martes, 2 de abril de 2019

JESSICA LANGE DETRÁS DE SU CÁMARA


En estos tiempos extraños, o simplemente cambiantes, en que la foto sacada con el teléfono del admirador que se arrima a la estrella ha sustituido al autógrafo de toda la vida, algunos grandes intérpretes del cine norteamericano nos han redescubierto su talento para la fotografía analógica.


Primero fue el desaparecido Dennis Hopper, un tipo esquinado y polifacético que no sólo sabía disparar, sino que en la década precisa supo estar donde importaba para tomarle el pulso con su Nikon de 35 mm a los Estados Unidos de la marihuana, los derechos civiles, la explosión Warhol, la moda pop-rock, el Hollywood contestatario y la burbuja mexicana. Como buen compulsivo, no siguió más criterio que disparar sin parar. Y eso permite repartir después las fotos por bloques temáticos, que probablemente no existen de partida pero justifican el comisariado de las exposiciones y los libros.

Después apareció por el escenario Jeff Bridges, otro estilo de cowboy a gasolina, con su cámara panorámica widelux F8 y su ojo para la escena cinematográficamente estirada hasta donde nadie mira. Publicó su libro Pictures prologado por Bogdanovich y celebramos un generoso making off de su carrera en el sacrosanto blanco y negro de los artistas amateurs.

Ahora llega la gran bella dama de Hollywood, quizá la última rubia mítica del siglo XX (Kim no lo consiguió), con dos Oscars a sus espaldas y una serie televisiva de moda a sus sesenta y pico, y nos hace saber que fotografía desde los años 90, cuando Sam Shepard, su no menos mítico tercer marido, le regaló una Leika M6 para sus viajes a México.  


Jessica Lange vino en carne mortal a Madrid antes de la semana de pasión y colgó de las paredes de la Casa de América su pasión por México. No creo que haya mejor exposición fotográfica en este momento en la capital de España. Montada en la sala Frida Kahlo en colaboración con diChroma Photography y por cortesía de la Howard Greenberg Gallery de Nueva York, la muestra presenta hasta el 20 de mayo las “Secuencias de México” tomadas por la Lange: 96 fotografías de las que 58 son totalmente inéditas y producidas por diChroma photography exclusivamente para la exposición madrileña.

La presentó ella misma con detalle y su historia cobró mayor sentido en esa voz modulada y elegante que gasta la de Minnesotta. Jessica Lange estaba predestinada a la fotografía sin saberlo, desde que se apuntó a Bellas Artes en los años sesenta y conoció al fotógrafo español Paco Grande. Con él vino a España y conoció Madrid, Andalucía y Asturias. Con él fue a París en pleno 68 y fue testigo de una primavera que ha dado algunas de las mejores imágenes para la historia del blanco y negro. Con él se casó y regresó a Nueva York, donde la fotografía experimentaba un momento de portentosa efervescencia y los fotógrafos adquirían ya el estatus referencial del que han gozado hasta la llegada de los smartphones.

Tres décadas y dos maridos después, Jessica cogió su Leika y comenzó a disparar. Podría haber apostado por el camino de Hopper (no ha debido faltarle ambiente de alta cultura a su alrededor mientras estuvo casada con Shepard) o por el intimismo de familia. Y como es lógico, debe guardar material en ambas direcciones pues lo primero que se fotografía es lo que se tiene a mano. Pero después de cogerle el gusto al cuarto oscuro, siempre se busca la línea del horizonte y, para los estadounidenses, esa línea suele coincidir con México.


Jessica Lange es una fotógrafa imponente. Dicen que bebe de Cartier Bresson, Álvarez Bravo y Walker Evans y es muy posible. Pero viendo su trabajo mexicano yo evoqué más a Juan Rulfo, el literato y el fotógrafo. El espíritu de Pedro Páramo sobrevuela esta exposición y algunas imágenes recuerdan las de aquella gran retrospectiva del Rulfo fotógrafo que celebró hace unos años el Círculo de Bellas Artes. Sus fotos plasman ese mismo tiempo detenido, esa calma a veces sombría, esa quietud donde se agazapa la vitalidad más arrebatada.

Si hay algo que los actores saben hacer mejor que nadie es esperar y Jessica se ha tomado su tiempo para captar el misterio profundo de un país inagotable de imágenes. Su trabajo es mirar y ser mirada. Jessica conoce bien el espacio, la luz, la paciencia y adicción del cazador porque ha sido presa demasiadas veces. No dispara en digital, no quiere tener opciones de manipular sus fotos, persigue el momento real capturado para siempre, la calidad dramática de la vida y la luz mexicanas, el misterio y la magia silenciosas del blanco y negro analógico. Está muy viajada y ha llegado a un puerto donde sólo cuenta lo esencial. Sus fotos hablan de ello ¡y cómo!

Al final, sólo quedan un puñado de periodistas y becarios recorriendo imágenes tomadas por un mito, sin detenerse demasiado en ellas, filmándolas con todo lo digital que circula por el mercado. Probablemente, anticipan el comportamiento de quien realice en estos días su propia visita. Mi consejo es tomárselo con calma y luego hacerse con el catálogo (o el libro ya publicado por Jessica Lange), para dejarlo abierto en alguna esquina del salón, junto al Pictures de Bridges y el Photographs 1961-1967 de Dennis Hopper.


(*Artículo publicado en la Revista Experiensense, Abril 2012. Fotos de Jessica Lange y Quique Guerrero. Ninguno de ellos tiene ahora exposición en Madrid).

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