De guionista en una bobada resultona como The good place, serie que aguantó cuatro temporadas -el estándar del éxito-, y el estupendo Watchmen televisivo, Cord Jefferson se ha pasado al largometraje y su dirección (sin dejar de ser guionista).
Le ha salido francamente bien, sin alardes de cámara, fotografía o puesta en escena. Tiene una buena historia que contar y a ello se afana con solvencia, evitando enfatizar lo obvio.
El reparto hace lo suyo, claro: Jeffrey Wright está soberbio como el desnortado escritor Thelonious "Monk" Ellison. Y lo están también las mujeres de su vida (encarnadas por Tracee Ellis Ross, Erika Alexander, Leslie Uggams e Issa Rae), su visceral y entrañable hermano (Sterling K. Brown) y su amigo y agente (John Ortiz), que no se queda atrás y protagoniza junto a su representado algunos de los mejores momentos de la película.
El repaso a la estupidez cultural de gran consumo en los Estados Unidos (a la que vamos camino de igualar y superar por aquí), es contundente, aunque no lo parezca tanto al tratarse de una película educada. En ella, un escritor de raza negra, pero con vida y problemas sin color específico, malgasta su alta calidad escribiendo, a modo de broma, una novela con todos los tópicos asociados a lo afroamericano: "padres inútiles, raperos, crack..." El enredo llega cuando el mercado editorial se lo toma en serio.
Los estereotipos de la comunidad negra que la película tritura vienen de bastante atrás. De hecho, la novela en la que se basa esta película tiene ya más de veinte años. Pues la cosa ha ido a peor, para sus temas nacionales y para mirar hacia fuera. De muestra, dos botones: la Colombia que vende, la África subsahariana que vende.
Tenemos evidencias de esta deriva chorra en cualquier ámbito primer mundo de cada día: la "solidaridad facebook" que consiste en ponerse en la foto de perfil la banderita del país donde ha sucedido la última tragedia. La autocensura verbal constante en términos que han pasado a vejatorios hasta para el humor. Las cuotas de género, raza y opción sexual, evidentísimas en el audiovisual (aunque los protagonismos sigan reservándose a los wasp heterosexuales). Etc., etc.
El rollo woke, tan temido y pujante, va dictando sentencia sobre lo que es correcto difundir (y consumir) y lo que no. Sobre qué expresiones son idóneas, qué denuncias son justas, qué relatos merecen interés. Es el racismo a la inversa, la censura reformulada, el reconocimiento forzoso a lo que fue silenciado y ahora debe ocupar el escaparate entero, haciendo de la compensación una nueva injusticia.
Pero Jefferson, para reírse de todo eso, cuenta una historia familiar sin piel, agridulce y fluida, con sus mierdas, su encanto y su melancolía, mientras "la negritud" y sus fórmulas de rentabilidad asoman una y otra vez en el quehacer del escritor sin lectores. De este modo, la burla al estereotipo del negro-de-barrio-negro-lleno-de-negros-armados-y-cabreados multiplica su efecto.
No es que a la película le falte mala leche, es que la pone exactamente donde toca. Lo demás es ficción.
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