Poner a las mujeres a robar como los hombres (y en más de un caso, fusilando sin sonrojo el estilo personal
del rol equivalente, para el caso George y Brad / Sandra y Cate), no garantiza nada.
Pueden ser chulos los vestuarios, las venganzas sobre machos pagados de sí mismos
y hasta el robo con trampa vistosa e inverosímil. La música puede lucir muy
Ocean. Y tener hacker, experta en caterings, joyera y aliada de última hora
(evidente para cualquiera que sepa el estatus de las actrices convocadas). Pero todo eso no sirve de nada si
no se consigue el ritmo. Ocean Eleven lo tenía, aunque sus dos
secuelas fueron deteriorándolo.
Esta versión femenina de la misma idea,
enganchada a las anteriores por parentesco de los protagonistas (qué gran
esfuerzo de guión), es la peor de las cuatro. Y que los movimientos más pujantes
me perdonen.
En algún momento, en este
Hollywood, hay que dejar de estrenar recuelos como novedades. Pero, claro, si
hacen pasta, que la habrán hecho, se dará todo por bien empleado y hasta por
militante. Vaya tela.
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