Esta historia te la cuenta Leo Harlem en un monólogo de 10 minutos y tiene muchísima más gracia.
De cómo a día de hoy se ha
convertido El mejor verano de mi vida en la segunda película española de
2018 en recaudación, no tengo explicaciones demasiado concluyentes: Es solo una
digna película familiar, con unos mimbres casi disneychannel, pero con Leo.
A priori, parece una combinación
difícil, pero no. Tiene color veraniego
para chalet y carretera con canciones de cassette para corear; tiene colaboraciones
entrañables más o menos graciosas, no cameos, sino apariciones por personaje
interpuesto, de Arturo Valls, Silvia Abril, Berto Romero, Gracia Olayo
(madre superiora de La llamada), Jordi
Sánchez, Isabel Ordaz (la hierbas) y Antonio
Dechent; tiene buenos y malos algo tontos (los malos y los buenos), final
feliz y moralejita; pero, sobre todo, tiene a Leo Harlem haciendo el papel que le va mejor, la bestia negra del
vegetarianismo, el hippie-zen, la psicopedagogía infantil moderna, las altas finanzas
con latrocinio y las fiestas ibicencas de postureo.
El resultado, como dice Toni Vall en la revista Cinemanía,
es una película “tan inocua que da hasta ternura”.
A veces pasa, con una estructura muy
básica, buen rollo agradecido aunque simploncete y un humorista muy popular y
querido que se defiende bien si el guión es a medida. Puede que, mirándolo
bien, todo se limite a la única verdad en esta película: Un verano con Leo tiene
que ser un descojone.
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