Perdonad, mucho hacer y contestar llamadas.
Ésta es para vosotros:
CINE ESPAÑOL VERSUS CINE DE HOLLYWOOD
Una gamberrada gore muy británica, hecha para más coña en Canadá por 2 directores estadounidenses.
Con laberíntica, exquisita y espeluznante mansión de ricos rancios de oscura fortuna como tablero de juego. Con un ramillete tradicional de jugadores: el novio predestinado, un padre terrible y cobardón, su primogénito borrachín, el cuñado imbécil, la metepatas (y mete flechas) del clan, la arribista diabólica, la madre tarántula, la conversa sádica, los niños traviesillos, el mayordomo hijoputa, las sirvientas prescindibles.
Lugar y jugadores conforman un nuevo vistazo (tan corrosivo como los que le precedieron), a los mitos anglosajones relacionados con la codicia, el sexismo, el clasismo y el satanismo que tanto les luce en familia, especialmente cuando se adornan socarrones con la canana de balas para elefante del bisabuelo.
La novia es Samara Weaving, que nos angustia, nos divierte y nos horroriza según toca, para acabar cubierta de vísceras, haciendo una declaración que lo resume todo.
El "estilo inglés", aun si es adoptado, viste el terror nupcial y cómico como ninguno. Si quieres terror "a la americana", apúntate a una acampada o a una luna de miel.
Podrías entonar únicamente la palabra y surgiría la película en la pantalla mental inmediatamente.
Aquí lo pondremos fácil:
¡¡Stellaaaaa!!
Clint ha visto por fin en pantalla lo que nadie se atrevió a decirle mientras rodaba y protagonizaba Cry Macho: que su condición de estrella (actoral) ya pertenece a la historia del séptimo arte, no al cine de estreno.
Bueno, tampoco tiene de qué quejarse: los protagónicos le duraron hasta Mula en 2018 (¡con 88 años!). Incluso el gruñón ojeador de béisbol que se está quedando ciego y hace mofa de su decrepitud funcionaba en Golpe de efecto, ya con 82. De hecho, la aventura romántica Amy-Justin en aquella película menor se dejaba ver porque Clint hacía de padre de ella.
Con 94, esta leyenda viva ha decido dirigir sin aparecer en escena (ni como juez, que era el único papel posible para Eastwood en El jurado número 2). Sabia decisión, viejo amigo. La película funciona espectacularmente sin necesidad de ver a Clint en pantalla. Es una intriga judicial magnífica, con un reparto muy inspirado y un grandioso final.
Hasta los guiños a títulos mayores de épocas doradas (12 hombres sin piedad, Yo confieso), le sientan bien al guion, que lleva a su terreno cualquiera de las ideas ya utilizadas en aquellos clásicos. Y que tiene en la dirección del viejo Eastwood una garantía absoluta de elegancia y fluidez sin adornos. Como dice un amigo mío: Clint ya deja la película "en el hueso". ¡Pero qué hueso!
No sé si está preparando otra, porque Warner ha sido muy cicatera en su estreno, promoción y mantenimiento en salas. Cualquiera sabe a estas alturas, pero aún puede dar la sorpresa en los Oscars y decirle al Estudio lo que ha dejado en la cuneta. A lo mejor Warner pensaba que era un ciervo. Y es nada menos que Clint Eastwood, el grande, llamando una vez más a su puerta.
Tiene un plus esta película de Simón
Casal, al abordar algo de temática tan distinta a las que suele nuestro
cine. Justicia Artificial está fuera del cine de época, de la
comedia cañí, del policiaco desabrido y la animación copista.
De pronto, una película española –
moderadamente futurista y con intriga criminal como armazón- ofrece verdadera enjundia,
dilemas morales, debate público y claridad expositiva para desarrollar esa
trama quizá demasiado convencional, pero con premisa revolucionaria:
Justicia algorítmica fría y rapidísima frente a justica humana, con sus virtudes y demoras. Multinacional (con tarifas a la carta para según qué), frente al tercer poder abrumado de casos y también corruptible. La supuesta infalibilidad del algoritmo (que ya sabemos todos que no es tal), frente al sesgado pero humano diagnóstico de una persona profesionalizada en leyes, jurisprudencia y mentirosos de banquillo.
