Me cruzaba con él en el Gijón los
días de la tertulia decana, aunque nunca pude sentarme en aquella mesa. Yo he
ido poco y a otros rincones del establecimiento, a veces para soñar autorías de Café,
otras para enseñar un lugar de leyenda a algún viajero de paso.
Álvaro de Luna también fue leyenda. Hizo teatro a mansalva,
televisión y cine, en el que empezó de especialista almeriense. Su portentoso
físico le permitiría embarcarse en cualquier producción, a caballo y a pie, a
puñetazos, a tiros o a espada.
Pero escondía un actor muy solvente y
lo demostró en cuanto hubo ocasión, con dos papeles consecutivos que le instalaron en el imaginario
español más entrañable: El Algarrobo, de la serie de aventuras y bandolerismo Curro
Jiménez, y el padre de familia de La barraca, basada en la novela valenciana
de Blasco Ibáñez. Puso su bonhomía y
buen hacer en otras series televisivas de referencia, como Farmacia de Guardia,
Señor Alcalde, Gran Reserva o Águila Roja.
También en teatro era capaz de
todo, y muchos Estudio 1 bien
grabados lo atestiguan. Su carrera en el cine fue curiosamente la menos afortunada,
le faltó ese título de incontestable relumbrón, ese papel imperecedero, pero
estaba estupendo en Luna de lobos o en La guerra de los locos, por nombrar
dos buenas películas rápidamente.
Tuvo, sobre todo, una virtud que
en nuestra tierra es infrecuente: le caía bien a todo el mundo.
Nuestro querido Algarrobo se ha
ido a la Sierra para la eternidad. Allí vivaquean ya Curro y el Estudiante. Échale un
trago a la bota mientras llegamos los demás, amigo. Y cuidado con ese trabuco.
Me gusta la imagen que has escogido, esa media sonrisa de estar muy a gusto, y una mirada de inteligencia, como diciendo valgo más por lo que callo que por lo que digo. Siempre es triste decir adiós, incluso cuando se dice hasta luego...
ResponderEliminaresa una buena foto sí, de las que retrata a un buen hombre
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