miércoles, 27 de febrero de 2019

Stanley Donen


Descubrí el cine de Stanley Donen cuando yo tenía 16 y él había cumplido 60. En realidad, lo que hice fue asistir a un estreno de la penúltima suya (última para la gran pantalla), la descacharrante Lío en Río y descubrir el nombre del director y la cantidad de cine que había visto de Donen sin saber que estaba dirigido por Donen: Un día en Nueva York (que el tipo estrenó con 26 años), Cantando bajo la lluvia (el mejor musical de la historia), Siete novias para siete hermanos (primera banda sonora familiar en vinilo), Siempre hace buen tiempo, Bésalas por mí, Una cara con ángel, Indiscreta, Página en blanco, La escalera, Charada, Arabesco, Dos en la carretera,… No recuerdo si para entonces ya las había visto todas, pero es probable porque TVE se marcaba pases como estos y muchos más, sin competencia y con un espíritu de servicio público hoy agonizante.

Donen recogió un Oscar honorífico bailando en 1998, cuando aún estaba perfectamente sano para dirigir. Pero podía haber declarado lo que Norma Desmond: “yo no he dejado de ser grande, es el cine el que ha empequeñecido”. Y en eso sigue, mientras sus últimos genios en Hollywood se van silenciosamente, aunque los medios le ponen al adiós carácter de portazo para que los lectores/espectadores se remuevan en su butaca ante la pérdida. 

Yo sólo hacía unos meses que estuve viendo una película de Donen. Su muerte me ha pillado de viaje. Ahora, terminado el jet lag, voy a verme dos o tres del pequeño director bailarín.

Adiós, Stanley.


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