A Lilian, in memoriam
A principio de los años 60,
Madrid terminaba prácticamente aquí, en un edificio construido para militares
norteamericanos que animarían la noche mercenaria de la Costa Fleming. Madrid
era entonces soleada, gris y futbolera, eso cambia poco, pero tenía en las
afueras unos estudios al estilo hollywoodiense en los que Samuel Bronston fichaba directores y estrellas de corte
internacional y pretendía una Meca del Cine paralela, más barata e igual de
resultona que la californiana.
Aquellos eran los Estudios
Chamartín, a un paso del barrio, rebautizados en 1962 como Estudios Bronston,
cuando los adquirió el productor durante la gestación de 55 días en Pekín. Para
llevar esa película a buen puerto, contaba con Nicholas Ray, que ya había filmado joyas tituladas En un
lugar solitario, Johnny Guitar o Rebelde sin causa y
(justo antes de refugiarse en la aventura española del moldavo), las
maravillosas Chicago, año 30 y Los dientes del diablo.
Ray era de los que consideró
siempre imprescindible que cada película a dirigir fuese más cara que la
anterior para mantener el estatus. Así que rodar la superproducción Rey
de Reyes impulsada por Bronston le pareció una buena idea que sellaría
su destino. La ambiciosa historia bíblica tardó en estrenarse, lo que llevaría
al director a encadenar un proyecto con el siguiente: tocaba poner la cámara
sobre la rebelión de los bóxer en la China de 1900 y el papel de las potencias
occidentales en su fracaso.
No pintaba mal: Encabezaban el
reparto Charlton Heston, David Niven y la madrileña de adopción Ava Gardner, a sus más que espléndidos
40 años. Bronston le construyó Pekín en Las Rozas, con río artificial en el que
ahogar misioneros atados a una rueda con canjilones. Sólo necesitaba chinos a
montón para darle empaque a la epopeya. Faltaban décadas para que en Madrid
hubiera tiendas baratas en cada esquina, pero florecían los restaurantes
regentados por chinos católicos. En Fleming también.
Aunque ésta no es la historia de
una camarera rodando para los gringos, sino la de una pianista dispuesta a
convertirse en dama de la Emperatriz viuda de la dinastía Qing. Señalarla en
cada secuencia en la que aparecen las silenciosas y bellas damas de la
Emperatriz de China es una clave familiar cada vez que pasan el film por
televisión. Todos en nuestro domicilio de Fleming (también ahora que habitamos
en barrios y ciudades diferentes), sabíamos identificarla sin margen de error.
La dama de la Emperatriz se alojó
en mi casa en aquella época veteada de cine. Había venido a España después que
su pareja, con quien mi madre había coincidido recibiendo un curso de chino y
trabado amistad. Era una pianista fantástica, multilingüe (cuatro idiomas a
nivel del materno), cocinera fastuosa y gran amiga de la familia (sus hijos y
nosotros nos llamamos primos desde que tengo memoria). He oído mil veces que en
la boda de mis padres, anterior a la película, su vestido de seda verde bordado
en oro, con una apertura lateral que mostraba toda la pierna, fue lo más
celebrado del día. Así que no le resultó difícil lucir galas aún mejores cada
vez que Ci Xi asoma regia y sombría en la película. Ha pasado medio siglo, pero
nunca dejamos de reconocer a nuestra tía pianista: es la más guapa, de largo.
La leyenda cuenta que en uno de
aquellos restaurantes (no pocos se asentaron por la Costa Fleming y zonas de
influencia), Bronston se detuvo a comer. En aquella época los restaurantes
chinos no se habían especializado en comida rápida, sino que constituían una
variante exótica de restaurante tirando a distinguido. Cuando el productor
quiso felicitar al jefe de cocina, se disculparon por su ausencia: Está en su
película, señor Bronston. Aquel restaurante, ya cerrado, estaba a dos pasos de
mi casa familiar.
Más cerca aún sigue abierta la
hamburguesería con fachada de hiedra cuyo propietario trabajaba en los efectos
especiales de la superproducción de Las Rozas. En el “rincón Rick’s” de su
establecimiento, le contaba a quien se dejase invitar a un whisky que, de aquel
imponente rodaje, atesoraba el recuerdo de dos rostros de nácar: el de Ava Gardner y el de la dama de la
Emperatriz que nos ocupa.
55 días en Pekín fue la
última película que rodó Ray durante casi 20 años. En la siguiente del Estudio,
le sustituyó Anthony Mann, viejo
conocido del productor que había filmado El Cid e intercambiado anillos de
oro con la Montiel. Ya que estoy aquí, y hace tan buen tiempo, nos quedamos un
poquito más, dijo Bronston para encarar La caída del Imperio romano. Su mala
aceptación comercial constituyó también el fin de aquel pequeño imperio cinematográfico.
Y no había lugar para los chinos en ella. Ni tampoco pianos.
Los Estudios siguieron allí y se
reconvirtieron en 1988 y hasta 2015 en los Estudios Buñuel, dedicándose a
grabar programas de TVE. Pero 2.500 metros cuadrados constituyen una golosina
para cualquier promotora inmobiliaria y Madrid siempre ha sido incubadora de
hermosos sueños interrumpidos. Costa Fleming no digamos.
Fin de la transmisión. Voy a
escuchar el Claro de luna. En chino.
*Artículo publicado en la revista ALEXANDER Núm. º3, Año 2018)
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