lunes, 22 de abril de 2019

Ese es mi bistec, Valance. Artículo 4


 

Cine para cenar

La última cena del condenado a muerte, lo que comen los candidatos antes del debate, la forma de comer y beber del señor feudal en su noche de bodas, los bocaditos juguetones del amante a la amada (miel de postre), la suela de zapato a la sal como filete de emergencia... Las posibilidades de la gastronomía en el séptimo arte trascienden desde siempre el cine de cocineros y restaurantes, del que algún día hablaremos.

Lo vimos con John Ford y su bistec (“ese es mi bistec, Valance”), pero otros maestros y aprendices le han sacado partido a la despensa para establecer tiempos, ambientes, personajes y situaciones con  el buen uso de ingredientes y platos de temporada, especialmente a la hora de la cena.

No recuerdo el título de aquella película inglesa, pero sí su escena nocturna en un salón social de los de valses, cócteles y canapés, donde unas secundarias extremadamente british califican la calidad del protagonista y cómo: “Es un caballero muy distinguido, ya ha rechazado tres bandejas". Y es que, a veces, comer es una ordinariez.

O inoportuno, si quieres engatusar a un novio aventurero. No es aconsejable pasarte de frenada, como hace Grace Kelly llevando la cena del Club 21 de NY hasta el apartamento del escayolado Jimmy Stewart en La ventana indiscreta. "Eres perfecta, como siempre", masculla él ante la visión inapelable de la langosta newburg.


Ya que estamos a vueltas con el amor, y bajando a la clase media, que en cine sin trasfondo, catástrofe ni esperpento suele centrarse hoy en el territorio de la comedia romántica, la preparación de una cena íntima suele ser un elemento básico para hacer “avanzar la relación”, al menos el trecho que va de la mesa hasta la cama (a veces alfombra o sofá, depende de lo que te gastes en el vino).

Es el rito más utilizado para agradar a la futura pareja. Si eres mujer, le conquistarás también por el estómago. Si eres hombre, lo harás mediante una prueba grata de tu sensibilidad (decora la mesa con algo más que una vela, zoquete). Siempre funciona, salvo que te decidas a cocinar ternera mechada, como le sucede a Jack Lemmon en La extraña pareja. Un fracaso anunciado teniendo como vigilante del horno al golferas de Walter Matthau, que cuando invitaba a las dos vecinas deseando tocar algo blando y tibio no pensaba en carne de res.

Jack Lemmon le fue mucho mejor en solitario, escurriendo espaguetis en una raqueta para agasajar a Shirley MacLaine en El apartamento. ¿Alguien ha dejado de intentar lo de los espaguetis, aun pidiendo la raqueta prestada? Si no lo has hecho aún, es que no has visto suficiente cine o no has encontrado al amor de tu vida.


Pero a veces basta la comida china a domicilio, en esas bonitas cajas de cartón que usan para mandarte la cena a casa todos los restaurantes asiáticos de New York. Es un inconveniente para trasladarlo a la vida real si no vives en la Gran Manzana, por qué en España no hay galletitas de la suerte, con lo agradecidas que son para saber qué le depara a la relación, especialmente esa misma noche.

Si la cena es de amigos (especialidad francesa, aquí y en USA cuando hacemos panda cinematográfica en escenario casero somos más de coporros a machete), a veces ser un pésimo cocinero le da su punto a la velada, incluso si viene a cenar con tu amigo de Notting Hill Anna Scott (Julia Roberts), la actriz más famosa del mundo y resulta que es vegetariana.


Humor en pantalla a través de la comida, personajes retratados en alguna de sus facetas gracias a ella, momentos importantes –y suculentos- de la narración cinematográfica.

La familia, naturalmente, es otro territorio para la degustación, variante cena, con múltiples significados narrativos. No digamos si es una cena en casa noble y un punto decadente, como la de Fanny y Alexander o la de las señoritas Morkan de Dublín (Dublineses). Pero las grandes cenas de Epifanía merecen artículo aparte.

Terminaremos con un par de ejemplos a modo de postre: 

"¿Vendrás a cenar?" es una pregunta recurrente entre las madres del cine que ven cómo se les escapa el tiempo en el que su cocina marcaba el orden de los chicos, que ahora abandonan el nido para meterse en problemas de su propia vida.


Y cuando vemos a la madre de Manolito Gafotas asomarse a la ventana de su casa y gritarle que suba a cenar salchichas, como gritan a sus hijos respectivos todas las madres del edificio, no sólo se obtiene un buen gag cinematográfico, sino una radiografía social. Las salchichas baratas (ya sabemos todos de qué marca), representan el barrio obrero con tanta o más precisión que el vestuario o el piso rancio y apretadito. Un simple plato es capaz de construir los perfiles clave del núcleo familiar y el entorno que habitan. 

Me imagino al Gafotas fabulando una escena memorable después de ver El hombre que mató a Liberty Valance en la televisión de la vecina próspera: "Esas son mis salchichas, Valance".

(*Artículo publicado en KOBE MAGAZINE, Septiembre 2016)


2 comentarios:

  1. ... qué binomio más interesante el de cine y comida... Qué momentos nos ha regalado. Un deleite tu paseo por esas secuencias gastronómicas. Me quedo en la cena de Dublinesses, ¿vale? Nos vemos, ya sabes que hemos sido invitados.
    Beso
    Hildy

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    1. Merced que usted me hace, Hildy.
      Bon apetit

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