Decir de una película china que es la más taquillera de la la historia sólo tiene mérito en la taquilla china, porque triunfando en ella más que las demás necesariamente barre por número a cualquiera.
Si además ensalza el heroísmo de "la gesta" bélica por excelencia, como los tejanos tienen El Álamo o nosotros el Moguer de los últimos de Filipinas, pues pa que contarte.
Lo que impresiona de esta película es sobre todo la certeza de que no hay gente ni decorados digitales, que todo está hecho a pulmón, partiendo de sus 1.500 millones de pares de pulmones. Los extras que quieras, los vestuarisatas, maquilladores y decoradores que hagan falta. Los albañiles, atrezzistas y chispas que sea menester. En fin, que como diría el millonario Hammond de Jurassic Park "no hemos reparado en gastos".
Si vamos finalmente a sus cualidades cinematográficas, Los 800 tiene una primera hora y cuarto magnífica (el primer choque entre los dos ejércitos es especialmente brillante). Todo funciona y estremece mientras los defensores son más conscientes de su miedo que de su heroísmo. Los defensores, los guionistas, el director y los que pongan la lana.
En el segundo tramo, en cambio, la película acusa una sobrecarga de propaganda patriótica poco sutil. Es otra hora de metraje, en la que hay que subrayar el sacrificio, los personajes que se han hecho querer y mueren valerosamente o se redimen, la saña japonesa hacia los que se retiran o enarbolan su bandera. Y, por descontado, incidir en la desfrivolización de quienes de primeras se limitaban a mirar y gozar la fogosa noche de la zona internacional de Shanghai.
Digamos que el efecto generado en esta segunda parte del film es como si el momento final del cementerio de Arlington en Salvad al soldado Ryan o el de las piedrecitas en La lista de Schlinder durasen un cuarenta por ciento de la película.
En pantalla grande debe ganar emoción, en la de avión debe ser soporífero. Son 800, pero al final parecen más.
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