Está película gustará a los viejos seguidores de Woody Allen más que a la crítica moderna. Ya apenas se hacen películas así, ni a la francesa. Sólo los viejos cineastas de las distintas cinematografías siguen apostando por dialogadas vidas vulgares en situaciones extraordinarias (ahora se lleva más la gente extraordinarias en situaciones inauditas, contadas en guiones vulgares).
Eso sí: los personajes vulgares de Allen son pijos hace mucho tiempo, en Nueva York, París, Roma y hasta Avilés. Pero se reconocen en sus rutinas, bajezas, miedos y chismes. A partir de ahí, el octogenario Woody puede contar lo que quiera y en el tono que se le antoje: comedia o drama, intriguilla o filosofeo, amor y odio, azar y crimen.
Esta película 50 del clarinetista tiene de todo eso varias pizcas, aunque creo que lo que funciona mejor en ella es el desarrollo liviano (que consigue estremecer en determinados momentos muy "banalidad del mal") y la sorpresa última, aunque no sea la primera vez que la usa. No obstante, es inesperada. Siendo la más obvia, Allen ha ido soltando pistas falsas aquí y allá que eleven el impacto del desenlace.
La joven Lou De Lâage hace de Scarlett (sobre todo en el físico) y, más descaradamente, Valerie Lemercier sustituye a Diane Keaton en el papel que hubiese interpretado ella si esto lo hubiera podido rodar Allen en los Estados Unidos. Los demás actores son intercambiables con la fértil cantera de característicos que tienen en Hollywood. Y es que Golpe de suerte, a la americana, bien podría ser una de aquellas películas de los noventa en las que Allen reunía repartos imposibles por cuatro pavos.
Eso se acabó. Paradójicamente, el newyorkino que más ha reivindicado el cine europeo en sus películas ha acabado exportando la propia fórmula al Viejo continente, con él al mando y demasiado mayor. Ese ha sido nuestro golpe de suerte. El suyo, hacer esta película notable para poner fin a su carrera.
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