En estos tiempos extraños, o
simplemente cambiantes, en que la foto sacada con el teléfono del admirador que
se arrima a la estrella ha sustituido al autógrafo de toda la vida, algunos
grandes intérpretes del cine norteamericano nos han redescubierto su talento
para la fotografía analógica.
Primero fue el desaparecido Dennis Hopper, un tipo esquinado y
polifacético que no sólo sabía disparar, sino que en la década precisa supo estar
donde importaba para tomarle el pulso con su Nikon de 35 mm a los Estados
Unidos de la marihuana, los derechos civiles, la explosión Warhol, la moda pop-rock,
el Hollywood contestatario y la burbuja mexicana. Como buen compulsivo, no
siguió más criterio que disparar sin
parar. Y eso permite repartir después las fotos por bloques temáticos, que probablemente
no existen de partida pero justifican el comisariado de las exposiciones y los
libros.
Después apareció por el escenario
Jeff Bridges, otro estilo de cowboy
a gasolina, con su cámara panorámica widelux F8 y su ojo para la escena
cinematográficamente estirada hasta donde nadie mira. Publicó su libro Pictures
prologado por Bogdanovich y celebramos un generoso making off de su
carrera en el sacrosanto blanco y negro de los artistas amateurs.
Ahora llega la gran bella dama de
Hollywood, quizá la última rubia mítica del siglo XX (Kim no lo consiguió), con
dos Oscars a sus espaldas y una serie televisiva de moda a sus sesenta y pico, y
nos hace saber que fotografía desde los años 90, cuando Sam Shepard, su no menos mítico tercer marido, le regaló una Leika M6
para sus viajes a México.
Jessica Lange vino en carne mortal a Madrid antes de la semana de
pasión y colgó de las paredes de la Casa
de América su pasión por México. No creo que haya mejor exposición
fotográfica en este momento en la capital de España. Montada en la sala Frida Kahlo en colaboración con diChroma
Photography y por cortesía de la Howard Greenberg Gallery de
Nueva York, la muestra presenta hasta el 20 de mayo las “Secuencias de México” tomadas
por la Lange: 96 fotografías de
las que 58 son totalmente inéditas y
producidas por diChroma photography exclusivamente para la
exposición madrileña.
La presentó ella misma con detalle y su historia cobró mayor sentido en esa
voz modulada y elegante que gasta la de Minnesotta. Jessica Lange estaba
predestinada a la fotografía sin saberlo, desde que se apuntó a Bellas Artes en
los años sesenta y conoció al fotógrafo español Paco Grande. Con él vino a
España y conoció Madrid, Andalucía y Asturias. Con él fue a París en pleno 68 y
fue testigo de una primavera que ha dado algunas de las mejores imágenes para
la historia del blanco y negro. Con él se casó y regresó a Nueva York, donde la
fotografía experimentaba un momento de portentosa efervescencia y los
fotógrafos adquirían ya el estatus referencial del que han gozado hasta la
llegada de los smartphones.
Tres décadas y dos maridos después,
Jessica cogió su Leika y comenzó a disparar. Podría haber apostado por el
camino de Hopper (no ha debido faltarle ambiente de alta cultura a su alrededor
mientras estuvo casada con Shepard) o por el intimismo de familia. Y como es
lógico, debe guardar material en ambas direcciones pues lo primero que se
fotografía es lo que se tiene a mano. Pero después de cogerle el gusto al
cuarto oscuro, siempre se busca la línea del horizonte y, para los
estadounidenses, esa línea suele coincidir con México.
Jessica Lange es una fotógrafa imponente. Dicen que bebe de Cartier
Bresson, Álvarez Bravo y Walker Evans y es muy posible. Pero viendo su trabajo
mexicano yo evoqué más a Juan Rulfo, el literato y el fotógrafo. El espíritu de
Pedro Páramo sobrevuela esta exposición y algunas imágenes recuerdan las de
aquella gran retrospectiva del Rulfo fotógrafo que celebró hace unos años el
Círculo de Bellas Artes. Sus fotos plasman ese mismo tiempo detenido, esa calma
a veces sombría, esa quietud donde se agazapa la vitalidad más arrebatada.
Si hay algo que los actores saben hacer mejor que nadie es esperar y
Jessica se ha tomado su tiempo para captar el misterio profundo de un país
inagotable de imágenes. Su trabajo es mirar y ser mirada. Jessica conoce bien
el espacio, la luz, la paciencia y adicción del cazador porque ha sido presa
demasiadas veces. No dispara en digital, no quiere tener opciones de manipular sus
fotos, persigue el momento real capturado para siempre, la calidad dramática de
la vida y la luz mexicanas, el misterio y la magia silenciosas del blanco y
negro analógico. Está muy viajada y ha llegado a un puerto donde sólo cuenta lo
esencial. Sus fotos hablan de ello ¡y cómo!
Al final, sólo quedan un puñado de periodistas y becarios recorriendo
imágenes tomadas por un mito, sin detenerse demasiado en ellas, filmándolas con
todo lo digital que circula por el mercado. Probablemente, anticipan el
comportamiento de quien realice en estos días su propia visita. Mi consejo es tomárselo
con calma y luego hacerse con el catálogo (o el libro ya publicado por Jessica
Lange), para dejarlo abierto en alguna esquina del salón, junto al Pictures de
Bridges y el Photographs 1961-1967 de Dennis Hopper.
(*Artículo publicado en la Revista Experiensense, Abril 2012. Fotos de Jessica Lange y Quique Guerrero. Ninguno de ellos tiene ahora exposición en Madrid).
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