Robert Redford deja el cine. Ha tardado, aunque puede presumir de contarse
entre los que llegan a la ancianidad siendo estrellas en sus películas. Quizá
estén de más varias de las que ha hecho en la última década, pero nunca ha
incomodado ver a Redford en pantalla.
Esa es la gran baza de esta
pequeña película final: que Redford está y se despide de nosotros en ella. La
premisa tiene bastante encanto, esa banda de atracadores demasiado viejos para
ser tomados en serio. El desarrollo no va mucho más allá, aunque tampoco
importa: Redford se sienta en su cafetería con Sissi Spacek (que también tiene ya una edad), y allí ambos juegan
al despiste aunque se digan la verdad desnuda. Casey Affleck le pone un contrapunto simpático a la caza del
delincuente más veterano del Estado. Tom
Waits se marca uno de esos acompañantes que le salen tan bien. Y así
sucesivamente.
El final queda un poco abrupto,
pero ¿cómo va a sentarnos si no la noticia de que Redford ha terminado de rodar?
Quedémonos con que el viejo
rubiales, al colgar ese auricular de cabina hoy casi extinguida y dirigirse
hacia la puerta del banco más próximo, nos recuerda a todos lo que mueve a su
personaje y a él mismo: mantenerte fiel a las pasiones para sentirte vivo,
aunque hayas dejado de ser el actor guapo de Hollywood más carismático de tu
generación.
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