A estas alturas de historia del cine deberían los directores (y nosotros los espectadores, claro), estar prevenidos cuando se adapta el teatro a la pantalla grande. Esto es una obra teatral de vuelo corto que en las tablas funciona, con seis actores, vestuario vistoso y un escenario único, la isla.
Allí viven separados del mundo por deseo expreso del padre y el hermano mayor, tres varones que no tratan con mujeres, unos por escarmiento y el otro porque no ha podido elegir. Al mismo tiempo, una madre hechicera que quiere proteger a sus dos hijas de matrimonios indeseados, acaba en la isla con la intención de fundar una república de mujeres.
Hasta ahí pinta bien, incluso cuando se hacen pasar ellas por hombres para no traicionarse y los jóvenes se sienten atraídos unos por otros, la cosa tienen cierta gracia. Moderada, porque la comedia con lenguaje de época no es un terreno fácil para el cine, no digamos ya si es español. Pilar Miró acertó con El perro del hortelano hace demasiado tiempo y no ha conocido sucesora, ni sucesor.
Con todo, lo más chocante es que solo brillen a la altura de lo que la película debió ser los personajes de ambos padres, Emma Suárez y Armando de Castro (disfrutones en sus papeles), gracias a ese odio acerbo al sexo opuesto, que hasta les une para conspirar contra los amores de sus hijos.
Demasiada reiteración en los recursos mágicos o chistosos, un reparto desigual y unos parlamentos que no son de Lope aunque lo finjan, lastran el resultado. Pero la responsabilidad mayor cae en el director, Vicente Villanueva, que no acierta en el modo de poner la cámara salvo en el maravilloso último plano. Sin ternuras, ni ternezas.
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