Como thriller cifi, Justicia Artificial
funciona maravillosamente en sus dos primeros tercios y se atropella un poco en
el último. Tiene a huevo un giro final a lo Shyamalan (al que supongo renuncia
por simple coherencia), pero apuesta como debe ser en estos casos por un
desenlace mezcla de pesimismo y esperanza.
En una atmósfera milímetrada para funcionar (Gatacca gallega), Verónica Echegui cumple, algo envarada en su interpretación de esa juez autoexigente y emocionalmente esquiva. Los demás lo clavan en roles más confortables. Incluyendo el de Alberto Ammann, que sigue sorprendiendo en la construcción de una carrera fascinante, nada artificial.
"Garrido informó de que la programación incluye «de todo un poco», pues habrá propuestas musicales como ‘La Guitarra Flamenca de Yerai Cortés’, la ópera prima de C. Tangana; otro debut en gran pantalla con ‘La marsellesa de los borrachos’, que habla del pasado y presente; cine indie con ‘A different man’; la evolución de China como país a través de ‘Black dog’; una apuesta arriesgada con ‘El jockey’; animación con ‘Memorias de un caracol’; gastronomía con ‘Mi postre favorito’; y la imprescindible ‘Emilia Pérez’. También se proyectará el cortometraje ‘O estado de alma’.
Y una película sorpresa, claro, la sección Cine y Escuela (que ya está en marcha), el Jurado joven, la revista, el Jazz y lo que se tercie.
Briz, Garrido y su grupo de irreductibles lo han vuelto a hacer. Gracias por resistir.
Anora ganó la Palma de Oro en el último
Festival de Cannes.
A estas alturas,
las decisiones de los jurados festivaleros clase A son tan engañosas como el
algoritmo. En fin, que no es para tanto, con lo que han sido las Palmas durante
décadas y lo que van siendo de un tiempo a esta parte.
Ojo: a mí, que no seré jurado de Cannes jamás, Anora me gustó mucho, por una parte. Por otra, no tanto. Cuenta con interpretaciones portentosas y una premisa golosísima: darle la vuelta al calcetín de Pretty Woman, que naturalmente está sudado y con tomates.
El principal inconveniente que le veo a Anora es un mal que no le corresponde en exclusiva: ¿por qué demonios el estándar comercial norteamericano actual, hasta en el "indie", es llegar a las 2 horas 15, o rebasarlas? Esta película ganaría en una versión más breve, en la que el “autor” Sean Baker (director-guionista) no engatusase al productor (ah, espera, que también es Sean Baker).
Porque Sean en Anora abunda en la idea muy estadounidense de que lo más europeo consiste en incluir escenas o prolongaciones insustanciales. Como que eso le diese a las películas un toque más desaliñado y realista. Cuando el gran valor del cine norteamericano fue (al menos en tiempos), su capacidad para la concreción, el ir al grano durante todo el metraje.
Bueno, digresiones
(europeas) aparte: un buen "indie" y ya. Con unos cuantos personajes
muy convincentes y curiosos, en especial el más inesperado.
Astutamente, la decisión de guion más extrema de Casa en llamas se toma al principio.
Parece una lección aprendida del gran Alfred, que incorporaba la violencia en el primer tramo, de modo que el resto del film, hasta casi su desenlace, lo presidiera la tensión por cuándo tendría lugar el nuevo estallido, del que los personajes se han demostrado capaces y hasta proclives.
Aquí tenemos a una madre extrema, que ha movido todos los resortes para reunir en la casa de verano a los que le importan. Nada le impedirá celebrar ese encuentro: NADA. La actriz que la encarna, Emma Vilarasau, está impecable e implacable.
