Sacó del cliché motero al Nicholson post-Corman y le convirtió en actor con Mi vida es mi vida.
Cogió El cartero siempre llama dos veces (novela negra clásica de James Mc Cain antes adaptada al cine para John Garfield y Lana Turner) y se metió hasta la cocina.
Hizo algo verdaderamente grande con Debra Winger, brindándole un policial de hierro (El caso de la viuda negra), cuando solo estilaba taquillazos, oscarizables y autorías. La sometió a un mano a mano contra Theresa Russell, que nunca estuvo mejor.
Se dio el gusto de otro noir soleado para Jack Nicholson y Michael Caine, Sangre y vino. Salía Jennifer López cuando le importaba lo de ser actriz, aunque abandonó demasiado pronto los papeles para cineastas de este talento.
De paso, produjo una de las grandes de Bogdanovich, escribió guiones y dirigió algunas más que le mantuvieron en la pomada. Pero a joya por década, su carrera corta, coherente y cíclica le deja en un lugar preminente de los últimos relatos cinematográficos de serie negra para la gran pantalla en Hollywood.
Hablamos del siglo XX, claro. Ahora nos venden como detective a Batman...ejem.
Bob Rafelson murió hace unas pocas horas, a los 89 años. Quizá Jack Nicholson, Angelica Huston y Jessica Lange se presenten con gafas negras al entierro, una imagen que a Bob le hubiese encantado rodar.
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