Anora ganó la Palma de Oro en el último
Festival de Cannes.
A estas alturas,
las decisiones de los jurados festivaleros clase A son tan engañosas como el
algoritmo. En fin, que no es para tanto, con lo que han sido las Palmas durante
décadas y lo que van siendo de un tiempo a esta parte.
Ojo: a mí, que no seré jurado de Cannes jamás, Anora me gustó mucho, por una parte. Por otra, no tanto. Cuenta con interpretaciones portentosas y una premisa golosísima: darle la vuelta al calcetín de Pretty Woman, que naturalmente está sudado y con tomates.
El principal inconveniente que le veo a Anora es un mal que no le corresponde en exclusiva: ¿por qué demonios el estándar comercial norteamericano actual, hasta en el "indie", es llegar a las 2 horas 15, o rebasarlas? Esta película ganaría en una versión más breve, en la que el “autor” Sean Baker (director-guionista) no engatusase al productor (ah, espera, que también es Sean Baker).
Porque Sean en Anora abunda en la idea muy estadounidense de que lo más europeo consiste en incluir escenas o prolongaciones insustanciales. Como que eso le diese a las películas un toque más desaliñado y realista. Cuando el gran valor del cine norteamericano fue (al menos en tiempos), su capacidad para la concreción, el ir al grano durante todo el metraje.
Bueno, digresiones
(europeas) aparte: un buen "indie" y ya. Con unos cuantos personajes
muy convincentes y curiosos, en especial el más inesperado.
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