lunes, 4 de febrero de 2019

Todos lo saben


Todos lo saben es una película de grandes aciertos y grandes errores. En fin, con vocación de grande. Y vapuleada en los premios del pasado fin de semana.

Se alabó en su momento a Farhadi por captar tan bien el espíritu español, que siendo él extranjero su trabajo no lo parezca. Lo siento, lo que no parece la película es iraní ni francesa, hasta ahí su mérito, porque sucede en España, zona vitivinícola indeterminada, del interior, con un reparto que habla español y una boda con pachanga. 

Pero, bajo la superficie, no existe identidad nacional alguna, Farhadi se ha limitado a construir una "intriga apátrida", sin pisar charcos folclóricos o identidades autóctonas explícitas. Si esto mismo sucede en la campiña gala, con reparto e idioma a juego, la película pasa a ser francesa inmediatamente. Y si sucediera en Irán, interpretada por actores que tienen el persa por lengua nativa y laboral, Farhadi sólo hubiera tenido que revisar las localizaciones, las alusiones a Dios y el consumo de alcohol de los personajes. A efectos fílmicos, donde aquí plantamos viñas, allí se pueden plantar pistachos.



Más claramente: La intriga narrada podría suceder en cualquier lugar del mundo, no es una intriga que implique la españolidad de los convocados. Hasta se permite licencias de guión que no son fáciles de encajar en un escenario como éste, de boda casera en un pueblo en el que se conoce todo el mundo. Es una intriga instrumental, para sacar los viejos trapos sucios y restregárselos entre unos y otros, como le gusta a Farhadi, pero en esta ocasión el misterio hacia delante y las revelaciones hacia atrás no armonizan tan bien como otras veces. Aunque el final sea igual de demoledor que siempre, sobre todo para un Bardem inmenso.

De hecho, una de las incuestionables fortalezas es ese casting de auténtico lujo que la película se permite, hasta para papeles con tan poca sustancia como los de Inma Cuesta o Ricardo Darín. Bardem y Cruz están impecables, demuestran por qué se mantienen tan arriba, y él además, sin ninguna escena para el lucimiento extremo, como seguro que ambos pueden exigir ya por contrato.


De todos modos, guión con notables debilidades y reparto excesivo no se compensan entre sí tanto como deben. Son la fotografía y el montaje los que sostienen en alto la función, colocando este éxito en su lugar verdadero: como una película menor, pero no mala, de un cineasta mayor.

La última gran baza es la canción que debió llevarse el Goya. Esto seguro que todos los saben.


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