William Friedkin se marcó dos auténticos hitos de los setenta: French Connection y El exorcista. Cada una de ellas supuso un antes y un después en los géneros policíaco y de terror. Sólo había dirigido cuatro títulos antes de aquellos dos bombazos.
En la estela de semejante racha hizo algunas más bastante notables, aunque de interés y calidad decreciente.
Para empezar, la enésima versión de un éxito europeo (El salario del miedo versus Carga maldita). La más lucida que la industria estadounidense era capaz de poner en pie en su mejor momento.
Probó otras sordideces en A la caza, con Pacino haciendo de falso gay (peor que el auténtico de Tarde de perros). Y acertó sin estrellas en la bien valorada Vivir y morir en Los Ángeles.
Luego pasó a dar tumbos, prestando su prestigio a fórmulas adocenadas como Ganar de cualquier manera (de basket), Jade (crimen y sexo) o Reglas de compromiso (una de militares). Sólo despuntó en la más pequeña The hunted, donde un entrenador de sicarios tiene que acabar personalmente con su mejor alumno. Era una historia sencilla y potente con Tommy Lee Jones y Benicio del Toro, pero comercialmente la supongo discretísima. Lo último de Friedkin debió ser Killer Joe, otra de fórmula, aunque buena.
En fin, lo tuvo todo y todo lo perdió, que diría el poeta.
Sixto Rodríguez recorrió el camino inverso. Sus discos, que grabó joven, no vendieron ni una docena de unidades al salir al mercado. Pero alguna de esas llegó a la Sudáfrica del apartheid y lo convirtió allí en leyenda. Décadas después, le redescubrieron dos veces: una los sudafricanos, que le creían muerto mucho tiempo atrás pero sabían sus canciones de memoria; otra, Malik Bendjelloul, el director del documental Searching for sugar man, ganador del Oscar. Contaba la historia de aquel talentoso músico desaparecido y hallado entre los albañiles más veteranos de Detroit.
Gracias a aquel reconocimiento tardío, Rodriguez consiguió que se conocieran sus temas (fuera de Sudáfrica), como nunca lo habían hecho y él diese un montón de conciertos por todo el mundo siendo prácticamente un viejo.
Ambos, William y Sixto, tocaron el cielo de la fama y dejaron obra para el recuerdo y el estudio. Ambos fracasaron. El orden de los factores etc. etc.
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