En dicha reunión se añaden parejas de los hijos (marido harto, novia de tanteo), la nueva del padre (interesante personaje, el de Clara Segura), pero básicamente esto es un exorcismo privado que airea las carencias de una familia pija y catalana, el combinado ideal para la sátira.
El padre parece originario de otro lugar de España, a juzgar por el uso solo puntual de la lengua en la que se expresan los demás casi todo el tiempo. No importa, Alberto San Juan es un especialista en esta clase de papeles de tipo detestable que hace sonreír con sus aspavientos y victimismos.
Y es que el egoísmo campa a sus anchas en esta casa, poblada por intérpretes muy bien escogidos para manifestarlo en todas sus versiones: la mentira, la cerrazón, el infantilismo, el capricho descerebrado, el ansia de dominio, la autocomplacencia, las trampas, los chantajes sentimentales y hasta los pufos.
Todo descarnadamente cómico, aunque tiene su trasfondo y es un acierto que director y guionistas sean catalanes también. Hay risas que solo tienen un pase si son a costa de uno mismo.
Bastantes llamas tenemos ya en la casa de todos.
Carolina Yuste es una actriz salvaje. La descubrí en 2018, en una de Vermut (Quien te cantará, creo que la mejor de las suyas) y la primera de Arantxa Echevarría, Carmen y Lola. Esta directora, que no hace más que progresar a cada película que rueda con ella, la puede nombrar su fetiche. Echevarría ha hecho otras, demostrando de paso su solvencia para comedias facilonas. Pero con la Yuste vuela, pareciera que la actriz le hubiese dicho: "a mí, para mierdas, no me llames".
Y eso que Carolina Yuste también ha tenido que rodar películas muy discretas, alguna hasta con Arantxa. Pero siempre le basta un papel mínimamente bien armado, para convertir su personaje en alguien de verdad. Hasta en birrias como Sevillanas de Brooklyn, donde solo Estefanía de los Santos y Manolo Solo pueden aguantarle el plano.
Luego se ha marcado dos con Arantxa (una mala y otra buena), la de Jaime Rosales, el gran personaje como esposa de Eugenio en Saben aquell (la mejor de David Trueba, de lejos) y, de esa, directamente ha llegado a esta infiltrada poderosa, frágil, valiente, llena de matices; comiéndose a Luis Tosar crudo, al también ascendente Anido y al que le pongan por delante. Momentos con el etarra Kepa, cortando filetes en la pollería, leyendo cartas familiares o compadreando con los borroqueros a los que detesta y teme, son menciones aisladas de su recital.
La película tiene nervio e interés de principio a fin, pero se aguanta sobre los hombros de la Yuste, para lo terrible y para lo incómodo, lo férreo y lo humano. Si fuera un director seguro de un nuevo guion con un buen personaje femenino en él, llamaría a la Yuste sin dudarlo. Claro, que a lo mejor en ese momento esté rodando otra con Arantxa.
Estaríamos de suerte.
Tenía más de treinta cuando le llegaron los grandes momentos de lucimiento. Había pasado una década haciendo seriales de TV, como Batman y Star Trek, saliendo en películas sin frase o sin acreditar, hasta de Elvis. Pero en 1974 se cruzó en el camino de Coppola, con el que hizo La conversación primero y Corazonada después.
El jovencito Frankenstein, de Mel Brooks, la puso para siempre en el salón de la fama cómica, gracias a la ayudante Inga y su "par de aldabas". Además, trabajó para Spielberg (Encuentros en la tercera fase), Pollack (Tootsie) y Scorsese (After hours), demostrando distintos registros, para ser incómoda, tronchante, peligrosa o todo a la vez.
Después siguió en el ajo, inexplicablemente apartada de las grandes producciones de los cineastas más talentosos de aquella generación, aunque su ritmo para la comedia seguía intacto. Volvió a demostrarlo haciendo de la madre de Phoebe en Friends. Era perfecta para el papel.
Teri Garr lució siempre como una de esas figuras entrañables, cuya presencia bastaba para enriquecer una escena, valorar una réplica, endulzar una carcajada.
