viernes, 5 de octubre de 2018

Roman J. Israel ESQ.


El actor Denzel Washington es carismático a más no poder. Sólo así su larga carrera ha resistido la esquizofrenia permanente entre las películas de acción (mayoría hace tiempo), pero con pinceladas de compromiso, y el cine de prestigio aunque comercialmente viable. Quizá no sea una carrera tan esquizofrénica después de todo, pues se vertebra siempre en el olfato comercial, el compromiso en diferentes grados y el carisma. Y esto es así con el producto más chatarrero y con la película oscarizable.

Este año ha estrenado las dos versiones que más practica del oficio actoral. Equalizer 2 no merece comentario. La primera entrega  y el trailer de ésta segunda parte hablan por sí mismos.

Sin embargo, meses antes Denzel se descolgó con otro papel bien distinto, uno “de composición”.

A veces me acuerdo de cuando Robert Mitchum decía con su habitual retranca: “yo tengo dos registros, a pie y a caballo”. Después de interpretar a Roman J. Israel, Denzel podría decir que tiene dos registros “el cool, y el con gafas y pelo largo”. 

Estoy exagerando, claro. El trabajo de Denzel va más allá del pelo afro y las gafotas. Su expresión corporal le lleva al territorio del torpe, el vestuario al del inadaptado, el balbuceo al del tímido, la mirada al del íntegro con dudas. Después de todo, Roman J. Israel es un ratón de biblioteca (jurídica). En eso radica el interés de la película y la enésima prueba del talento de Denzel.

La trama, con presentación de caso, estilo personal, patinazo ético y redención con chavala no va mucho más lejos de lo habitual. La conocemos, es un clásico subgénero en el género de abogados criminalistas estadounidenses. Los derechos civiles, el despertar de la conciencia de algún tiburoncillo, los burócratas despiadados, el dinero salvífico y tóxico,… nada nuevo en los juzgados made in Hollywood, señoría.

Salvo que por aquí ha vuelto a pasar Denzel Washington.



jueves, 4 de octubre de 2018

Ant Man y la avispa


En este 2018 que camina hacia su última recta, Hollywood nos vendió como su título más potente y planetario Los vengadores, Infinity War (primera parte), dado que el Episodio VIII de Star Wars se estrenó para arrollar en diciembre del año anterior.

Se estrenaron con desigual fortuna las oscarizables, las oscarizadas, las diferentes, las raritas y las secuelas. Tres anuncios en las afueras, La forma del agua, Los archivos del Pentágono, Yo Tonya, El hilo invisible, Todo el dinero del mundo, Tren a París, Gorrión rojo, Isla de perros, Tully… Y las que cuestan y dan pasta: Pacific Rim 2, 50 sombras más, Tomb Ryder restyling, Black -cuota- Panther, Deadpool 2, Jurassic saga 5, Han Solo (¿Episodio III B?), Sicario 2, La primera purga, Mamma mia 2, Hotel Transilvania 3, Misión imposible 6, The equalizer 2, Ha nacido una estrella (otra vez, se entiende) o El grinch (¿el origen?). A las que pronto sumaremos Venom, Spiderman y Aquaman.

Así está el patio. Y así arrasa Hollywood últimamente. Con estos mimbres.

Poco después de la apuesta infinity marvelita, llegó otra de la casa súper-heroica del viejo Stan, de las consideradas menores y a la que le cuadra ese atributo mejor que a ninguna: Ant man y la avispa.  


De todo el cine de fórmula made in USA que se ha estrenado aquí en lo que va de año, probablemente ésta es la película que más me ha gustado. En primer lugar, porque sabe que su fuerte está en el humor y no tanto en la parafernalia tecnológica, que aunque no se descuida tiene como principal valor encontrar un argumento apañado sobre el que armar lo que importa: los personajes, sus relaciones y la simpatía general de lo que se ve y pasa.

Luego esta el reparto. Michael Douglas es un buen comediante y Paul Rudd no digamos. Las chicas lucen listas, guapas y temperamentales. Michelle Pfeiffer vuelve del mundo cuántico, más bella cuanto más encanecida. Los del FBI son un poco bobos. Y los malos valen para la ocasión. Pero todos ellos, sumados, nos ofrecen un puñado de gracietas marca Ant man y eso no da una puntuación de humor + acción tirando a estándar. 

La diferencia, que ya se atisbaba en la primera entrega de las hormigas súper, es que el reparto incluye a Michael Peña, al que loa papeles de “amigo díver” se le dan de fábula. Peña -su personaje- es la sal del guiso y su momento del suero lo más descacharrante de toda la película.

Por lo demás, Ant man y la avispa enlaza con la maraña Marvel en una escena sencilla post-créditos, que por supuesto da bastante igual: No vivimos en el piso de Sheldon Cooper. 
Aún.


miércoles, 3 de octubre de 2018

Estambul


Tiene delito, de un servidor, 
y el autor y amigo Pedro Terrón 
se pasean juntos por Estambul.


martes, 2 de octubre de 2018

La enfermedad del domingo


Si esta película de Ramón Salazar no se coló en una sección oficial de Festival europeo clase A, tenemos un problema realmente serio. No digo que esté para ganar Palma, Oso o León de Oro, pero podría batirse en varias categorías y competir con opciones por alguna de ellas. Hay paisaje primorosamente fotografiado, banda sonora exquisita, guión fuerte, interpretaciones de primer nivel (soberbias Susi Sánchez y Bárbara Lennie), dirección brillante.

Apenas dos mujeres que se temen, se añoran, se comprenden, se reconocen, se detestan o se aman, según proceda. En una narración sin desmelenes, sotto voce, para que cuando llegan los momentos escalofriantes lo sean en grado sumo. Diálogos concisos y explosivos donde deben serlo, silencios pensados, miradas que intrigan, descubrimientos graduales y elipsis inteligentes (salvo un par de ellas que apuestan por la solución onírica o el simbolismo hermético, que en el conjunto a mí no terminan de encajarme).

