopa de tortuga, que ni siquiera escoge un vino de cosecha imposible. Pero esta impresión no es del todo exacta. A lo largo de estos más de 50 años largos se le ha visto desdoblar una servilleta para ponérsela sobre las piernas en el vagón restaurante del Orient Express (Desde Rusia con amor) y en una lujosa terraza de Corfú (Solo para tus ojos). En el tren pidió lenguado a la brasa (qué británico) y un blanc du bois tinto, dato chocante si tenemos en cuenta que se trata de vino blanco, como su propio nombre indica. En la terraza griega, gambas Préveza (un enclave que no por costero destaca por sus gambas), ensalada Kavala (suponemos que la de berenjena) y Bourdetto, éste sí, el pescado con más reputación de Corfú.


Le he visto morder una manzana en Nunca digas nunca jamás y tragar un canapé de beluga en Casino Royale, probar un higo en un mercadillo de Solo para tus ojos y comerse una uva en Diamantes para la eternidad. Lo demás es rechazar el desayuno tropical de Vive y deja morir, la cabeza de cordero de Octopussy o la ración de ostras de Solo se vive dos veces, ignorar la cesta del picnic, pasar directo al café-copa-y-puro en los almuerzos con jefatura o al tinto agitado de tren, sustitutivo del postre, para tantear a Vesper Lynd.

En Vive y deja morir Bond nos enseña excepcionalmente su apartamento entre misión y misión, mera antesala chapada en madera hacia un gran dormitorio de altura superior y cama King size (aunque ahora se está mudando). Allí, en una coqueta cocinita de soltero (o de viudo alegre), prepara café expresso a su jefe en un abrir y cerrar de ojos. Es quizá el único momento “amito de su casa” que nos depara 007 en toda la saga. Ahora anunciaría Nesspreso, pero solo si Clooney decide invitarle a hacerlo (al tiempo). 


La cocina de Bond apenas arroja pistas sobre sus cualidades culinarias. Mucho más bondiano (y definitorio) es el momento en el que descubre su pack alimenticio básico cuando le obligan a “desintoxicarse” en la clínica de Nunca digas nunca jamás. Para no ablandarse ante el tratamiento, James reserva una maleta con el beluga, el vodka, los huevos de codorniz y el foie grass de Estrasburgo. Pero es que ya lo decía Kevin Kline en Un pez llamado Wanda: “Contribución inglesa a la cocina mundial: la patata frita”. Y ésta no puede llevarse envasada en el equipaje.

En definitiva, Bond es más de picoteo que de almuerzo completo. Cuando toca comer, parece optar por el pescado con aderezo local o toque de distinción que lo eleven mínimamente sobre el fish and chips. En cualquier momento empiezan los tiros y tampoco es cosa de que te pillen con la servilleta enganchada sobre la pajarita del smoking. Queda mejor decir que el don Perignon del 53 no se puede beber a más de 4 grados y chuparle el lóbulo de la oreja a cualquier aficionada, a la temperatura que sea. 


Bond podría matar a cualquiera que perturbase su cena, con el cuchillo de la carne, el tenedor de ensalada y hasta la cucharilla del postre, aunque es tan estoico en la nutrición como generoso en la lujuria, algo paradójico a poco que se piense. En todo caso, no pierdo la esperanza de que en alguna entrega de la saga el villano internacional de turno ponga la zancadilla al camarero que trae un buen pedazo de carne al punto, como el perverso Lee Marvin al camarero Jimmy Stewart en aquel clásico de blanco y negro dirigido por John Ford.  Y que Bond se levante de su mesa del restaurante como lo hizo John Wayne para decir: "Ese es mi bistec, Valance".

Luego, que el autor de la zancadilla se llame Goldfinger, Tiburón o Scaramanga es secundario. No progresaremos mucho en lo gastronómico, pero seguro que habrá hostias como panes.


(LA DIETA DE JAMES BOND. Artículo publicado en KOBE MAGAZINE, Diciembre 2015)

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