Y llegamos a Barbie,
inevitablemente. Un gran amigo me dijo que verla en los cines de Puerto Banús
debía puntuar doble o algo. Así que fuimos. Puede sumarse que la sala tenía bar
dentro y que parecía alquilada en su totalidad por nosotros, los únicos en
ella. Una morena (¿barbie latina…?) y un rubiales (¿Ken sin muscular?). En fin,
nosotros.
Nos gustó la película. Me
pregunto cómo da el salto a un artefacto de esta carestía y brilli brilli una
cineasta como la Gerwig, por muy lista que sea, por mucha revisión de Mujercitas
y Lady Bird que lleve en su currículum. El plató de “Barbieland”
tiene que costar un pastizal. Y el mundo real. Y el vestuario. Y las oficinas
de Mattel. Y los efectos especiales.
Con todo, lo que más luce en Barbie
es el guion. Mejor cuanto más gamberro, consigue pescar ideas antiguas (desde El
planeta de los simios hasta Regreso al futuro, Pleasantville
y, claro, Toy story), mezclarlas a las nuevas y obtener un
equilibrio muy difícil: la reivindicación sin revanchismo.
Yo le hubiera metido tijera a
algún parlamento innecesariamente largo y mascado, moderado la presencia de Will
Ferrell y suprimido un par de canciones. Pero sin quitarle nada, me sigue
pareciendo una película muy notable. Y al fin han hecho algo distinto, coño. Lo
único de temer es que lo conviertan en franquicia. No te dejes, Margot.
A ver si puedo verla y me dan una Amstel.
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