Tiene un plus esta película de Simón
Casal, al abordar algo de temática tan distinta a las que suele nuestro
cine. Justicia Artificial está fuera del cine de época, de la
comedia cañí, del policiaco desabrido y la animación copista.
De pronto, una película española –
moderadamente futurista y con intriga criminal como armazón- ofrece verdadera enjundia,
dilemas morales, debate público y claridad expositiva para desarrollar esa
trama quizá demasiado convencional, pero con premisa revolucionaria:
Justicia algorítmica fría y rapidísima frente a justica humana, con sus virtudes y demoras. Multinacional (con tarifas a la carta para según qué), frente al tercer poder abrumado de casos y también corruptible. La supuesta infalibilidad del algoritmo (que ya sabemos todos que no es tal), frente al sesgado pero humano diagnóstico de una persona profesionalizada en leyes, jurisprudencia y mentirosos de banquillo.
Como thriller cifi, Justicia Artificial
funciona maravillosamente en sus dos primeros tercios y se atropella un poco en
el último. Tiene a huevo un giro final a lo Shyamalan (al que supongo renuncia
por simple coherencia), pero apuesta como debe ser en estos casos por un
desenlace mezcla de pesimismo y esperanza.
En una atmósfera milímetrada para funcionar (Gatacca gallega), Verónica Echegui cumple, algo envarada en su interpretación de esa juez autoexigente y emocionalmente esquiva. Los demás lo clavan en roles más confortables. Incluyendo el de Alberto Ammann, que sigue sorprendiendo en la construcción de una carrera fascinante, nada artificial.
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