Ha muerto a los 79. Descansa en paz, "Inga".
Una buena propuesta, que rescata ideas repartidas por títulos pasados (Wall-E, El Gigante de Hierro, Finch) con un desarrollo que logra varios momentos de honda emoción y otros de estándares a la moda innecesarios.
Cuanto más íntimo el momento, más lograda. La épica colectiva contra el malvado más obvio es lo menos interesante de la película. Lo Salvaje no está ahí.
De la calidad de la animación que Dreamworks gasta a estas alturas, nada qué decir. Apabullante calidad. Salvaje, casi.
Murió con 89 años, después de haberlo hecho todo en su larga y estupenda carrera: teatro, televisión, cine.
Series emblemáticas como Downton Abbey, sagas juveniles multimillonarias como Harry Potter, un par de Oscars y otras cuatro nominaciones (la última rozando la setentena). En las tablas, debutó en Broadway, trabajó asiduamente en el West End, triunfó con algunos de los grandes "Shakespeares" (Antonio y Cleopatra, Macbeth).
Maggie, de joven guapa a la inglesa, era una presencia fiable, que cuando se hizo mayor consiguió inspirarnos ternura y destilar inteligencia hasta en sus personajes más estirados y aparentemente detestables. Se le daban muy bien las señoras vigilantes que ponían sentido común a las veleidades juveniles de quienes la sucedían en la cabeza del cartel.
Luego se enredó en aquello de los magos y supongo que, como a la Dench su "M", le sirvió para saltarse mucho casting desde entonces. No tenía nada que demostrar, claro, pero pertenecía a una generación de mucho talento y media docena de las chicas pop seguían vivitas y coleando. Pero nadie como Maggie para alzar la nariz y bajar los ojos con el desprecio de una aristócrata.
Dios Salve a la Smith.
Curiosamente, el principal problema que tiene esta película de Richard Linklater (a veces deja a sus estupendos personajes conversadores, desubicados y en crecimiento, para demostrar que puede dirigir a gentes con pistola), es precisamente el relacionado con el género, su dificultad de encasillamiento. ¿Es esta película una comedia?, ¿es thriller?, ¿es romántica?, ¿es comedia romántica, es comedia-thriller,...? Pues hay un poco de todo, aunque el humor negro sería el común a cada idea que hace avanzar la narración, a veces fluida, a veces a trompicones.
Se notan -sin molestar mucho- algunos elementos meramente instrumentales (su ex, varias lecciones académicas, la voz en off) o escenas directamente prescindibles (alguna con los compañeros de trabajo encubierto, ese final fácilmente sustituible por tomas falsas). En fin, queda claro que Linklater brilla más y mejor en historias sin pistola.
Con todo y eso, la película es bastante diferente al mejunje habitual que otros realizadores cocinan sin sonrojo para su inmediato estreno en Netflix. Ésta la ofrece Prime, que de momento parece una fórmula de plataforma más ecléctica, mientras la mayoría se retratan como voces monocordes de su amo.
Los protas bien, guapos y solventes. A sueldo por casualidad.
Acabo de enterarme de que la película inaugural del inminente 72 Festival de San Sebastián, al que vuelvo a faltar, será la nueva versión de Emmanuelle, ya sabéis (los talluditos), aquella joven erotómana u objeto de deseo, según tocase o la tocasen.
Como director han recurrido a una directora (faltaría más) y razonablemente prestigiosa, que es lo que suelen cuando repescamos de forma vergonzante ideas de hace cincuenta años (joder, cincuenta ya). La que lleva la batuta y hará caja (porque el solo nombre de la ninfa retratada traerá voyeurs a la sala o al clic), es Audrey Diwan, en la cresta por su debut de 2021, El acontecimiento, y que antes de él, como guionista, abordó las líneas rojas traspasables, la posesividad, las adicciones, la cosita sexual... Todo "muy apañao", que diría un manchego.
