En tiempos lejanos, se hacían cosas como Las uvas de la ira, de Ford, Los olvidados, de Buñuel, Umberto D, de De Sica o El salario del miedo, de Clouzot. Ese era el nivel para hablarnos del vagabundeo atizado por las crisis o de la miseria endémica, de la lacra de la precariedad, de los trabajos de mierda, del envejecimiento en solitario abocado a la pobreza, de las resignaciones desesperadas, de seguir a toda costa.
Se hacía además sin bandas sonoras melancólicas que dan lirismo al desierto surcado por vehículos destartalados, sin recurrir a planos que acentúen la potencia estética de la desolación. Pero ahora, en plan "social", se premian esta clase de películas, diseñadas para lectores de El País de las Tentaciones, como Nomadland. Podrá decirse que la película de Chloé Zoé habla de otros asuntos, como el nomadeo autosatisfecho de gentes que son carne de documental de Netflix, antes que de la gran pantalla adulta. Yo creo que, simplemente, equivoca el enfoque.
Tiene, eso sí, a Frances McDormand en el papel más fácil de su carrera. Sólo ha tenido que cortarse el pelo, llevar cara lavada que no disimule la edad y ropa de "loser mid-west". Frances cuenta con una mirada inteligente y una boca de pesadumbre, con los que transmite tormento interior sin parpadear ni soltar una lágrima. Sobran recursos de actriz para lo que aquí le toca.
En los tiempos recientes, como película de estrella con texto y pruebas de vida ante sí, apenas recuerdo Dos días, una noche de los Dardenne y El luchador de Aronofsky, tocando hueso en la dura realidad de quien lo está perdiendo todo, cada cual a su manera.
Ahora, una década después de éstas (y siete después de aquellas), para retratar a un infeliz sin ahorrarnos injusticias, y hacerlo con pasta, producen Joker. A lo mejor por eso la directora de Nomadland se ha pasado al género.
bueno, hay gente que escribe bonito sobre nada, pues con el cine lo mismo. Es otro tipo de talento
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