Lo de Sandra Bullock tiene su mérito: Sigue a flote y en forma sin
franquicia super-heroíca en la que meterse y con más de 50 primaveras en el
lomo. Lo mismo ha hecho de pizpireta romántica, que de alcohólica jodida, que
de pija adoptadora y futbolera, que de Harper
Lee.
Este año se ha marcado dos
triunfos: la ladrona lujosa de Ocean 8 (una película palomitera a
más no poder, pero muy pegada a los tiempos como demuestra su éxito comercial)
y Bird
Box, la última distopía producida para Netflix.
En ésta, Sandra demuestra seguir
en forma. Ya las pasaba negras en Gravity, aquella tramposa maravilla
espacial, pero aquí lo pasa casi peor: es una madre a la fuerza en un mundo en
el que no se puede salir al exterior con los ojos abiertos.
La premisa es mejor que su
desarrollo, pero un reparto sólido hace que los flashbacks de “cómo empezó todo”
funcionen razonablemente, quizá mejor por no inventar dibujos, y Sandra se
ocupa de la aventura en el río, con dos niños a su cargo, la venda puesta y un
par de ovarios a prueba de dificultades temibles.
El final se abre a la esperanza
sin pasarse. Éste es, en definitiva, un producto para la Bullock (creo que hasta
ha ejercido de productora para asegurarse de ello), pero la veterana chica mona
conserva su aura sin llevarlo más allá de lo aconsejable. Otras de su
generación aún no se han quitado la venda de los ojos.
Es mejor Un lugar tranquilo, aunque está entretiene que no es poco
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