La operación dinerín es, para la ocasión, de nacionalidad francesa. Pero no desesperemos. Cualquier día cocina Goliat un remake de Instinto básico, para que cruce las piernas sin bragas en la sala de interrogatorios una joven promesa que quiere ser portada y luego ya veremos.
Por cierto, Naomi, mujer ¡qué necesidad...!
Anoche vi otro “David”: Fallen leaves.
El finlandés (Aki Kaurismäki) está zumbado, pero le salen
estupendas.
Es como un Bresson simpático y gamberro. Me parece el
anti-Almodóvar (enhorabuena por el León, por cierto) o más bien su reverso: le
gusta la misma paleta de color, salpicada de rojos, azules, amarillos y verdes, pero sin estilizar escenarios, él los filma sucios y en
apariencia realistas. Ahí consigue el máximo con el mínimo. Parece que los
actores ni siquiera sienten y sienten todo.
Es divertido y fascinante verlo.
Dudo que Finlandia sea así, tan cómicamente árida. Pero no
importa (ya sabéis: “¡mis amigos, los verosímiles…!).
Otro 7,5 .
La película española de animación
Buffalo Kids cuenta la historia de dos niños huérfanos irlandeses,
Tom y Mary, que desembarcan en el Nueva York del siglo XIX y se cuelan en un
tren camino del salvaje Oeste mientras conocen a Nick, el tercer chaval de la
aventura.
El film comenzó este último verano
su periplo internacional estrenándose en los cines de Rusia y debutando como la
segunda película más vista, lo que equivalió a una recaudación de 250.000
dólares. En el momento presente, supera los cuatro millones de recaudación solo
en España. No sé cuánto habrá crecido en la taquilla rusa a estas alturas.
Lo que si podemos asegurar es que,
gracias a estos estupendos datos, el espectador ruso infantil acompañado de sus
padres conocerá mucho más la “cultura española”… Y no digamos los niños
españoles y sus padres, lo que disfrutarán reconociéndose en ella, que encima
ha salido especialmente bonita, divertida y emocionante.
En fin, a la sección Las
guerras perdidas porque no hay ninguna que se llame Pan para hoy,
hambre para mañana. A lo mejor tengo que inaugurarla.
La primera de las preseleccionadas por la academia española de cine para representarnos en la carrera hacia el Oscar es La estrella azul, de Javier Macipe, una película difícilmente oscarizable, pero deliciosa. Macipe encuentra una bonita historia, un gran personaje (y el actor perfecto para encarnarlo, Pepe Lorente), un perfume transoceánico, unas frases para el recuerdo -cortesía de Yupanqui-, una rara melancolía, un optimismo vital, una música imperecedera.
Es esta peli una ópera prima realizada con una solvencia inusual. Hasta el recurso al meta-cine le funciona a su director como un tiro. Hay que estar muy seguro de lo que se ha hecho hasta ese momento en la película y también de lo que resta por contar, para cargarse la cuarta pared y seguir manteniendo las emociones del espectador, no solo inalteradas sino hacia arriba, siempre hacia arriba.
He leído por ahí que la película tiene algunos momentos de ritmo encallado. No me lo parece, el personaje del músico Mauricio Aznar y muchos de los que le van saliendo al paso, especialmente en la Argentina profunda de la chacarera, son magnéticos, les basta con estar, con sonreír, con coger una guitarra.
De los muchos biopics musicales que se han ido cocinando últimamente, abanderados por la industria anglosajona y sus iconos (Elvis, Elton, Freddie, Bob), éste dedicado a Mauricio Aznar Müller, líder del grupo aragonés Más birras, es de largo el mejor. No necesita espectacularidad de estadio y lujosos despendoles para clavar a un artista musical interesante. Quizá la razón pueda ser que la película es más interesante que Mauricio, aunque lo dudo.
Para ir terminando, la película entra de inmediato, como una melodía de rock´n´roll ligero, luego hipnotiza con ritmos de un folclore lleno de lirismo y enigma y arrastra hasta el final con emoción y la alegría de quien tenga estrella para disfrutar con humildad de la música, la danza o la vida.