Parece que Netflix paga mejor y, de momento, les deja a sus más reputados fichajes
hacer lo que se les antoje. Puede ser una sensación engañosa y la plataforma
apretar lo mismo que los Estudios de toda la vida, pero viendo esta incursión
de los hermanos Coen (dos
sesentones, aunque cueste creerlo), apostaría a que les han dejado hacer lo que más les
gustara.
Siempre he puesto en duda que las
películas fueran mejores si los autores últimos (director, guionista), hicieran
lo que les diese la gana. Dos ejemplos pardigmáticos: La ampliación de Apocalipsis
Now por Coppola, décadas
después del primer montaje, en nada la mejora (y la escena de la plantación
francesa fue denostada por el propio Francis en su momento, así lo acredita el
estupendo documental de su mujer). El insuperable e influyente Blade
Runner de Scott ha sufrido 4 versiones posteriores a la que le impuso
el Estudio. De hecho, corre una broma en el oficio entre todos los que han
trabajado con él: “fui una vez a verle a su caravana y estaba haciendo un nuevo
montaje de Blade Runner”. De los
cinco montajes conocidos, el impuesto al director (el primero), es claramente el más adecuado.
Si retrocedemos en el tiempo hollywoodiense, en el que las obras maestras se
multiplican, la inmensa mayoría se proyectaron como el Estudio consideró
oportuno y obras maestras son. Se sabe que El cuarto mandamiento de Welles sufrió graves amputaciones y que
todo el cine de Peckinpah corrió la
misma suerte. Pero queda suspendida en
la leyenda la idea sin pruebas de que serían hoy mejores películas si sus
artífices hubieran tenido el “director´s cut”.
Volviendo a los Coen y su balada:
No sé si han tenido el control pleno, aunque la cosa apunta a que sí, pues no
puede ser más coeniano el resultado. De este modo, atribuiré sus aciertos y sus
fallos a los hermanos más famosos del cine americano de las últimas décadas.
Entre los aciertos, la fotografía, los diálogos, la versatilidad de las
historias (seis bien diferentes) y la capacidad cada vez más infrecuente en la “Meca”
de no anticipar nada de lo que suceda, puesto que el interés de su narrativa
radica precisamente en la originalidad de todo, de manera que no sabes por
dónde van a salirte en cada secuencia y en los distintos desenlaces.
Entre los fallos, una servidumbre que a veces se saltan, pero menos de las deseables: cada historia tiene que acabar con muerto protagónico. Esto te predispone a lo peor en cada una de las seis piezas, vistas las dos primeras (la inicial gamberra a lo Coen, la segunda brillantísima). La historia del teatro ambulante es la que más descubre las debilidades de este esquema narrativo: tiene un planteamiento excelente que después no saben manejar con el talento que se les supone y va hacia su final en franco descenso. La de las caravanas, la más larga y elaborada, es coherente de principio a fin y, si la ves un par de veces (ventaja Netflix), detectas pistas sutiles y muy inteligentes de lo que puede pasar, pero lo que finalmente pasa produce un anti-clímax nada aconsejable. Es un final para “listillos”, como lo es el del relato que cierra la película.
En realidad, todo queda “muy Coen” y Netflix estará satisfecha. Aunque, más allá de ser fan o muy fan de los hermanos, lo cierto es que esta vez les ha salido algo interesante pero enormemente irregular. Y no dejo de pensar (pido disculpas a las ofendidos), que les hubieran venido bien algunas imposiciones de Estudio para la ocasión. A lo mejor hablábamos ahora de una obra maestra, que aún pudo serlo más si no se hubiera interpuesto el cabrón de algún despacho sin pizca de sensibilidad.
"en franco descenso", a eso le llamo ser ser preciso (jejej)
ResponderEliminar