Recuerdo cierta ocasión, en un
videoclub pequeño muy próximo a la casa de un viejo amigo. Fuimos ambos a
elegir alguna peli relativamente reciente, entonces pasaba mucho tiempo desde
su retirada de las salas hasta su disponibilidad en los videoclubs.
Era viernes por la tarde, atendía
una treintañera que nos dirigió al primer vistazo hacia el rincón de las
aventuras spielbergianas y las secuelas ochenteras de Rambo y Rocky.
Andábamos
huroneando en una estantería que ocultaba nuestra presencia a quien se acercase
al mostrador, cuando oímos llegar hasta
él a dos chavalas que le comentaron a la encargada la celebración esa misma
noche de una despedida de soltera, para la que iban a ver un porno y les había
tocado a ellas alquilarlo.
Naturalmente, no tenían ni idea
de qué alquilar y las tres se hermanaron en su supuesta ignorancia. “Ahora se
llevan bastante las de romanos y acaban de devolver la que más se alquila…”,
dijo la encargada con un carraspeo. Se llevaron esa a toda prisa (¿cuál sería
su título?), mientras nosotros fantaseábamos en nuestro rincón con togas-tienda
de campaña y mesalinas juguetonas.
Por aquella misma época, sonaba
como éxito radiofónico la canción “Una de romanos”, de Joaquín Sabina. Desde
entonces, nunca he podido escucharla sin una sonrisa maliciosa.
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