Y todo a ritmo pausado, a fuego lento, demorándose en cada plano lo que la historia necesita, sin que el interés decaiga, sino que crece hasta el desenlace, coherente, armonioso y demoledor.

Una joya al 85% de pureza. Más de lo que pueden decir muchas obras que se pasean por las secciones oficiales. Pero en estas ingratas tierras solemos ser así: consideramos los dramas minimalistas como veneno para la taquilla y a los autores como gente “que va de algo”. Aunque si esta película viniese de Finlandia, Corea del Sur o Irán, seguiría teniendo público en minoría, pero la reputación a salvo. A cada cual su enfermedad y su día de la semana.


lunes, 1 de octubre de 2018

Adieu, Aznavour








Disobedience


Atmósfera gélida para un amor reprimido y volcánico entre Rachel Weisz y Rachel McAdams.

Esta película descubre su mejor carta en el poster, donde ellas se besan en primer plano, y debió guardarse semejante sorpresa para multiplicar la potencia del verdadero tema, que no es -como al principio parece- la muerte de un rabino ni el regreso al hogar de la hija que huyó de la ortodoxia del barrio judío de Londres.

A pesar de lo llamativos que resultan sin subrayarse la imposibilidad de un abrazo de reencuentro entre hombre y mujer que comparten pérdidas y llevan años sin verse, el tradicionalismo militante de alguna que otra señora de su casa, el pijamita hebreo para el hombre o las pelucas ocultadoras de la verdadera naturaleza femenina en esta comunidad axfisiante, todo eso está ahí progresando implacable pero sin maniqueísmo.

Al fin y al cabo, la irritación de la hija pródiga que buscó una vida artística en Nueva York es legítima y coherente, incluso antes de que sepamos su secreto. También la tristeza contenida de la amiga, las maneras conservadoras y los reproches del pariente entrado en años,…

Otra cosa es el temor creciente del que apunta a sucesor del rabino muerto, marido de una de las Raqueles, cuando sabemos que su matrimonio no sólo es plúmbeo, sino concertado. Se trata de un elemento narrativo distinto pero también lógico, nada discordante puesto que se va descubriendo cuando debe.

¿Estoy mostrando mucho del pastel? Porque todo esto os lo digo sin remordimientos, ya se ocupó el tráiler de hablar más de la cuenta antes que yo. En fin, por si acaso vamos terminando: el resultado es una historia de amor lenta, elegante y desoladora, que podría encajar en otros muchos ambientes igual de impermeables a las novedades sociales.

La dosificación en pantalla de hechos y razones, su apuesta por una narración gradual, es para mí uno de los principales valores de Disobedience como película rodada hoy. Aunque repasando poster y tráiler, es evidente que el distribuidor no lo vio así. Lo que certifica la vigencia de la percepción general de determinadas actitudes como escandalosas, sin que los espectadores atraídos por el supuesto escándalo se sientan ortodoxos. ¿Verdad?   


El cuaderno de Sara


Un comienzo con mucho nervio, un tema clásico de denuncia, un par de actrices de talento y un escenario con empaque, África, el continente bello y ensangrentado al que sus riquezas naturales condenan irremisiblemente. Buenos mimbres para una película con vocación de intensa y grande, que no terminan de trabarse adecuadamente por culpa de un guión prometedor pero en descenso, dispersándose hasta que se le notan los trucos en el peor momento (y con un personaje clave).

Es una lástima, porque se ve que todo lo que se muestra en pantalla vale para lo que se pretendía, pero no conforma un conjunto compacto, si no original, determinante en sus aportaciones al tema. Para ello, los cooperantes experimentados deberían contarle lo suficiente a la recién llegada que busca a Sara (la chica que recibe a la protagonista apenas la pone al día de dónde está metiéndose); las casualidades en medio del caos y la inmensidad son un recurso poco recomendable (cómo se encuentran algunos personajes entre multitudes, cómo se extraen certezas a partir de detalles insuficientemente significativos); el tramo final en el corazón del infierno tiene todos los cabos con los que anudar un desenlace oportuno, pero fía en el barullo más que en la sagacidad de los intervinientes para salir del apuro o quedarse en él.

Para ser justos, están muy logrados el paisaje desolador de la sociedad africana, su naturaleza apabullante, el solucionador a sueldo, la violencia extrema, las idas y venidas a territorio anárquico, la relación entre ella y su guía,  los reproches y remordimientos de una hermana hacia la otra.


Pero el cuaderno se desaprovecha como recurso ideal para dotar a la propia Sara de un halo mítico mayor ¿Recordáis a Kurtz antes de ver su loco reinado en la selva en Camboya? Lo que me  lleva a pensar si no era aconsejable un intercambio en los papeles protagónicos, puesto que Belén Rueda es más carismática, la auténtica estrella de las dos, y Marián Alvárez más capaz de todos los matices que requiere una buscadora desorientada, decidida y con fondo de armario familiar. Hasta en eso, resultaría más creíble el favoritismo paterno hacia la más rubia de sus hijas.

Así las cosas, Belén Rueda, que para eso es una de las pocas rompetaquillas del cine patrio, asume su rol de hermana acomodada y sufridora al rescate, se carga la película a hombros y hace cuanto puede en esta producción que luce solvente aunque esté mal rematada.

Más allá de lo crítico puñeterito que yo me ponga, El cuaderno de Sara fue un éxito comercial. Suele darse cuando nuestros argumentos se abren al mundo, con presupuesto idóneo y nombre con tirón en el cartel.

Eso y la paradójica rentabilidad de África y sus tragedias.