A veces pasa y siempre se
agradece: Una película pequeña se vuelve inesperadamente apetecible. No arrasa,
porque el sistema de comercialización no permite estos milagros y porque en
realidad es una historia bastante humilde frente a lo que se estila ver desde
el patio de butacas. Le dan el Goya de Ópera prima y a correr, que para eso gustó en Cannes.
Carmen y Lola son dos chavalas jóvenes, buenas
hijas dentro de la comunidad gitana madrileña, que de pronto se enamoran la una
de la otra. Tenemos a dos chicas en edad de casarse o tener novio formal
convertidas en lesbianas, para una comunidad bastante miradita de sus
tradiciones y poco permeable a estas diversidades.
Todo fluye con suavidad, gracias
a dos debutantes maravillosas, la que lo sabe desde hace mucho, la que lo descubre
sobre la marcha. La historia gira en torno al secreto, al descubrimiento, al horror
de los que se horrorizan, a la complicidad de quien lo entiende, no se descubre
nada entre gitanos que no se sepa por payos. Quizá aquí las manos a la cabeza
son más escandalosas y desgarradas. Eso es todo.
El resultado para Carmen y Lola
viene a ser el mismo: su primer amor, limpio y bonito, sabe a barro a su
alrededor y sólo queda romper el romance o romper el resto. Tampoco la decisión en
pantalla sorprende: ésta sólo es una película pequeña, aunque inesperadamente apetecible.
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